La victoria electoral de Donald Trump y el Partido Republicano de Estados Unidos (EE. UU.) en las elecciones del pasado 5 de noviembre ha seguido causando comentarios e interpretaciones de toda clase.
Victoria “aplastante”, triunfo “arrasador”, paliza “abrumadora y “apabullante”, son, entre otros, los adjetivos calificativos que diversos comentaristas dan al resultado electoral. Dicen que no se puede calificar de otra manera una victoria tan rotunda como la de Trump, quien obtuvo 312 votos electorales y solo necesitaba 270 para ganar. En cambio, la señora Kamala Harris apenas consiguió 226. Además, Trump tuvo casi 4 millones de votos populares más que la todavía vicepresidenta de EE. UU.
Ciertamente, el triunfo electoral de Trump fue contundente. Pero no ha sido barrida ni aplastamiento si nos atenemos a que la palabra barrer significa “eliminar por completo una cosa o un conjunto de cosas o de personas de un lugar”. Y aplastar quiere decir “deformar una cosa por presión o golpes, aplanándola o disminuyendo su grueso o espesor”.
Eso no fue lo que ocurrió en las elecciones estadounidenses del 5 de noviembre. Además, en democracia no hay barrida ni aplastamiento del que pierde una elección. EE. UU. es un país democrático y de la victoria de Trump y los republicanos se puede decir que ha sido convincente y rotunda, pero no ha aplastado a Kamala Harris ni al Partido Demócrata. Ni siquiera barrió ni aplastó a los otros 7 partidos políticos que participaron en los comicios, los cuales por ser tan pequeños ni siquiera fueron mencionados por la prensa.
Obviamente, esos otros candidatos que con su participación dieron fe de la tolerancia política y el pluralismo de la democracia de EE. UU. no fueron aplastados ni liquidados. Siguen siendo ciudadanos libres con los mismos derechos y obligaciones que todos los demás. Y como minoría, por ínfima que sea, son respetados.
En la democracia, el mecanismo para conseguir el poder es la regla de la mayoría. Gana el candidato y partido que obtiene la mayor cantidad de votos y pierden todos los demás. Pero los que quedaron en minoría conservan sus derechos y el partido y líder que ganó tiene la obligación de gobernar para toda la nación y la sociedad.
La verdad es que la democracia solo puede funcionar y ser aceptada si todos los ciudadanos y los actores políticos sienten que son parte de ella y que sus intereses, sentimientos y opiniones son tomados en cuenta por los que recibieron el mandato popular de gobernar.
Es en las dictaduras donde hay aplastamiento, liquidación y negación de las minorías políticas, no en la democracia. Un sistema político en el que quien gana la elección acapara todo el poder y gobierna solo para él y los suyos es un régimen despótico, tiránico, autoritario, dictatorial y cualquier otra cosa de esas, nunca democrático.
Por supuesto que los analistas y periodistas políticos seguirán hablando de aplastamiento electoral, humillación en las urnas y otros adjetivos parecidos, porque en la política también es común que se distorsione el lenguaje y se dé a las palabras un sentido distinto.
Pero eso es ignorar que una de las virtudes esenciales de la democracia es el respeto y reconocimiento de las minorías y sus derechos fundamentales.
Y es ignorar también que la democracia no es solo el gobierno de la mayoría, porque esta también puede gobernar despóticamente como en las llamadas “democracias populares” encabezadas por una “vanguardia revolucionaria” y un caudillo supuestamente iluminado.
¿Acaso no son suficientes los ejemplos de Nicaragua, Cuba y Venezuela?