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El arcángel de la guerra

Las diferentes guerras en la historia de Nicaragua nos han dejado novelas que son un mea culpa que no deja de repetirse. Sangre santa de Adolfo Calero Orozco, es un testimonio de uno de esos periodos. Los escritores españoles, los franceses, los norteamericanos, no han podido escapar de esa némesis que marcó la vida, la historia, la cultura, de esos pueblos. No tan solo marcó a los que participaron en la guerra, sino que dejó su trágica huella, en esa generación y en las que vinieron después.

Por Horacio Peña

Las diferentes guerras en la historia de Nicaragua nos han dejado novelas que son un mea culpa que no deja de repetirse. Sangre santa de Adolfo Calero Orozco, es un testimonio de uno de esos periodos. Los escritores españoles, los franceses, los norteamericanos, no han podido escapar de esa némesis que marcó la vida, la historia, la cultura, de esos pueblos. No tan solo marcó a los que participaron en la guerra, sino que dejó su trágica huella, en esa generación y en las que vinieron después.

La revolución sandinista, una guerra para derribar a una dictadura, que origina a su vez a otra dictadura, se escribió indeleblemente en el alma del nicaragüense convirtiéndose en un tema que se manifiesta en todas las formas del arte: la pintura, la poesía, la novela, arte testimonial, realidad testimonial, que afecta lo más profundo del ser nicaragüense.

El arcángel, la novela de Guillermo Cortés Domínguez, se suma a toda esa obra testimonial, la novela en particular, que relata ese horror que no es imposible que se repita. Los que olvidan la historia —creo que esto es de Jorge Luis Borges o tal vez cita a unos de esos infinitos escritores que conocía tan extraordinariamente bien—, están condenados a repetirla.

La técnica novelística para narrar la guerra o la vida del hombre, de los hombres, no termina jamás: el diario, las cartas, el monólogo interior que fluye desde el comienzo al fin, el juego con el tiempo o en el tiempo, alguien que narra en el presente para evocar un pasado, o alguien que narra en el presente para anunciar un futuro, un manuscrito que alguien encuentra en el campo de batalla, los recortes de periódicos que nos van hablando de una guerra, que es hablarnos del hombre y sus circunstancias, toda una técnica puesta al servicio del narrador, para comunicarse con ese otro o esa otra, que leerá las atrocidades que se cometieron en la historia, sentado o sentada muellamente, en un sillón mientras toma su té o su cerveza. Ironía de la historia. O tal vez son relatos de guerra que lee el soldado durante la guerra en la cual él toma parte, testigo y víctima de otra guerra, de otra historia de la guerra.

Guillermo Cortés Domínguez introduce una nueva técnica para narrarnos los horrores de esa guerra para derribar a una dictadura, guerra que da comienzos a otra dictadura. En realidad la novela El arcángel , aborda no la guerra contra esa vieja dictadura, sino que nos va describiendo la otra guerra para derribar a la nueva dictadura.

Ya en el segundo párrafo se nos anuncia la génesis de ese recurso que nos hará enfrentar las nuevas muertes, la nueva corrupción, la nueva tragedia que acecha al hombre y a su historia. Veamos: No recuerdo por qué le confié algunas de mis vivencias en el servicio militar a un conocido nacido en Jinotega como yo, quien me aseguró que escribiría una novela en base a lo que le relaté (p. 11).

La novela de Guillermo Cortés Domínguez, El arcángel , se puede ver desde varios puntos de vista: la novela del poder, la novela de la amistad, la novela del arte, en este caso la música, que vence a la guerra y a la muerte, la novela de los liberadores que se convierten en dictadores, la novela de la doble moral.

La novela es un enorme fresco donde se puede sentir la vida nicaragüense: en el campo, y en la selva, en la ciudad, en los barrios marginados. Vida del nicaragüense que transcurre en las calles, haciendo filas para conseguir algo de comer, y vida que transcurre en las lujosas mansiones, de la nueva burguesía, de la nueva gente en el poder y de poder. Abajo, como siempre, el pueblo, engañado por la vieja y la nueva dictadura. Los viejos vicios aparecen de nuevo: la ambición y el culto de la personalidad. Un estado totalitario en que se siente en todo momento, la amenaza y la destrucción de la persona.


La Prensa Literaria

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