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Aquí estoy, vivo aún

Rosario Murillo ha hecho del Frente Sandinista una secta, donde hay un dios, Daniel Ortega, en nombre de quien ella habla y gobierna como suma sacerdotisa

Aquí estoy

Daniel Ortega es un hombre de 74 años, sumamente enfermo, con ataques de pánico y pocas ganas de relacionarse con el mundo exterior. Ya ni siquiera manda. Es una figura decorativa, que pasa en el closet gran parte de tiempo y es una sacerdotisa quien sale a hablar en su nombre. Daniel Ortega podría haber muerto hace un año, y aquí estaríamos en lo mismo, oyéndolo a través de alguien cada mediodía. O sea, es un hombre que está viviendo sus últimos días o años, como señaló hace poco Edén Pastora. Mientras no se sepa que está muerto, no hay problema. El asunto es que una muerte como la suya no se puede esconder durante mucho tiempo. Y vendrá la debacle en el sandinismo. Por eso debe salir de vez en cuando en comparecencias donde el único propósito es decir: “Aquí estoy, vivo aún”.

Secta

El Frente Sandinista, en manos de Rosario Murillo, se convirtió en una secta. No se pide razonamientos. Al contrario, quienes piensan por su cuenta son expulsados. Es un acto de fe, lo que se pide. No se cuestiona, no se piden pruebas. Solo se obedece, y se da por cierto todo lo que diga el dios Daniel Ortega a través de la suma sacerdotisa Rosario Murillo. Por eso, los militantes sandinistas aceptan mansamente que su líder desaparezca en tiempos de mayor incertidumbre, y confían que allá en su Olimpo los observa y está trabajando por ellos, aunque lo más seguro sea que Ortega esté echado en una hamaca, viendo películas o series por Netflix.

Caudillo

El problema del Frente Sandinista actual es que después de Daniel Ortega no hay nada. No lo digo solo yo, o el sentido común, sino que lo dicen ellos mismos. Miren lo que declaró hace un par de días Edén Pastora a una página mexicana: “No existe en el Frente Sandinista quien pueda sustituirlo, por esas características que posee y lo han convertido en un caudillo. Ya no es un líder político, sino un caudillo y como tal hoy es insustituible”.

Deificación

Podemos estar en desacuerdo con los méritos que le atribuye Pastora a Ortega, pero no con esa condición de “insustituibilidad”, que es bastante artificial, déjenme decirles. El Frente Sandinista tal cual lo conocemos hoy se ha venido forjando, por insistencia de Rosario Murillo, principalmente, en esa secta cuyo fundamento es en la deificación de Daniel Ortega. Colocar a Daniel Ortega por sobre todos, como si fuese un dios. No tiene que hacer nada. Ni siquiera aparecer, porque la construcción del liderazgo de Ortega es un acto de fe más que de raciocinio. Cualquier otro liderazgo que emerja, es descabezado, a veces violentamente. Nomás recordemos los casos de Dionisio Marenco, Herty Lewites o el mismo Carlos Guadamuz.

Mío Cid

Guardando las distancias, la aparición de Ortega este miércoles me recordó aquella historia de la épica española sobre el Mío Cid. Era el año de 1099, y la ciudad de Valencia estaba sitiada por los moros. Su gobernador, Rodrigo Díaz de Vivar, El Cid, cayó mortalmente herido por una flecha perdida cuando revisaba las defensas. Los moros celebraron toda la noche la inminente caída de la ciudad. Adentro, la soldadesca estaba abrumada porque no sabía si su líder vivía o moría. El grupo cercano al Cid decidió embalsamar su cuerpo, montarlo sobre su caballo Babieca, y salir a dar batalla por la mañana a los moros. Así, el Cid ganó su última batalla ya muerto. Daniel Ortega está lejos de ser el guerrero que fue el Cid, y la única comparación con esta historia es que posiblemente su destino sea que desaparezca por tiempos, lo saquen de cuando en cuando para animar a su soldadesca y así estará “gobernando” aunque esté muerto o imposibilitado.

Show

Lo que vimos este miércoles fue un show. Luces. Mucho maquillaje. Filtros de cámaras. Un Daniel Ortega rozagante, saludando de manos a los presentes, que habló sin decir nada, porque su único mensaje era decir con su presencia “Aquí estoy, vivo aún”, como lo hizo hace mil años el Mío Cid embalsamado. Porque, bien sabemos, hay muertos en vida.

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