Rafael Mitre*
Lluvia de ángeles
Un ángel cae y es visto por un hombre.
—Servidor de Lucifer no me toques.
Sin obedecer sus rulos castaños,
acaricia sonriendo.
—¡Son de inefable suavidad!… —exclama,
y viéndole desnudo,
impecable, añade— déjame lamerte.
Sin resistirse el ser sumiso,
acostumbrado a una paz eterna,
siente como la lengua del hombre
le recorre el hombro, el cuello,
hasta llegar a la boca
donde suavemente le muerde.
—Padre —implora al fin,
acosado por la fétida boca
que lo husmeaba como un can— socórreme.
Un fuerte sonido se escucha entonces en la tierra,
seguido de otro y de otro más.
De momento había miles de ángeles caídos,
llorando y suplicando al cielo:
—Ay mi Dios, cómo es posible que sucumbas,
cómo es posible, ¡ay ! ¿cómo ? oh eterno, que sucumbas
La otra que se lleva
Florecía y la cortaba
para llevársela como perfume;
germinaba
y cuando crecía
la sesgaba para hacerla pan y llevársela.
Llovía
y juntaba sus manos
para dársela de beber o para que se mirara.
Llenaba todo
y las temperaturas de su alma
lo agitaban.
En su interior
ella se reproducía
a la misma velocidad
con que lo hacen los bacilos
y le dejaba en cama.
Él era como un carpintero
lleno de reglas y ripios;
entrando y saliendo
por los cristales de los automóviles.
No comprendía,
que aunque le llevara todo, no cabría nada,
que aunque la trajera del brazo, estaría ciega.
Ars poética
Su sede es un pájaro oscuro que no se encuentra,
pero cuyo sonido se recuerda con los ojos al revés.
Pájaro desplumado en la noche,
pájaro braille musitando el silbido de un ahogado,
pájaro callado que mira con el ojo de la luna;
como una ventana donde está un hombre soñando con volar.
Tristeza
Mirar por la ventana es tocar recuerdos,
sobarlos
como gatos sobre las piernas y soñar
púas.
La angustia pone cuatro paredes,
un techo y un piso a los cambios,
mientras una corriente de aire gira
y se filtra por una oquedad.
Parecen saltar perros
por un pedazo de muerte;
es un teléfono, una calle recién
pavimentada con la espera,
ella partiendo cebollas,
con sus ojos, en una ventana.
Estos perros parecen saltar a ratos
y desesperarse
ladrando en el idioma de un hombre sin piel.
Allá,
donde acaso miramos
con la esperanza de hacernos ahogar,
el sol se mata,
llenando de tifus los alrededores.
* Arquitecto y escritor
Ver en la versión impresa las paginas: 8