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Poesía

La cazadora Mi señora, tan luego se levanta Va a cazar un venado matutino Sin miedo a los colmillos del zaíno Ni al mortal topetazo de la danta Entra con ojo alerta y firme planta En la espesura donde no hay camino, Y de los matorrales, repentino, Salta un venado que su paso espanta Ella […]

La cazadora

Mi señora, tan luego se levanta

Va a cazar un venado matutino

Sin miedo a los colmillos del zaíno

Ni al mortal topetazo de la danta

Entra con ojo alerta y firme planta

En la espesura donde no hay camino,

Y de los matorrales, repentino,

Salta un venado que su paso espanta

Ella rápida apresta su escopeta,

Veloz le apunta, le dispara y mata

Y después el marido que es poeta,

Cuando regresa la mujer que adora,

En un soneto clásico relata

La bella hazaña de la cazadora

Soneto a María Kautz en sus 73 años

Admirable María que has visto

Sin un solo momento inocupado

Sin un solo quehacer inacabado

Sin un segundo de tiempo perdido

Nunca has amado lo que no has querido

Pero lo que has querido los has amado

Y por eso tu mundo se ha poblado

De seres lleno de amor y de sentido

Subiendo, a la par tuya, sus peldaños

Yo he llevado las cuentas de tus años

Y aún la llevo sin darla concluida

Cada vez más feliz, más admirado

De verte y de ver en ti cómo los has logrado

A tanta edad llegar con tanta vida

Soneto a María Kautz en sus 80 años

Nada ha cambiado de verdad en vos,

Nunca dejas lo de hoy para otro día,

Lo que fuiste ayer sos todavía,

Siempre sos lo que sos y como sos

Tu vida ha sido vida para los dos,

Para mí y para vos, María mía,

Y viviendo los dos en compañía

Los años pasan sin decir adiós

Hemos pasado ya los ochenta años

—¡tantos que casi perdimos la cuenta!—

Yo con ochentidós, vos con ochenta.

Años de engaños y de desengaños

De penas y alegrías y secretos,

Llenos de hijos, de nietos y bisnietos

JOSÉ CUADRA VEGA

Eucaristía

Aquí, en mi hogar de la Colonia Centroamérica, en donde las albas surgen siempre, cotidianamente, como duras espadas de cristal, como diáfanas ágatas que emergen, pudorosas, con un trasfondo de broncíneo, oliváceo verdor.

Tengo mi hogar hecho de hijos, de nietos, de duras piedras y de bloques rudos. Tengo mi hogar aquí, en el que mi esposa, Doña Julia, susurra siempre un canto matinal, callado, lleno de diarios rutinarios quehaceres : poda el jardín, corta las rosas, los narcisos, los claveles, todas las flores que en la mañana irrumpen, jubilosas, al sol ardiente que las besa, más que también mañana, ay, sí, mas que también mañana estarán muertas.

Susurra ella no sé que canto, Dios, no sé que eterno canto de Ruth cantando en los trigales rubios su dorado, su angustiado cantar lleno de hambre, de pudor y de amor para Booz.

No sé que canto, Dios, de ahumada cocina,

De aromosas especies

De simples, deliciosos manjares,

De bien sazonados guisos,

De almidonada y planchada ropa,

De olorosas alacenas de cedro,

De despensas a veces semi vacías,

No siempre bien bastecidas,

De airadas alcobas,

De bien fregada loza,

De claros, rutilantes cristales,

De lampaceados pisos

De lamparitas llenas, llenas de aceite, de Tu aceite, Señor, de no-sé-que-Tú aceite en Tu costado

herido, mi dulce, mi terrible, mi pequeño gran Dios alanceado, pero ella, mi esposa, en sus

quehaceres diarios susurra, canta Tu nombre Santo, cuando dice, en la mañana clara, sobre el mantel familiar, tendido, el desayuno:

Y un día don José presintió que se moriría primero que su doña Julia

Cuando sus ojos, Doña Julia

Me miren

Y ya los míos

No puedan mirarla más

Y cuando su rostro bien amado

Sea un rostro sin rostro

Sin su suave perfil,

Oculto entre las sombras

Oscuras de la nada,

Hasta entonces, Doña Julia,

Será hasta entonces que yo

Podré verla en la más grande,

Podré verla en la más pura

Dimensión de Eternidad de Dios.

Sobre roca firme

—tú, una de cal; yo otra de arena—

Construimos este amor sin adjetivos

Henchido de sustancia.

Día a día

Noche a noche

—tú, una de cal; yo, otra de arena—

Levantamos el edificio

De este querer tan aplomado

Que todo los asienta

Y nada lo conmueve

Pálpito a pálpito

Caricia a caricia

Juego a juego

—tú, una de cal; yo otra de arena—

En jornadas inolvidables

Le dimos su recia arquitectura.

De un extremo al otro del día

De una punta a otra de la noche

—tú, una de cal; yo otra de arena—

Armamos este amor sin adjetivos

Sin otra argamasa

Que su propia sustancia.

Primer beso

En el filo mismo de las sierras,

Cogidos de las manos

—muda la boca, encendidos los ojos—

Tuyo fue mi primer beso

Y mío el primer desborde

De tu corazón de niña

CARLOS TUNNERMAN BERHEIM

Yo quiero un amor

quiero un amor

Yo quiero un amor que trascienda el tiempo

Triunfe del olvido y de la muerte,

Y sean nuestras almas,

Como en el milenario poema chino

“dos pájaros de vuelo inseparable”

Yo quiero tu amor, amada,

A ti clavado, tiernamente,

Hoy, mañana, siempre…

50 aniversario

Miro hacia atrás

Y mi camino está lleno de tu recuerdo

Surges en cada recodo, en cada esquina.

Tiendo la mirada hacia el futuro,

Y me acompañas, me guías, me sostienes.

Juntos vamos e iremos siempre

Aquí, ahora, allá, después.

Unidos, tú y yo, paso a paso,

En este amoroso caminar donde se unen

Vida y eternidad

La Prensa Literaria

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