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Místico. Obra de Laura Báez. LA PRENSA/C. Malespín.

Poesía nicaragüense

Un ángel cae y es visto por un hombre. —Servidor de Lucifer no me toques. Sin obedecer sus rulos castaños...

Rafael Mitre*

Lluvia de ángeles

Un ángel cae y es visto por un hombre.

—Servidor de Lucifer no me toques.

Sin obedecer sus rulos castaños,

acaricia sonriendo.

—¡Son de inefable suavidad!… —exclama,

y viéndole desnudo,

impecable, añade— déjame lamerte.

Sin resistirse el ser sumiso,

acostumbrado a una paz eterna,

siente como la lengua del hombre

le recorre el hombro, el cuello,

hasta llegar a la boca

donde suavemente le muerde.

—Padre —implora al fin,

acosado por la fétida boca

que lo husmeaba como un can— socórreme.

Un fuerte sonido se escucha entonces en la tierra,

seguido de otro y de otro más.

De momento había miles de ángeles caídos,

llorando y suplicando al cielo:

—Ay mi Dios, cómo es posible que sucumbas,

cómo es posible, ¡ay ! ¿cómo…? oh eterno, que sucumbas…

La otra que se lleva

Florecía y la cortaba

para llevársela como perfume;

germinaba

y cuando crecía

la sesgaba para hacerla pan y llevársela.

Llovía

y juntaba sus manos

para dársela de beber o para que se mirara.

Llenaba todo

y las temperaturas de su alma

lo agitaban.

En su interior

ella se reproducía

a la misma velocidad

con que lo hacen los bacilos

y le dejaba en cama.

Él era como un carpintero

lleno de reglas y ripios;

entrando y saliendo

por los cristales de los automóviles.

No comprendía,

que aunque le llevara todo, no cabría nada,

que aunque la trajera del brazo, estaría ciega.

Ars poética

Su sede es un pájaro oscuro que no se encuentra,

pero cuyo sonido se recuerda con los ojos al revés.

Pájaro desplumado en la noche,

pájaro braille musitando el silbido de un ahogado,

pájaro callado que mira con el ojo de la luna;

como una ventana donde está un hombre soñando con volar.

Tristeza

Mirar por la ventana es tocar recuerdos,

sobarlos

como gatos sobre las piernas y soñar

púas.

La angustia pone cuatro paredes,

un techo y un piso a los cambios,

mientras una corriente de aire gira

y se filtra por una oquedad.

Parecen saltar perros

por un pedazo de muerte;

es un teléfono, una calle recién

pavimentada con la espera,

ella partiendo cebollas,

con sus ojos, en una ventana.

Estos perros parecen saltar a ratos

y desesperarse

ladrando en el idioma de un hombre sin piel.

Allá,

donde acaso miramos

con la esperanza de hacernos ahogar,

el sol se mata,

llenando de tifus los alrededores.

* Arquitecto y escritor

La Prensa Literaria

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