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LA PRENSA/ AGENCIA

Vuelta por el Universo

La tarde veraniega de cielo despejado de la ciudad de Colonia deja caer sus 40 grados Fahrenheit, francos como una invitación a la desnudez impúdica y al bañarse alegre en las aguas del Rhein que divide la ciudad en dos subciudades disímiles en carácter y dinámica.

Por Daniel Ulloa

Agustavo pues

La tarde veraniega de cielo despejado de la ciudad de Colonia deja caer sus 40 grados Fahrenheit, francos como una invitación a la desnudez impúdica y al bañarse alegre en las aguas del Rhein que divide la ciudad en dos subciudades disímiles en carácter y dinámica.

Calor, sudor y música constelan con las minifaldas insolentes de la juventud, parafraseo a no sé quién, que ondean ligeras sobre columnas rubias o morenas, largas como un suspiro que dilatan las pupilas, mientras voy flotando en un vídeo con la mirada como si de una cámara que corre sobre una bicicleta se tratara, y Cerati hace su intro de Entspennungmusik delicado como la caída lenta de una pompa.

La gente camina en sus mundos ajenos a mi soundtrack y los autos cruzan a mi lado con cautela resoplando como caballos muertos y mecánicos. Aparece Gustavo con su inconfundible timbre en la primera estrofa: “Hoy que estás espléndida y que todo lo iluminas, demos un paseo, vuelta por el universo, pide algún deseo…”

Los pedales giran y mi respiración es el impulso de dos alas, un Roller rueda por la acera derecha y la impaciencia infantil que lo empuja va sorteando a la gente, evita un Kinderwagen, luego a una anciana que recién sale de la panadería y los chillidos de sus Adidas contra el piso se pierden serpenteando entre la gente o zigzagueando por puro placer:

“Nuestras almas al flotar son las nubes más brillantes”  hago coro: “Turbulencias, vuelta por el universo, cada vez más lejos”’ e imito el zigzagueo infantil de la niña de cabello suelto al sol, al viento como doradas réplicas de hilos de oro, y mi vista panorámica de la calle va coronada con una sonrisa dedicada al palpitar del día.

Llego a un cruce peatonal y una madre empuja el Kinderwagen que la niña sorteó antes y me sonríe confirmando así la victoria de mi estado espiritual, la viejita de los panecillos le sigue recontando su compra, confiada de las cebras blancas que marcan el territorio de los peatones que aquí en Alemania los conductores respetan. Resuena el riff de Cerati que me llega como una brisa olorosa a incienso dentro de una catedral. Reinicio mi vagar estilizado, rítmico, casi femenino por no decir europeo y latinoamericano en su despreocupación, y siento el milagro del mestizaje deambulando con dos inventos, para mí prodigiosos, la bicicleta y el MP3.

Ansiosos por el Mundial de Futbol, una gran cantidad de alemanes se arremolinan en los bares, hipnotizados por las pantallas planas de los televisores, apoyando a su equipo y manisfestando un nacionalismo raro en ellos producto de la mala fama que Hitler les heredara. Yo llevo un desplazamiento horizontal de gaviota volando a ras del suelo, suelto el timón y extiendo las alas: “y entre planetas navegar, atentos a un sonido… que no cesa” entonamos Gustavo y yo: “vuelta por el universooo… alto cada vez más altooo” y dos rubias saliendo del Rewe me miran con sendas sonrisas y dos sixpacks de cervezas Kölsh, continúan su rumbo frívolas y hermosas mientras yo arribo a Chlodwigplatz y me detengo ante una rotonda partida por la mitad como una naranja de concreto por las vías del U-Bahn. Al fondo la torre que era parte del muro en forma de anillo que protegía de agresiones extranjeras a la Colonia Claudia Ara Agrippinensium, en alusión a la emperatriz Agripina, me sugiere automáticamente: más de dos mil años te contemplan. ¡Sin embargo todo tirano cae! me digo como una golondrina que cruza inadvertida.

El tren circula lento, y en su interior tras sus amplias ventanas de cristal pulido e impecable, se pueden apreciar a sus pasajeros en sus mundos, con sus audífonos corriendo sus propios vídeos con diferentes soundtracks, mientras unos guitarrazos de Gustavo disuenan distorsionados y rompen la espiritualidad de la pieza, los chirridos de frenos metálicos, campanas de alarma, la fragilidad de la vida entre el acero y su peso descomunal, una rueda de Roller que salta por la calle bamboleándose solitaria como un ratón herido, el shock y el accidente cerebro bascular que hacen que Cerati ya no se entere de nada.

La Prensa Literaria

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