Por Mario Santos Gómez
Por esos tiempos se oían insondables voces.
El viento escusano remolinaba en el azahar del cidro,
Y escasa fue la cosecha de los doce árboles en la tierra prominente.
Todos los caminos se bifurcaron y se enredaron las ánimas,
De la ilusión de sus ojos envés la mustia triste tarde enmudecía;
Por eso mismo y por sí misma el veste que extendía su esplendor
Femenino perdía sus colores. Ya para entonces se alegraron los
Tramperos, las trampas engullían a la víctima donde quiera que fuere.
El colibrí bronceado y el ave de costumbre matutina de alas blanquecinas
No estacionaron en la avispa ni en el rosal. El paraje lucía frío.
A la puerta tocaron. Y mi silencio fue mayor que mi pesadumbre.
¡Han violado mi refugio! ¿Es la ira, la ira de la inutilidad del milagro?
No, no aflijáis, es solo el vivo futuro, respondieron. Ahora el golpeteo aligera
Su fuerza con prisa y altanería. Cabizbajo recorrí la instancia y pregunté al espejo:
¿Algún tormento destornillado? Tu angustia tiene la respuesta, habló el cristal.
Con la timidez del acosado por los misterios, porque también en la rosada
Auroral y fulgor naciente, hay ceremonias Arcanas que atraviesan sensibilidad
Perturban y la doblegan; Atarme al ruedo de mis pantalones quise; mis pies con torpeza
Se movían. Mis rodillas no resistieron y rodé sobre lustrosa y resbaladiza madera.
Nuevamente el toque a la puerta cuando creí que todo era producto
Del hábito de los hongos. No, no era así. Ahí estaba el golpetear
Y la puerta se entreabrió; con el rocío se adelantó parafraseando:
¡Hay peores acontecimientos que la muerte! ¡El espejismo de la carne!
A través de la ventana asomó rostro avieso que me dejó perplejo.
Sentimientos desproporcionados, asimétricos invadía tétricamente mi
Incertidumbre como un sopor al hondo de mis temores. Sentí que mi
Propio abismo me tragaba y no tuve conclusión.
Una vez avispado pude escuchar quejumbrosas palabras:
¡Soy yo, que ha venido pecando en tu corazón, atenuado por la vivencia!
La lluvia del desasosiego ha invertido al tiempo. La imagen se adelanta
Como propietaria de la voluntad ajena, y del menaje del íngrimo pasado que,
En la adversidad, es lírico su llanto.
Quejumbroso y cansado se tiró al sillón bajo el cristal que registraba:
¡Hay peores que la muerte, consentidos, inmerecidos! ¡El odio amoroso!
Di vueltas, y revesado, quedó libre el recorrido de trágicas añoranzas.
Vuelvo ahora y hojas envuelvo y llénase de eco la habitación.
La sangre sudaba como pidiendo auxilio y de espaldas a la vida caí.
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