Fue el levantamiento pacífico contra unas reformas a la seguridad social impuestas por el régimen sandinista lo que prendió la mecha para que Daniel Ortega mostrara su rostro más cruel, que durante una década intentó ocultar o disimular con un discurso reconciliador. El dictador en ocho meses de crisis demostró que “era capaz de bañar las calles de sangre de inocentes con tal de conservar su poder”, afirma Eliseo Núñez, catedrático y analista político.
El 2018 se acaba, pero son muchos los nicaragüenses que opinan en las redes sociales y por las calles de los barrios que Nicaragua aún vive en el mes de abril, porque sigue muy presente el estallido social, iniciado por los universitarios que rápidamente se tornó en protestas masivas que pedían la renuncia de Ortega y su mujer y cogobernante, Rosario Murillo.
Sin embargo Núñez dice que no fue con la masacre de cientos de nicaragüenses en los últimos ocho meses que Ortega empieza a ser radical en su actuación, sino que vino construyendo su modelo dictatorial desde que asumió el gobierno en 2007, aunque los siguientes años “lo perfeccionó”.
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Ortega comenzó a sentar las bases de su dictadura en julio del 2016 —según Núñez— cuando utilizó a la Corte Suprema de Justicia (CSJ), al Consejo Supremo Electoral (CSE) y a la Asamblea Nacional para destituir a 28 diputados (propietarios y suplentes), electos en 2011 bajo la bandera del entonces opositor Partido Liberal Independiente (PLI), entonces dirigido por Eduardo Montealegre.
ELIMINÓ A OPOSICIÓN
Su objetivo, según el analista, era que Ortega no tuviera contrincante electoral y por eso entregó el PLI a políticos manejables.
En noviembre de 2016 se realizaron elecciones nacionales donde Ortega se reeligió por tercera vez de forma consecutiva en un proceso fraudulento y con una abstención de más del setenta por ciento. Esto se lo facilitó no tener un contrincante opositor real pues a los partidos que compitieron se les considera cooperantes del régimen.
“Él (Ortega) entra en un periodo de sucesión y su opción fue radicalizar su modelo de dictadura familiar en el gobierno como a lo interno del Frente Sandinista, y lo hace porque sabe que sus enemigos internos en su partido no respaldarían a Rosario como la candidata en 2021”, aseguró Núñez, uno de los diputados despojados en 2016.
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Estallido lo sorprende
Durante 11 años la población estuvo dominada por las políticas populistas y represivas del gobernante Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), que poco a poco fueron corroyendo la institucionalidad en Nicaragua.
El estallido social a partir de abril de 2018 no se lo esperaba el régimen, aseguran Núñez y el general en retiro Hugo Torres. Para ellos la dictadura creyó que la Juventud Sandinista (JS) y la Policía podrían controlar las protestas de universitarios, pero se habrían sorprendido al ver la resistencia de los estudiantes y cómo rápidamente el pueblo se les sumó hasta cerrar el país con tranques y barricadas.
Junto a sus fuerzas de choque, el régimen había conseguido por años acallar los intentos de manifestaciones de partidos políticos por los fraudes electorales o del Movimiento Campesino por rechazar el proyecto del Canal Interoceánico.
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Arrinconado
“Ortega sabe que no tiene el respaldo popular que dice, pero con la crisis de abril se ha sentido más arrinconado porque está en juego su permanencia en el poder y su sucesión política familiar en el Gobierno. Se radicaliza en sus acciones porque de un solo se conjugaron sus enemigos internos con los externos, como Estados Unidos, y ahora está más acorralado. La masacre evidencia que Ortega entró en un círculo en el que no mira una salida que le permita seguir en el poder”, asegura Núñez.
Organizaciones de derechos humanos nicaragüenses cifran en 535 muertos por la represión a las protestas. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) ha logrado documentar 325 asesinatos, miles de heridos, exiliados y más de seiscientos presos políticos.
Además del baño de sangre, estos meses Ortega ha creado con su Policía y turbas un país donde no se permiten marchas, se arresta hasta por entonar el Himno Nacional y portar la bandera azul y blanco; los paramilitares tienen tomadas más de cinco mil manzanas de tierras de propiedades privadas, cerró nueve organizaciones no gubernamentales, ha confiscado medios de comunicación y arrestado a periodistas.
“Ahora está en un juego sin salida, que lo convierte en alguien mucho más peligroso, porque Ortega siente que puede perder la vida o ser encarcelado y sus ejemplos claros son los expresidentes y aliados Lula (da Silva), Cristina (Fernández), (Rafael) Correa que una vez fuera del poder han sido encarcelados o acusados por corrupción y otros delitos. Por eso es que Ortega no plantea ninguna negociación a la crisis”, afirma Núñez.
Traicionó al sandinismo
El general en retiro Hugo Torres, exaliado de armas del FSLN, no titubea en afirmar que para él “Ortega traicionó todos los principios del sandinismo” y que el modelo de hoy es el orteguismo.
Torres dice que la lucha actual contra Ortega es la misma que se hizo contra Somoza. “En los setenta luchábamos por conquistar la libertad, la justicia, el respeto a los derechos humanos y el establecimiento de un régimen democrático, con desarrollo económico y justicia social. Hoy el pueblo de Nicaragua está de nuevo en la lucha, pero de forma cívica y pacífica, y pagando altísimos costos en sufrimiento”, afirmó Torres.
Igual que Somoza
A Daniel Ortega sus detractores lo comparan con el dictador Anastasio Somoza, incluso consideran que lo superó. “Ortega es peor que Somoza en algunos aspectos”, dice el general en retiro Hugo Torres. Mencionó que en la época de los Somoza la “mayoría de los sindicatos eran independientes, pero Ortega compró a los sindicatos” que comulgaban con el FSLN y “por eso llevábamos 11 años sin protestas”, afirma Torres.
Los niveles de corrupción en las instituciones y la acumulación de riqueza económica de la familia Ortega-Murillo así como de los que comprenden su círculo de poder, son para Torres aspectos del sistema represivo que se ha construido y que al verlo desmoronándose por el descontento social es que hoy la dictadura está afianzada.