Por Djuna Barnes
I
¡Ay, Dios mío!
¡Ay, Dios mío, qué es lo que amamos!
¿Esta carne puesta en nosotros como un guante arrugado?
Huesos tomados deprisa de alguna lujuriosa cama,
y por ímpetu, el empujón del diablo.
Qué es lo que besamos con prisa,
esta boca que busca la nuestra, o aún más ese
pequeño ojo lastimoso en la engañada cabeza,
como si lamentara aquello que a nosotros nos falta.
Este pálido, este más que anhelante oído atento
que oye de la lastimosa boca el suave lamento,
para marcar la silenciosa y la angustiada caída
de aún otra caliente y deformada lágrima.
Brazos cortos y magullados pies muy separados
para caminar eternamente con nosotros desde la salida.
¿Ay Dios, es esta la razón que amamos,
no son tales cosas golpes mortales al corazón?
LA SOÑADORA
Cae la noche, en oscurecidas formas que parecen
tantear, con misteriosos dedos hacia la ventana —luego—
descansan en el dormir, envolviéndome, como en un sueño.
Fe mía ¡que yo pueda despertar!
Y gotea la lluvia con el mismo triste, insistente ritmo.
Temblando a través del vidrio, inclinándose lacrimosa,
y suave golpetea, como pequeños pies temerosos.
Fe mía ¡qué tiempo éste!
El plumoso fresno aletea; allí sobre el vidrio,
el fuego moribundo lanza un parpadeante rayo fantasmal,
y luego se cierra en la noche y la lluvia cae suave.
Fe mía ¡qué oscuridad!
Djuna Barnes (12 de junio de 1892 (Nueva York) – 18 de junio de 1982)
Ver en la versión impresa las paginas: 12