Este es seguramente el regreso más dramático en la historia política de Estados Unidos.
Cuando Donald Trump perdió frente a Joe Biden en 2020, aquello parecía la sentencia de muerte de su carrera política.
Su primer mandato terminó en caos y con una condena social incluso por parte de miembros de su propio partido.
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Cuatro años después, Donald Trump se dispone a regresar a la Casa Blanca, luego de que millones de estadounidenses votaran para darle una segunda oportunidad.
“Lo derriban y se levanta el doble de enfocado. No creo que nadie deba sorprenderse de esta remontada”, dijo Bryan Lanza, asesor político del ahora presidente electo.
El líder republicano hará su regreso triunfal como un hombre que parece a prueba de balas en la política, con un plan de acción detallado y filas de seguidores leales.
Un breve exilio
Hace cuatro años, Trump parecía derrotado.
Su oponente demócrata, Joe Biden, le había ganado por un cómodo margen en las elecciones presidenciales de noviembre del 2020.
La justicia había rechazado sus intentos de impugnar esos resultados.
Semanas después de la derrota, una turba de seguidores de Trump invadió con violencia el Capitolio, en Washington, para detener la certificación del triunfo electoral de Biden.
El ataque hizo que los que estaban adentro del Capitolio corrieran en busca de seguridad, mientras cientos de agentes del orden resultaron heridos.
Como consecuencia, algunos funcionarios de la administración de Trump, como la secretaria de Educación, Betsy DeVos, y la de Transporte, Elaine Chao, renunciaron a sus puestos días antes del fin del gobierno (enero de 2021) a modo de protesta.
“No hay duda del impacto que su retórica tuvo en la situación y ese es el punto de inflexión para mí”, escribió DeVos en su carta de renuncia al presidente.
Incluso el senador republicano por Carolina del Sur, Lindsey Graham, uno de los aliados más cercanos de Trump, rompió con el expresidente.
“Lo único que puedo decir es que no cuenten conmigo. Ya es suficiente”, dijo en el Senado.
El alejamiento de Trump se extendió al mundo corporativo, ya que docenas de grandes empresas –incluidas American Express, Microsoft, Nike y Walgreens– anunciaron que suspendían el apoyo a los republicanos que habían desafiado los resultados de las elecciones de 2020.
El día de la investidura de Biden, Trump rompió con 152 años de tradición al negarse a asistir a la ceremonia y, en su lugar, voló de regreso a su club privado en Mar-a-Lago esa misma mañana, acompañado por un puñado de sus colaboradores más cercanos y de su familia.
Su estado de ánimo era lúgubre, según Meridith McGraw, autora de Trump in Exile (Random House, 2024), un relato del tiempo que pasó el expresidente después de dejar la Casa Blanca.
“Estaba enojado, frustrado, inseguro de cómo pasar sus días y sin un plan para su futuro político”, dijo la autora.
La cobertura mediática y las conversaciones políticas de ese mes reflejaron esa incertidumbre sobre su futuro.
Después de una clara derrota electoral seguida de las escenas caóticas en el Capitolio, algunos fueron aún más contundentes, sugiriendo que no había vuelta atrás para Trump.
“Y así, la audaz, explosiva y a veces brillante carrera política de Donald J. Trump llega a su fin”, decía un artículo de opinión en The Hill.
Mientras que un artículo de opinión en The New York Times, publicado en enero de 2021, declaraba: “El terrible experimento ha terminado”. El titular de ese artículo era aún más directo: “Presidente Donald J. Trump: El fin”.
Pero antes de que Trump partiera hacia Florida el día de la investidura, dio pistas de lo que estaba por venir.
“Los amamos”, dijo en comentarios a sus partidarios en la pista de una base de la Fuerza Aérea de Maryland.
“Volveremos de alguna forma”, agregó.
Una semana después, quedó claro que Trump no tendría que esperar mucho para afirmar su continua influencia política: el partido republicano volvió a él.
El congresista de California Kevin McCarthy, líder republicano en la Cámara de Representantes, visitó al expresidente en Mar-a-Lago, posando para una foto junto a un radiante Trump.
Inmediatamente después del ataque del 6 de enero, McCarthy había dicho que Trump tenía “responsabilidad” por la violencia de la turba y recomendó que el Congreso lo censurara formalmente por su conducta.
Pero días después se comprometía a trabajar con el expresidente para ganar una mayoría en el Congreso en las elecciones de mitad de período del año siguiente (2022).
Mientras el Senado de Estados Unidos, controlado por los demócratas, se preparaba para celebrar el juicio político a Trump, la peregrinación de McCarthy a Palm Beach ilustró que uno de los republicanos más poderosos del Congreso todavía veía al expresidente como un hacedor de reyes.
“La visita de McCarthy realmente le abrió la puerta a Trump”, dijo Meridith McGraw.
“Fue un permiso para que los republicanos que habían criticado a Trump lo perdonaran y siguieran adelante”, agregó.
El juicio de Trump en el Senado terminaría en absolución, ya que la mayoría de los republicanos, incluidos algunos críticos abiertos como el líder de la minoría del Senado, Mitch McConnell, votaron en contra de una condena que podría haber llevado a que el expresidente fuera inhabilitado para futuros cargos electivos.
McConnell había dicho que la conducta de Trump en el asalto al Capitolio fue “una vergonzosa negligencia en el cumplimiento del deber”, pero decidió no dar el paso que podría haber terminado de manera definitiva con la carrera política del expresidente, tal vez por miedo a terminar efectivamente con la suya.
Los republicanos también temían que el expresidente pudiera crear un tercer partido que le quitara apoyo a los republicanos, preocupaciones que los colaboradores más cercanos de Trump hicieron poco por disipar.
“Claramente depende de los republicanos si esto se vuelve algo más serio”, dijo en su momento Jason Miller, un veterano asistente de comunicaciones de Trump, en una entrevista con Fox News.
Durante el mes siguiente, Trump estuvo principalmente dentro de los cómodos confines de su club Mar-a-Lago, aventurándose solo para una ronda de golf o una cena privada.
A fines de febrero, cuando el furor en torno al asalto al Capitolio disminuyó, estaba listo para celebrar su primer evento público.
En la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC, por sus siglas en inglés), un encuentro de derechas que se celebra en Estados Unidos, el expresidente demostró que todavía contaba con la lealtad de la base republicana.
Dirigiéndose a miles de seguidores que lo vitoreaban en un enorme centro de conferencias de un hotel, Trump se deleitó con el resplandor de su adoración.
“Me presento ante ustedes hoy para declarar que el increíble viaje que iniciamos juntos está lejos de terminar”, señaló.
También insinuó, tímidamente, que podría vencer a los demócratas “por tercera vez” en 2024.
Una encuesta oficial de los asistentes a la conferencia solo subrayó lo que para entonces era obvio.
El 68% de los encuestados dijo que Trump debía presentarse a la presidencia nuevamente.
Mientras que el 55% dijo que votaría por él en una primaria disputada, más del doble del candidato que quedó en segundo lugar, el gobernador de Florida Ron DeSantis.
“Trump y su equipo estaban bastante nerviosos por ese discurso”, dijo Meridith McGraw, autora de Trump in Exile.
“Psicológicamente fue un momento muy importante para Trump y sus aliados cuando recibió una recepción tan positiva”.
Después de una breve pausa, Trump reactivó su flujo constante de correos electrónicos de recaudación de fondos a sus partidarios y reanudó la celebración de sus mítines al aire libre que parecían carnavales.
“¿Me extrañan?”, preguntó Trump en una reunión en junio en Ohio. La multitud respondió con vítores.
“Me extrañan”, concluyó.
Elecciones intermedias
Si el año 2021 fue un indicio de la influencia de Trump dentro del Partido Republicano, las elecciones de mitad de mandato de 2022 lo confirmaron.
Para entonces, las fuerzas militares estadounidenses se habían retirado de Afganistán de forma aleatoria, lo que provocó la caída del gobierno de esa nación, respaldado por Estados Unidos.
Los precios de la gasolina y la inflación se acercaban a máximos no vistos en décadas. El crecimiento económico de Estados Unidos, que se había estado recuperando de las perturbaciones de la pandemia, se tambaleó.
Los índices de aprobación de Biden cayeron a territorio negativo. Y el entorno político que había parecido tan hostil a Trump a principios de 2021 estaba empezando a cambiar.
“Joe Biden no abordó las principales preocupaciones de los votantes”, dijo Bryan Lanza, el asesor político del ahora presidente electo.
“Eso le dio una oportunidad a Donald Trump”, agregó.
Mar-a-Lago se convirtió en un punto de parada obligatorio para cualquier candidato conservador que buscara convertirse en la carta electoral de su partido.
El respaldo de Trump era el premio más codiciado: una clave para desbloquear los dólares de recaudación de fondos y el apoyo conservador de base.
Cuatro de los seis miembros republicanos de la Cámara de Representantes que votaron a favor de un segundo juicio político en contra de Trump y que se postulaban para la reelección, fueron derrotados por candidatos respaldados por Trump en las primarias del partido.
Mientras tanto, candidatos al Senado como JD Vance, en Ohio, y Herschel Walker, en Georgia, avanzaron con la ayuda del apoyo de Trump.
“Su respaldo prácticamente garantizaba una victoria en las primarias”, dijo Brian Seitchik, quien trabajó como director estatal de Arizona para la campaña de Trump en 2016 y como director regional del oeste en 2020.
Pero si la primera mitad de 2022 fue una buena noticia inequívoca para el exmandatario, las elecciones de noviembre pintaron un panorama muy diferente.
De los cuatro candidatos destacados al Senado respaldados por Trump, solo uno -JD Vance- derrotó a su oponente demócrata.
Si bien los republicanos recuperaron por poco el control de la Cámara de Representantes, el partido tuvo un desempeño en gran medida inferior y los demócratas conservaron el control del Senado.
En Florida, el gobernador Ron DeSantis obtuvo una sorprendente victoria de reelección con casi 20 puntos de ventaja, lo que alimentó las especulaciones de que podría ser el verdadero favorito para la nominación presidencial republicana de 2024.
Mientras tanto, Trump estaba furioso y atribuía las deficiencias republicanas al apoyo del partido a restricciones impopulares al aborto y a la lealtad insuficiente a su propia marca.
Apenas unas semanas después de las elecciones intermedias, cuando los expertos todavía se preguntaban si el momento político del expresidente había pasado, Trump lanzó formalmente su campaña presidencial de 2024.
El camino de Trump hacia la nominación
El inicio de su candidatura presidencial pareció sorprendentemente inoportuno.
Apenas unas semanas después del fracaso de los republicanos en las elecciones de mitad de mandato, Trump saltó a los titulares cuando muchos aún se preguntaban si había perdido su instinto político.
Su anuncio formal, celebrado en los acogedores confines de Mar-a-Lago, hizo que su campaña pareciera insular y poco adaptada a las realidades políticas de ese momento.
Posteriormente sería noticia por todas las razones equivocadas: cenando en Mar-a-Lago con Nick Fuentes, un prominente nacionalista blanco, y publicando en las redes sociales que las reglas de la Constitución de Estados Unidos deberían “terminarse”, lo que le permitiría volver a ser presidente.
“De Acción de Gracias a Año Nuevo fue una época bastante oscura en la campaña de Trump”, dijo McGraw.
Los republicanos tenían sus dudas.
Entre bastidores, sin embargo, Trump estaba reuniendo un equipo de campaña que -a diferencia de 2016 e incluso de 2020- estaba encabezado por experimentados operadores políticos.
Puede que Chris LaCivita y Susie Wiles no sean nombres conocidos, pero el primero era un veterano de la política republicana con décadas de experiencia y la segunda había ayudado a convertir Florida en un bastión conservador.
Los dos trabajaron con Trump para formular una estrategia de primarias presidenciales.
Mientras Ron DeSantis estaba enfrascado en sus obligaciones oficiales en Florida, Trump se apresuró a definir los contornos de la campaña, dijo Bryan Lanza.
Y mientras otros postergaban al gobernador de Florida, Trump lo golpeó de frente, rebajándolo y disminuyéndolo.
“Todo el mundo pensaba que Ron DeSantis estaba en un poderoso vértice de la política que no podía ser derribado”, dijo Lanza.
“Donald Trump lo derribó”, añadió.
El bando de Trump también recibió un impulso de la más improbable de las fuentes: los fiscales de Nueva York, Georgia y el Departamento de Justicia en Washington.
El riesgo criminal del expresidente -que comenzó con la búsqueda por parte del FBI de documentos confidenciales de seguridad nacional en Mar-a-Lago en agosto de 2022 y culminó con una serie de acusaciones formales en 2023-, se convirtió en un tema central en la lucha por la nominación presidencial republicana, que se desarrollaba rápidamente.
La fotografía policial de Trump, que aparecía en una cárcel de Atlanta en agosto, pronto apareció en camisetas de campaña.
Para muchos en la izquierda, finalmente se estaba haciendo justicia. Pero entre el tipo de votantes conservadores que eligen al candidato de su partido en estados de votación anticipada, como Iowa, New Hampshire y Carolina del Sur, se convirtió en un momento para apoyar al atribulado líder de su partido.
La encuestadora conservadora y estratega política Sarah Longwell entrevistó a un panel de republicanos de Iowa en junio de 2023, una semana después de que el Departamento de Justicia acusara a Trump de cargos relacionados con el mal manejo de documentos gubernamentales confidenciales.
“Creo que le están tendiendo una trampa”, dijo uno.
“Esto es una interferencia electoral como nunca antes hemos visto”, añadió otro.
Las acusaciones, según Lanza, crearon una división dentro del Partido Republicano entre quienes vieron la acusación como un abuso de poder y quienes no.
En el otoño de 2023, Trump había obtenido una enorme ventaja en la mayoría de las encuestas de las primarias republicanas.
Se saltó los debates de estas primarias y se concentró en consolidar su apoyo entre los votantes de base a través de sus mítines característicos y la organización de las bases.
A pesar de recaudar casi 200 millones de dólares en fondos de campaña, Ron DeSantis quedó fuera de la carrera a los pocos días de terminar en un distante segundo lugar en los caucus de Iowa de enero de 2024.
Después de que Trump venciera fácilmente a la exgobernadora de Carolina del Sur, Nikki Haley, la lucha por las primarias republicanas estaba prácticamente terminada.
Por tercera elección presidencial consecutiva, la nominación del partido fue suya.
Pruebas, tribulaciones y triunfos
El drama judicial de Trump puede haber sido una bendición para su fortuna política, pero también vino con un peligro legal real.
En mayo de 2024, un jurado de Manhattan condenó a Trump por 34 delitos relacionados con el pago de dinero a la estrella del cine para adultos Stormy Daniels.
Sin embargo, cada revés judicial parecía ir seguido de una victoria mayor.
Su sentencia se retrasó hasta después de las elecciones presidenciales, las acusaciones documentales en Florida fueron descartadas y la Corte Suprema dictaminó que los presidentes tienen inmunidad total para los actos oficiales.
Fuera de las salas de los tribunales, la campaña de Trump avanzaba.
Una actuación vacilante y confusa de Biden en su debate de finales de junio con el expresidente dejó a los demócratas en pánico total, mientras los índices de aprobación de Trump y los números de las encuestas eran cada vez más altos.
Y después de un intento de asesinato en su contra, a mediados de julio, llegó a la Convención Nacional Republicana en Milwaukee como un héroe para sus partidarios.
“Allí vimos lo unificado que parecía el Partido Republicano, realmente por primera vez en mucho tiempo”, dijo McGraw. “Se sentían increíblemente confiados”.
El jefe de Tesla, Elon Musk, el hombre más rico del mundo, respaldó públicamente al expresidente y comenzó a financiar una operación de organización masiva en estados clave de la contienda.
El orgullo republicano -el orgullo por Trump- estaba por las nubes.
En ese momento, parecía que el regreso de Trump a los pináculos del poder estadounidense desde las profundidades del 6 de enero de 2021 estaba casi completo.
Una campaña que había derrotado primero a DeSantis y a sus otros rivales republicanos estaba ahora preparada para asestar un golpe de gracia a Biden y a los demócratas.
Pero tres días después de que Trump aceptara formalmente la nominación presidencial del Partido Republicano, Biden abandonó su candidatura a la reelección y apoyó a su vicepresidenta, Kamala Harris.
En cuestión de pocas semanas, Harris consolidó el apoyo de su partido, inyectó nuevo entusiasmo a los demócratas e incluso se situó por delante del expresidente en algunas encuestas.
Los esfuerzos de Trump no se vieron ayudados por su actuación dispersa en el debate contra Harris en septiembre y una aparente dificultad para reorientar su campaña para enfrentarse a su nuevo oponente, cuyas fortalezas -y debilidades- eran decididamente diferentes a las de Biden.
“Trump realmente no se puso a prueba hasta que Harris entró en la carrera”, dijo el colaborador de Trump, Brian Seitchik.
A medida que se acercaban las elecciones, la incertidumbre sobre quién iba a ganar se mantenía.
Pero en la madrugada de este 5 de noviembre, ya no quedaron dudas: con una contundente victoria ante Kamala Harris, Trump logró un regreso triunfal a la Casa Blanca.
¿Se avecina una “reorientación fundamental”?
Trump volverá a la presidencia habiendo superado obstáculos (legales y políticos, muchos de ellos de su propia creación) que pocos presidentes han enfrentado.
Con el control de las riendas del poder, y sin la carga de tener que enfrentarse nuevamente al juicio de los votantes, Trump podrá hacer desaparecer esos peligros legales.
Y, a diferencia de su primer mandato, esta vez llegará a la Casa Blanca con un equipo de asesores y posibles funcionarios de la administración que le son totalmente leales.
Su intención de reorganizar drásticamente la burocracia federal podría sustituir a los funcionarios de carrera por discípulos políticos.
Además, Trump podría imponer nuevas restricciones a la inmigración, promulgar sus planes de deportación masiva de residentes indocumentados e imponer aranceles diseñados para proteger el empleo estadounidense, pero que podrían aumentar significativamente el coste de los productos importados.
Los demócratas advierten de que esta puede ser una presidencia sin “vallas de contención” para limitar lo que dicen que son las propuestas más peligrosas de Trump.
Los republicanos, un partido que se ha rehecho a imagen y semejanza de Trump, esperan que éste pueda promulgar más eficazmente su agenda sin la resistencia interna a la que se enfrentó en su primer mandato.
Ahora como presidente electo, Trump podría remodelar fundamentalmente el gobierno estadounidense para las generaciones venideras.