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LA PRENSA/ AGENCIAS

El capital de Papá

Aquella noche estaba lloviendo, la gente corría por el empedrado camino de las percepciones espirituales buscando en donde refugiarse.

Por Eugenio Tórrez Díaz

Aquella noche estaba lloviendo, la gente corría por el empedrado camino de las percepciones espirituales buscando en donde refugiarse. Yo me quedé afuera del teatro en donde se encontraba un indigente que me dijo secamente: “Mi padre es un fantasma”; el mío también, le respondí, y de inmediato le agregué: fíjate que a veces creo que mi padre es un espectro que se viene a sentar a mi cama todas las noches, siento y miro el colchón de la cama hundirse y luego empieza a decirme cosas, yo no lo conocí nunca, ni un recuerdo tengo de él, ya que cuando yo nací él había muerto trágicamente en el tren de medianoche que se detenía cerca de la casa, nadie sabe con exactitud qué pasó, pero su cadáver fue encontrado con un balazo de treinta y ocho en la espalda, imagínate que ni una foto tengo de él, pero no sé por qué ese espíritu que habla conmigo todas las noches es mi padre, será que mi corazón lo sabe o sencillamente estoy equivocado. Me siento identificado con Hamlet, que, avisado por unos soldados de que la sombra o silueta de su padre el rey de Dinamarca se les estaba apareciendo a medianoche en los muros del castillo, se fue a entablar comunicación con el fantasma de su padre, quien le confesó que su tío lo había matado, con la única diferencia de que este espíritu no me dice quién lo mató, sino que me confiesa que el día que bajé al inframundo lo ayudé o mejor dicho le di esperanza. Y es que un día yo también perdí el camino, al igual que Dante, me rodearon las fieras y demonios y con mi arcángel como Virgilio me interné en el Aqueronte, en el esférico río de sombra y muerte, y gracias a los ángeles de Yavé de los Ejércitos logré volver a la vida terrenal, en donde me esperaba mi Beatriz o hija celestial. Ahora todo pasó, soy otro, el mismo pero otro espiritualmente, he crecido, soy hombre, no soy pobre ni rico, simplemente no me falta nada, aunque a veces añoro a mi familia, a los ángeles que me salvaron. Gracias a ellos conseguí un día tomar mi barca para ir a Belmonte, donde se encontraba mi rica heredera, Porcia, que me puso a prueba para poder amarla por completo y conseguí al igual que Bassanio abrir el arca correcta, no quise la de oro, tampoco la de plata, sino el simple y tosco plomo en donde se encontraba mi recompensa como en el Mercader de Venecia de Shakespeare y que gracias a la sapiencia y falsa identidad de Porcia, salvé la vida de Antonio de manos del ofendido judío y padre de Yessica. Y mi tesoro está ahora en mi corazón.

Para mí lo espiritual es más real que la realidad misma “Primero el espíritu; la carne queda, polvo, nada. Me dijo un día el Arcángel Gabriel”.

Yo nací en León de Nicaragua en una enorme casa que tenía un gran órgano y que los baños quedaban como a una cuadra, imagínate una cuadra en León. Por la noche daba miedo ir al excusado, entonces la mami compraba bacinillas que se desvaciaban por la mañana en el retrete, así se terminaba el problema. En esta casa de adobe se me aparecía un santo padre o sacerdote católico que muy afable platicaba muchas cosas bonitas conmigo y por último desaparecía en la cascada pared en donde estaba colgado un cuadro pintado al óleo del famoso pintor leonés Benjamín Patters, el papá de la mami, abuela de Marco Antonio, Ayda María, Róger Benito y Yolanda del Socorro hijos de la Reymunda mi mamá.

Con el tiempo nos vinimos a vivir a Managua, en una colonia que fundó el dictador Anastasio Somoza, ahí se me aparecían dos regios ángeles que jugaban conmigo por los campos, montes y montañas, pues el lugar era rural comparado con estos tiempos cibernéticos, como un enorme potrero en donde pastaba el ganado que venía de abajo, por los mángales y que abrevaban en la pocita que estaba antes de llegar a la vuelta de la guitarra, porque para ese entonces había desaparecido el río que pasaba por entre Los Martínez. Todavía recuerdo los viajes que hacíamos a la pocita, para la Semana Santa, en donde nos bañábamos todo el día y que cuando pasaba el tren nos desnudábamos para que nos miraran las chavalas, a veces íbamos a las tres torres a cazar garrobos con la tiradora o cuando íbamos a comer mango a Los Martínez, subirnos al árbol de tamarindo cuando venía el ganado, o correr a la cuesta del plomo en donde con el tiempo empezamos a adsorber el tóxico de la desaparecida Penwalt.

Ahora todo ha cambiado, algunas cosas desaparecieron, por no decir todo; pero mi corazón sigue igual de sincero como el de Werther.

Por último, quiero escribirte que anoche a la medianoche se despidió mi fantasma, se fue envuelto en una inefable luz que se fue alejando poco a poco hasta desaparecer. Me sentí triste y alegre a la vez.

Gracias por tu confianza, pronto viajaré a la ciudad de Los Ángeles, entre el ser y el tener he preferido o escogido el amor, adiós, R.P.J. Terminé leyendo en una Prensa Literaria del 2020, mientras la lluvia menguaba en la amplia habitación del sanatorio.

La Prensa Literaria

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