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Managua, Nicaragua. 09/07/2020. Cronica sobre la vida cotidiana y la normalidad en tiempos de Covid-19 en el puerto Salvador Allende. Oscar Navarrete/ LA PRENSA.

Crónica | Malecón: La hora feliz en la época del Covid-19

La zona próxima al lago luce muy espaciosa ante la falta de visitantes

En el Malecón de Managua, allá donde el Gobierno construyó la Plaza de Chile, una muchacha gorda y bonita corre en ropa de hacer ejercicios, con una indumentaria en el abdomen que le ayuda a sudar más. Antes corría cerca de Tiscapa, pero cuando surgió la pandemia del Covid-19, lo comenzó a hacer en la zona cercana al lago.

Ella asegura que siempre usa mascarilla, pero cuando corre se suda mucho y le estorba. Así que en esta ocasión no la usa. “De todos modos, no está viniendo mucha gente”, dice, mientras continúa corriendo. Y es cierto.

El Malecón parece agrandado, pero es solo una ilusión debido a que se ve mucho espacio vacío por la falta de la afluencia de vehículos, de personas que llegaban a practicar manejo, y también de personas que llegaban a correr. Lo resienten los vendedores de hotdogs, hamburguesas y gaseosas, quienes están vendiendo muy poco.

Lo resienten también los negocios pro gobierno de la zona, como el Paseo Salvador Allende, donde está cerrado el parque acuático. A la Casa del Maíz llega poca gente. Se ve un poco más concurrida la Casona del Café.

El local que se resiste a lucir abandonado es el Puerto Salvador Allende. En la entrada siempre hay policías y vigilantes. Este martes por la tarde, las pocas personas que llegaban a pie se metían la mano en los bolsillos para sacarse los cinco córdobas que vale la entrada peatonal, pero el guarda les aclaraba que entre las 3:00 y las 6:00 de la tarde es “hora feliz” en el Puerto y no se paga la entrada.

No es suficiente para llenar el lugar. Los bares lucen vacíos. “La gente tiene como 22 días de estar viniendo más”, dice un mesero. “Pero esto estaba muerto”, agrega.

El mesero sigue con el lamento. “La gente viene a esos quiosquitos (ubicados en la periferia del Puerto) pero traen su propia comida y aquí solo compran gaseosas, una o dos”, dice.

En uno de los bares más grandes del lugar, donde hay como 20 mesas disponibles, solo en dos de ellas había clientes. En una de ellas estaba un hombre de más de 60 años de edad, con una mujer como de 35. A él lo llamaron por teléfono, se alejó de la mujer y comenzó a hablar. Después regresó donde ella, pagó la cuenta y se fueron. Lo habían llamado de la oficina. Quedó solo una mesa ocupada.

En los días más alarmantes de la pandemia, allá por Semana Santa, el Malecón de Managua sí que estaba desierto. Pero desde hace unos 22 días, dice un vigilante del lugar, se está viendo que llega más gente. “Aquí había muchos negocios cerrados. Ya están abriendo algunos de ellos. Se llena más por las noches y los fines de semana”, dice el guarda.

Cerca de donde el Gobierno construyó réplicas de las casas de Darío y de Sandino, una familia completa estaba sentada. Sin mascarillas. “Mirá, la enfermedad se ha parado. Y sí usamos mascarillas, pero ya todo el día cansa. Nosotros nos hemos enfocado más en Dios. Esto es cosa de Dios”, expresa el patriarca.

Cerca de ahí, en el Parque Central de Managua, dos parejas de enamorados, las únicas, se besaban apasionada y constantemente. Los más jóvenes, uno de ellos, el varón, dice: “Sí nos da miedo el Covid, pero ahorita esto está vacío”, dice, mientras los otros se ríen.

La frase lapidaria de la tarde fue la de un raspadero: “Hay días que no vendo ni uno”.

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