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IZorba el griego

Guillermo Rothsch V. I La música se dejó oír. El mambo encendió los ánimos luego vino el reventón. Saliste airosa a demostrar quién era la reina absoluta en esos dominios donde la música sacudía la modorra y a todos contagiaba de alegría. Un ligero aleteo de caderas los hombros bien cimbrados, todos haciéndote coro. Aplaudiéndote […]

Guillermo Rothsch V.

I

La música se dejó oír.

El mambo encendió los ánimos

luego vino el reventón.

Saliste airosa a demostrar

quién era la reina absoluta

en esos dominios donde

la música sacudía la modorra

y a todos contagiaba de alegría.

Un ligero aleteo de caderas

los hombros bien cimbrados,

todos haciéndote coro.

Aplaudiéndote y celebrándote.

Vos sabías que Pérez Prado

era el Rey del mambo y vos la Reina,

la única, la indisputada.

¡Mambo!

Dos pasitos pa adelante

un pasito para atrás.

II

Yo el infortunado

aplaudía en la distancia.

Tímido por no saber

menear los hombros

ni tirarme al suelo

como lo hacías vos.

Nadie osaba retarte.

Después vino un Chachachá

más frenética, dueña de tu territorio

girabas la cintura en un dos por tres.

Te disparabas en movimientos rápidos,

veloces, contagiosos, meneando las piernas,

quebrando la cintura y chocando las manos.

Alcanzaste a verme y me regalaste

una sonrisa que mostró dos hoyuelos.

Esos camanances que se dibujaban

en tu cara cada vez que reías.

El baile era tu vicio, el ritmo tu virtud.

III

Reina entre las reinas

ahora viene hacia mí.

Me estira la mano,

me pide la acompañe.

Me niego a secundarla.

Cuando se calma el bullicio

y cesan los aplausos,

vuelve de nuevo a la carga.

Me reprocha sonriente

de lo que me estoy perdiendo.

Dirijo la plática en dirección opuesta.

Me presta oídos, la invito al cine.

Hay motivos para hacerlo.

Mañana exhiben Zorba el griego.

La entusiasmo.

Es Anthony Qeen e Irene Papas

a quien veremos danzar y actuar.

IV

El baile de Zorba la seduce.

Los dos ojazos negros y redondos

iluminan su cara. Ya estamos sentados

en nuestras respectivas butacas,

con cierto desgano le digo:

hoy es mi cumpleaños y quería

celebrarlo a tu lado. Rueda la película.

Zorba –el pocho- baila descalzo.

Primero truena los dedos

poco a poco con una alegría

contagiosa se desliza hacia la izquierda

luego gira hacia la derecha.

Empieza a subir el ritmo,

a mostrar sus trances.

Lo mira extasiada.

Con atención sigue sus pasos.

Le hace coro igual que se lo hacen a ella.

Aplaude. Con sus manos dibuja

cada movimiento del impresionante Zorba.

V

Al salir del cine me ofrece un regalo.

Te invito a celebrar tu cumpleaños. Me dejo llevar.

Entramos al sitio sagrado. Pide música.

La danza de Zorba. Empieza el despelote.

Me siento en el borde delantero de la cama.

Ella refuerza el compás.

Taran, taran, tarariraran…

Luego se quita la blusa,

después la falda roja

conforme se enciende la música

va despojándose de todos sus trapos

que todavía cubren su silueta

con una lentitud sensual

que me parte en dos el corazón.

Estoy paralizado. Muerto de contento.

Esto jamás lo esperaba.

Todavía no reacciono.

Me toma la mano

me mete a la cama.

Fue una noche sin par.

¡Es el mejor regalo que la garza

podía ofrecer a su polluelo!

VI

Pasado el tiempo la danza de Zorba

resuena en mis oídos

con una musicalidad enajenante.

Todavía la veo danzando frenética,

sólo para mí, lejos del bullicio.

La reina de las danzarinas,

estira los brazos, sacude los hombros,

luego alza el pie derecho,

después lo hace con el otro. No para de bailar.

Eso fue hace muchos años,

pero cuando deseo sacudirme

la melancolía y la congoja

la evoco bailando sólo para mí

la danza de Zorba el griego,

con la que me sedujo.

Y pensar que yo no reaccionaba

al verla levantarse y bailar jubilosa,

reina entre las reinas cualquier música que fuese.

La Prensa Literaria

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