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Penélope Cruz actriz principal en la nueva película de Almodóvar. LA PRENSA/CORTESÍA.

Los abrazos rotos

“Roma città aperta” (1945), de Rossellini, dio inicio al quincuagenio dorado del cine europeo. Durante ese período de auge, las películas europeas compitieron con Hollywood, en plano de igualdad, en los mercados internacionales. Pero los forjadores de ese cine (DeSica, Visconti, Fellini, Bergman, Buñuel, Truffaut, Godard, Herzog, Fassbinder…) no tuvieron relevo.

Por Franklin Caldera

“Roma città aperta” (1945), de Rossellini, dio inicio al quincuagenio dorado del cine europeo. Durante ese período de auge, las películas europeas compitieron con Hollywood, en plano de igualdad, en los mercados internacionales. Pero los forjadores de ese cine (DeSica, Visconti, Fellini, Bergman, Buñuel, Truffaut, Godard, Herzog, Fassbinder…) no tuvieron relevo.

Si bien en Europa se siguen haciendo buenas películas, en los últimos veinticinco años, el único director europeo cuyos filmes son esperados por millones de espectadores antes de irrumpir con una explosión en las pantallas de todo el mundo, es el manchego Pedro Almodóvar.

Desde sus inicios, Almodóvar se perfiló como uno de los más estridentes cineastas del destape español. El éxito de sus películas ( Matador , La ley del deseo …) dependía de su efecto de choque: extravagancias, excesos melodramáticos, perversiones sexuales, drogas, situaciones absurdas, lenguaje soez…

Con Mujeres al borde de un ataque de nervios , Almodóvar se impuso como el cineasta de la postmodernidad, maestro del cromo-realismo, inspirado visualmente en los cuadros del pintor inglés David Hockney.

Colores vibrantes (rojos intensos, verdes claros, morados, etc.), poco matizados, y una claridad aséptica en el delineamiento de las imágenes, dan una visión engañosamente pulcra del mundo contemporáneo, visión que realmente denuncia un mundo en crisis y la cultura del “trash” como su expresión natural. Almodóvar es, al mismo tiempo, parte y radiólogo de esa crisis. Los abrazos rotos (2009) se inscribe en la línea de películas europeas que evocan el cine de Hitchcock, pero un Hitchcock pasado por el tamiz de la Nueva Ola francesa ( La mujer infiel; La sirena del Mississippi ). Almodóvar hace gala de un dominio más hábil de los recursos del melodrama que sus colegas franceses en este tipo de cine.

Manteniendo siempre su sello personal, Almodóvar utiliza un recurso propio del “filme noir” norteamericano de la década de 1940 ( Retorno al pasado, Al filo de la noche …): el desarrollo de la trama mediante una intrincada red de flash-backs que mantienen el interés del espectador en lo que, de otra forma, sería un melodrama convencional.

La acción gira en torno a la filmación de una película (“Chicas y maletas”) dirigida por un realizador famoso llamado Mateo Blanco (interpretado por el catalán Lluís Homar), y financiada por el magnate Ernesto Martel (José Luis Gómez) para lucimiento de su amante, Lena (Penélope Cruz) una ex “call-girl” que sueña con ser estrella de cine (su seudónimo profesional, Severine, es el usado por Catherine Deneuve en “Bella de día” para el mismo oficio).

El punto central de la intriga es la relación amorosa tras bambalinas entre la actriz y su director y la venganza urdida por el magnate cuando descubre la traición de la mujer que ama.

El cine es para Lena un medio de liberación personal de un entorno dominado por el culto al poder, donde la pasión por la mujer-objeto y el dominio y la explotación de los demás son sólo ramificaciones siniestras capaces de destruir tanto, a las víctimas como a los victimarios.

La película dentro de la película, realizada con el estilo almodovariano de los 80, es el eje central alrededor del cual se desarrolla una trama mucho menos complicada de lo que parece. Más importante que la cinta que se filma son las tomas recogidas por la cámara furtiva del hijo del magnate, Ray X (Rubén Ochandiano), las cuales, formando un todo homogéneo con las secuencias del presente y del pasado, desencadenan la tragedia central.

 LA PRENSA/CORTESÍA

El argumento magistralmente entretejido refleja la desaparición de las fronteras entre la realidad y la imagen en un mundo cada día más exhibicionista, donde la desintegración del cine como arte es el resultado natural de la crisis de las ideologías; y la hiperreproducibilidad digital, el rostro mediático de la globalización.

El reparto incluye a Blanca Portillo, como Judit, directora de producción de Mateo Blanco y su principal sostén cuando éste pierde la vista (y escribe guiones bajo el seudónimo de Harry Palmer, compuesto por el apellido del actor Michael Caine y el nombre del agente Harry Palmer, interpretado por Caine en el cine); Tamar Novas, como Diego, hijo de Judit; y, en el pequeño rol de madre de Lena, Ángela Molina ( Ese oscuro objeto del deseo, La mitad del cielo ), prematuramente envejecida, que fuera la actriz española más famosa antes de la aparición de Penélope Cruz.

Esta es la cuarta colaboración de Almodóvar y Cruz. El estilo de actuación de Penélope, desenfadado, energiza la película con su dicción espontánea, que contrasta con la cadencia literaria del resto del reparto (muchos de los actores parecen estar leyendo sus diálogos). Si en Vicky, Cristina, Barcelona , Penélope dejó de ser Sophia Loren para convertirse en Anna Maganani (sin perder nunca su identidad), en Los abrazos rotos nos recuerda a Anouk Aimée como la esposa de Guido en Ocho y medio de Fellini. Curiosamente, en Nine (versión musical de ese filme), la Cruz interpreta precisamente, ese mismo personaje.

La Prensa Literaria

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