El 9 de noviembre de 2004 la muerte encontró a María José a la salida del Instituto Autónomo Nacional de Juigalpa, que funcionaba como Centro de Cómputos Departamental en Chontales; ella aguardaba los resultados de las elecciones municipales realizadas pocos días atrás.
Aquella noche, María José estaba entre un grupo de varias personas esperando que los funcionarios salieran para dar alguna explicación del reclamo de un grupo político, cuando sonó un disparo y casi de inmediato María José cayó de bruces con una bala en el corazón.
La historia de su muerte se contó ampliamente en LA PRENSA: “Eugenio Hernández, exalcalde liberal de El Ayote, disparó en un arranque de odio contra quienes demandaban transparencia en los resultados electorales y asesinó a la joven madre, a quien conocía como reportera de este Diario”.
María José tenía 26 años y antes había estado investigando sobre una banda de abigeato en la zona, donde se involucraba al exalcalde.
Hernández negó haber disparado a propósito, alegó que la pistola se le disparó por accidente y que nunca quiso asesinar a la periodista.
Pese a altibajos en el proceso judicial y teorías disparatadas sobre el disparo, la investigación finalmente demostró lo contrario y Hernández González fue declarado culpable de asesinato por un tribunal de jurado, el 25 de enero de 2005.
Fue condenado a 25 años de cárcel y debía salir 9 de noviembre de 2029, pero las puertas del penal se le abrieron antes y solo purgó 15 años y medio de prisión.
La polémica política de la dictadura Ortega Murillo de liberar a reos de delitos comunes benefició a Hernández el pasado 13 de mayo y lo libró de casi nueve años de la sentencia por asesinato.
Su liberación junto con otros 2,814 presos no pasó en silencio: el nombre de María José Bravo volvió a resonar entre la prensa independiente que clama sobre el sombrío panorama de la justicia en Nicaragua, donde las puertas de las cárceles se abren para los asesinos y se cierran para los periodistas.
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Recordando a María José
María José Bravo Sánchez era una mujer de complexión ligera y carácter apacible, de apenas 1.50 metros y 100 libras de peso. Nació en 1978 en Santo Tomás, Chontales y desde joven se acostumbró a la vida del campo.
Quienes la conocieron la recuerdan tímida y de pocas palabras, pero firme en sus modos y con ideas profundas de superación personal.
“Era una luchadora ante todas las desventajas de ser mujer y de origen campesino”, dice una antigua compañera de estudios y trabajo que compartió aula y sala de redacción con ella.
“Una vez que entraba en confianza se abría a exponer sus ideas y compartir sus sueños. A como dicen, no se dejaba vencer fácilmente y si algo no la parecía, luchaba por cambiarlo. No se resignaba fácilmente”, recuerda.
Un ejemplo. A María José no le gustaba su segundo nombre, Francisca; un día juró cambiárselo y lo hizo, rebautizándose como María José con abogado, testigos y la renuencia de su madre que le debía el milagro de su parto a San Francisco.
¿Cómo era físicamente? María José era menuda y humilde en su forma de vestir. Tenía una sonrisa discreta, siempre usaba el pelo largo debajo de los hombros y casi nunca alzaba la voz para hablar.
O eso se creía: una vez, un funcionario de una delegación policial le gritó delante de un grupo de periodistas y todos se sorprendieron cuando María José se regresó ante el uniformado y señalándolo con el lapicero le dijo: “Ni soy su hija, ni su empleada y menos su mujer. A mí no me vuelva a gritar o lo denuncio con su jefe. Usted no me conoce”.
El policía se sorprendió y no supo cómo reaccionar ante la valentía de María José. Luego ella misma contaba que desde aquella vez el policía evitaba verla a los ojos y procuraba hablarle suave cuando ella llegaba a buscar datos a la delegación.
Otra colega que cursó clases con ella en la UCA recuerda que cuando María José se quedaba en su casa para hacer tareas prefería oír música antes que sentarse frente a la televisión.
“Amaba la música y el cine, le gustaban las películas de acción y las canciones alegres”, detalla.
Ella la recuerda tarareando “Yo no fui” de Pedro Fernández y rememora que sus amigos de universidad solían reír al escuchar la letra en su voz: “Si te vienen a contar cositas malas de mí, manda a todos a volar, diles que yo no fui”.
Inolvidable en la UCA
María José inició la carrera de Comunicación Social en la UCA en 1995. Tenía 17 años, nunca había vivido en Managua y estaba convencida de que su misión era hacer radio.
Una antigua profesora de la carrera de Comunicación Social de la UCA la recuerda como una muchacha tenaz en el aprendizaje del periodismo radiofónico y muy apegada a su terruño: cada viernes llegaba a la UCA con su maleta y volvía a Santo Tomás al terminar la última clase.
“Usualmente una por experiencia piensa que la gente del campo tiene pocas probabilidades de terminar la carrera que inician, que desertan antes del primer año, pero María José no solo se quedó y terminó la carrera, sino que mantuvo la beca hasta tercer año, cuando renunció a ella”, recuerda.
Según una antigua colega de monografía de María José, graduarse de la UCA en Ciencias de la Comunicación y alzar su diploma en 1999 fue su primer gran logro en la vida.
Celebró con su madre y su hermana con un banquete, pensando que aquella graduación era solo el inicio de una carrera prometedora. Iba por ese rumbo.
A los 23 años se le cumplió el sueño de ser periodista: aplicó a un examen de prueba en LA PRENSA y la contrataron como corresponsal del diario más prestigioso del país.
“Andaba que no se lo creía. Decía que mucha gente empezó a verla con respeto y admiración en su pueblo, porque nunca habían tenido un periodista que trabajara para LA PRENSA”, dice otro excolega que la conoció en una capacitación que este Diario hizo para los nuevos corresponsales en la sala de redacción.
Una de sus mejores amigas recuerda que María José le comentó que no se quería quedar con el diploma de licenciada y solo con el oficio de corresponsal, sino que aspiraba a más porque ya para entonces tenía a su hijo recién nacido, Néstor José.
Un premio en su memoria
“Motivada por eso volvimos de nuevo a la UCA a estudiar un posgrado y seguir buscando escalar en la vida académica y profesional”, recuerda.
Ingresaron a estudiar el Posgrado en Comunicación y Derechos de la Niñez por un año en horario sabatino, con la idea de sacar luego una Maestría en Comunicación, siempre en la UCA.
Cuando mataron a María José, le quedaba menos de un mes para concluir el posgrado.
En diciembre de 2004, por acuerdo unánime entre los colegas del posgrado y las autoridades de la UCA, la promoción se le dedicaron a ella como homenaje póstumo: consagraron un minuto de silencio, hicieron una oración, dejaron vacío el asiento que solía ocupar en clase y al final la ovacionaron al develarse una fotografía gigante de ella.
Desde entonces el nombre de María José Bravo y su rostro quedó grabado en la UCA, cuyas autoridades, en su honor, instituyeron en 2007 el Certamen Nacional a la Excelencia Periodística María José Bravo, que por seis años consecutivos reconoció a quienes, como ella, ejercieron el periodismo con pasión y compromiso.