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Delirio inmortal

En la penumbra de la montaña y aullidos de todo tipo de bichos y el ambiente repleto de misterio, y con atención Daniel comentaba a Alberto y Roberto: “Sería precioso visitar los hipogeos, conocer el mundo de Enrique Cornelio Agrippa Nettesheim, uno de los ocultistas más importantes de la historia y pasar por los jardines de Tebas y cuando lleguemos donde la princesa LUCINGE hay que pasar por Arsínoe en el antiguo Egipto y por su oficio llevarle la encomienda a PULQUERIA, de Oriente, hija del Emperador Arcadio y nieta del gran Teodosio, era una princesa que más ha honrado el SOLIO”.

Por Bayardo Quinto Núñez

En la penumbra de la montaña y aullidos de todo tipo de bichos y el ambiente repleto de misterio, y con atención Daniel comentaba a Alberto y Roberto: “Sería precioso visitar los hipogeos, conocer el mundo de Enrique Cornelio Agrippa Nettesheim, uno de los ocultistas más importantes de la historia  y pasar por los jardines de Tebas y cuando lleguemos donde la princesa LUCINGE  hay que pasar por Arsínoe en el antiguo Egipto y por su oficio llevarle la encomienda a PULQUERIA, de Oriente, hija del Emperador Arcadio y nieta del gran Teodosio, era una princesa que más ha honrado el SOLIO”.

No está mal la idea, pero vamos a seguir cavilando, replicó Roberto. Alberto, Daniel y Roberto, en sus largas conversaciones noctámbulas, divisaban las montañas, caminos y caminatas que diseñaban mentalmente y decían que al final saben que van a morir, pero  no le iban a dar gusto al libanés, un hombre alto y un poco desgarbado con un misterioso aire entre árabe y persa, quien se le acercaba pretendía desarticularle la mente, por pura maldad y ante los habitantes de la tribu dio mucho que hablar por sus conciliábulos nocturnos y sus sesiones médicas; los que asistían llegaban con una mente diáfana, lúcida, salían de la nefanda morada del libanés con el espíritu, el alma y el pensamiento en harapos, presas de la mayor de las locuras que llegaban a rozar los instintos más primitivos o prehistóricos de la psiquis del ser humano. Entonces, Alberto aclaró a sus dos amigos: “No me da temor morir, mucho menos devorado por esa víbora u tras serpientes”. Ambos amigos asintieron afirmativamente. El mal siempre les huía, pero era tan perfecto como el rostro de las princesas LUCINGE Y PULQUERIA u otras.

“No recuerdo el tiempo”, expresó Roberto a Daniel. “Ni yo”, replicó Alberto. “Sólo sé que estamos en el trayecto al destino”, inquirió Daniel. Estos amigos siempre pensaban y/o dialogaban las grandes ciudades que un día podrían ser construidas y disfrutarlas. “Todo es anterior a los hombres, la tierra y a toda la vida, era algo que no aparecía a la vista. Era la “fábrica de los dioses” “¿Estarán locos?”, expresó Roberto a Alberto. Todo se confundía en pródiga simetrías y carecía de fin por ahora y eran caminos, aldeas, tribus, montañas, piedras, y etc. Abundaban corredores repletos de flores, habían innumerables jardines que expandían exquisitos aromas, era una rudimental mirada y pasaje cavernícola y/o troglodita, hasta llegar a las cavernas. Llegaron. Emprendieron el viaje de regreso y sucedió lo estupendo, las grandes ciudades que se habían imaginado, ya estaban construidas, había sido edificado el nuevo mundo con una humanidad inocente al principio, pérfida luego, llena de hombres y mujeres que se dedicaban a practicar el mal, la impiedad y revelarse contra Dios y sus preceptos como el mencionado libanés que actuaba como troglodita, pero cuando pasaron al regreso por el Reino Unido, la memoria de ida se les había borrado e iniciaba la realidad del nuevo mundo.

Llegaron de nuevo donde la princesa LUCINGE. Ésta los elogió por tremenda hazaña de percepción unitario indivisible y les expresó: “Ahora el destino final es el mundo de la muerte, podéis morir en paz”. Después se enrumbaron donde la princesa PULQUERIA, le entregaron la encomienda y les dijo: “Inició lo ignaro y finalizó lo ‘culto’, vengan a este ‘castillo de la eternidad’ a descansar o mueran en paz”. La pesadilla de ellos en el mundo sin memoria, ni tiempo y sin paraíso terrenal y quizá durante la guerra de los arcángeles que canta John Milton, y con un lenguaje que ignora toda regla gramatical, lleno de símbolos cabalísticos e infernales, de indescifrable signos de rudas palabras, que era enseñado por ese libanés protervo, trastornaba la mente de los discípulos como apéndice de su insaciable maldad, es inadmisible, le decía el nuevo tiempo a la memoria sin tiempo, que es donde se filtran los espejos y se desvanece el alma y espíritu. De nuevo somos inmortales y mortales, para ser inmortales… Post Scriptum: Recientemente se supo la noticia de la muerte del libanés Abultasén Abel, ya muerto no era ni la sombra de lo que un día creyó ser, su aspecto cadavérico daba horror verlo, dicen los entendidos que falleció presa de la mayor de las locuras.

La Prensa Literaria

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