14
días
han pasado desde el robo de nuestras instalaciones. No nos rendimos, seguimos comprometidos con informarte.
SUSCRIBITE PARA QUE PODAMOS SEGUIR INFORMANDO.

El ayer no ha terminado todavía

La mujer tiene un rostro de una edad indefinida. Viste de colores ocres, de tonos terrosos y grises secos. Lleva un bastón como si fuese otra parte de su cuerpo.

Por Isidro Rodríguez Silva

Martillo las piedras que me dejaste

Luego las trago

Las guardo en mi corazón

como auténtico tesoro de mis días

La casa de fuego

Marta Leonor González

ACTO ÚNICO

La mujer tiene un rostro de una edad indefinida. Viste de colores ocres, de tonos terrosos y grises secos. Lleva un bastón como si fuese otra parte de su cuerpo. Su rostro muestra surcos de muecas áridas, que terminan en una mirada agria. Siempre está acosando al hombre, lo acorrala, lo manipula con cierta perversidad. El hombre muestra una palidez pasmosa. Toda una vida de culpas se empoza en su rostro. A veces sus ojos brillan con miedo, otras veces con rebeldía.

Al centro del escenario una tumba florecida con una cruz de piedra. Detrás, un farol solitario. Un viento mece las hojas muertas. Al lado derecho de la tumba un árbol cadavérico y el marco de una ventana que cuelga insólito en el espacio escénico. Al lado izquierdo, el marco de una puerta que se mueve de un lugar a otro, de acuerdo con la acción de los personajes. Un perchero tirado con ropa. Próximo al proscenio, un sillón, una mesita y una lámpara. Una luna llena se desgaja desde el ciclorama. El farol se enciende con una luz mustia. Un violín desgarra una música que estremece el espacio de la escena.

EL HOMBRE:

(Sentado en la tumba) Quisiera huir a como huyen todos día a día. El ladrón huye del policía. El rico del que le pide limosna. La mujer del marido que le pega. Vivimos en una sociedad que vive huyendo todo el tiempo, que le tiene miedo a todo, que incluso le tienen miedo a tener miedo. Hay quienes le temen hasta a la felicidad. Pero yo no puedo huir. Cómo puedo huir de mí mismo. Estoy perdido en mí, me busco y no me encuentro; y cuando logro encontrarme, me vuelvo a perder de nuevo. No hay peor cosa que odiarse a uno mismo, que no querer ser lo que uno es; el desear ser otro y vivir en otro lugar, en otro tiempo, en otro espacio, en otro mundo. Es terrible la culpa, no existe peor castigo que sentirse culpable.

Por el marco de la puerta aparece la mujer, baila el tango “A Media luz” con una rosa roja en la boca y un cigarro en la mano. El bastón hace de hombre. Deja de bailar y canta:

 

Y todo a media luz…

 

¡Qué brujo es el amor

A media luz los besos,

a media luz los dos…

 

Y todo a media luz,

Crepúsculo interior…

 

Que suave terciopelo,

la media luz de amor…

LA MUJER:

¿Te acuerdas de este tango?

EL HOMBRE:

Es el único recuerdo bueno que tengo de vos; si a ese se le puede llamar un recuerdo bueno.

La mujer vuelve a bailar el tango, pero esta vez con movimientos exagerados y pases burlescos. El hombre la detiene, la tira al sillón, mientras desbarata la rosa. Ella se defiende con el bastón.

EL HOMBRE:

Sí, pégame; para eso siempre fuiste buena. Para castigarme, para golpearme… ¿A qué has venido con tu tango? A disimular tu angustia; ¿crees que vas a liberarte de tus culpas?

LA MUJER:

(Amenazándolo con el bastón) Y crees que me siento culpable. Sólo los débiles viven con el peso de la culpa. Mi desgracia es vivir rodeados de culpables. Se sienten culpables porque son jóvenes y no han hecho nada con sus vidas. Culpables porque no se erectan, porque son drogadictos, o borrachos, o porque desean lo que otros tienen. ¿Yo de qué soy culpable, de qué?

EL HOMBRE:

Culpable de no quererme y esa es la peor de todas las culpas.

LA MUJER: 

LA PRENSA/ AGENCIA


¡Ah, es eso!

EL HOMBRE:

(Remedándola) ¡Ah, es eso!

LA MUJER:

Como sabes que no te quería. Cada quien quiere a su modo.

EL HOMBRE:

Si me querías, como decís, ¿por qué te estorbaba?

LA MUJER:

¿Me estorbabas?

EL HOMBRE:

Me hacías sentirme como un estorbo. Siempre buscabas donde dejarme, donde deshacerte de mí.

La mujer se pone una blusa y un pañuelo en la cabeza que están en el perchero.

LA MUJER:

(Entra por el marco de la puerta. Lleva en una mano un niño imaginario y en la otra una maleta. Empuja al niño) Camina rápido, si para nada servís, infeliz. Que camines rápido te digo. Ya te caíste, patas flojas, si ya cumpliste los seis años. No quiero que tu tía me ponga quejas. (Le tira la maleta) ¡Recoge tus desgracias! (Gritando) Amaliaaaaa, Amalia, aquí te dejo a Juan.

EL HOMBRE:

No me quería quedar. Entraba por un pasillo donde entraban las criadas, donde entraban las que ofrecían verduras o tortillas. Entraba empujado por la criada, pasaba por el comedor, el jardín, al patio, hasta llegar al traspatio donde estaban los perros, el gallinero, las montañas de leña, los trastes viejos, los sacos de basura (dirigiéndose a ella con reproche). Sabes lo que hacían en la casa de mi tía. La criada les servía arroz aguado cocido con pellejos a los perros y en otro plato me servía a mí. Sin ser culpable me sentía culpable. Sentía que era otro perro más…

LA MUER:

(Viéndose en un espejito que agarra de la mesita) ¡Qué melodramático! Deja de hacer de la vida un drama, aquí no estamos en el teatro.

EL HOMBRE:

Te equivocas, la vida es un teatro, todos los días vivimos nuestra propia hipocresía, nuestras mentiras, vivimos nuestra comedia, y en el peor de los casos la tragedia diaria de vivir en un mundo violento, en una sociedad corrompida, donde todos somos culpables de todo, nacemos con el peso de la culpa.

LA MUJER:

(Furiosa) Sí me estorbabas. Eso querías oír: me-es-tor-ba-bas. Me estorbabas desde que estabas en mi vientre. Bebía cuanta mezcla me provocara el aborto, pero nada. A veces me golpeaba el vientre contra las paredes, con la esperanza que te desprendieras, pero nada. Te aferrabas a la vida, lo peor, te aferrabas a mí, a mí que me estorbas.

EL HOMBRE:

Y no te sentís culpable. La culpa genera reproche, vergüenza. Te censura la vida. Te marca el alma con remordimientos.

LA MUJER:

Ya te dije que la culpa es para los débiles, para los frágiles.

288x318_1301706211_2-Literaria Teatro016

EL HOMBRE:

Mejor me voy

LA MUJER:

¿Te vas?

EL HOMBRE:

Es mejor que me vaya, esta conversación nos llevará a nada. Lo que hará es hacernos más daño, alejarnos más de lo lejos que estamos.

LA MUJER:

Te vas, no quieres oír la verdad.

EL HOMBRE:

No quiero saber la verdad.

LA MUJER:

Te da miedo saber la verdad. La verdad nos llena de culpa.

EL HOMBRE:

Es mejor que me vaya.

LA MUJER:

(A gritos) ¡Te vas! ¡Te vas! Pues no te vas. (Masticando las palabras) No te vas porque vas a conocer la verdad, la verdad para que seamos libres y nos libremos de toda culpa.

La mujer se va al perchero y se acomoda un camisón de dormir. Se suelta el pelo. Lee una revista, mientras canta de nuevo:

LA MUJER:

Y todo a media luz…

¡Qué brujo es el amor

A media luz los besos,

a media luz los dos…

No, por favor, no. Déjame, te va a oír mi mamá. Te digo que no. (Se rompe el camisón) (Dirigiéndose al hombre) No sólo me rompía el camisón, sino también el cuerpo, pero sobre todo me rompía la vida.

EL HOMBRE:

Entonces, te violaron.

LA MUJER:

Sí me violaron. Sigo violada, violada por los recuerdos. Cada vez que te miro me siento violada.

EL HOMBRE:

Entonces yo…

LA MUJER:

Entonces vos.

Un silencio sepulcral. Un remolino de hojas muertas invade el espacio escénico. El violín desgarra de nuevo con su música. Un silencio de culpa invade a los dos personajes.

EL HOMBRE:

(Con ternura) ¡Mamá!

LA MUJER:

(Cortante) ¡No me llames madre! Porque soy tu madre y al mismo tiempo tu hermana. Tu padre es también tu abuelo. (Mientras llora, cae desplomada al piso)

El hombre corre hacia ella y la abraza. Por un momento los dos se quedan abrazados, como si quisieran fundirse el uno en el otro.

LA MUJER:

(Aparatándose violentamente) No puedo quererte, aunque quisiera no puedo quererte. Mi odio es más fuerte que todo mi ser. Porque debes saber que la misma intensidad que existe para amar, también existe para odiar. El odio no existe, el odio es otra forma de amar. ¿Cuando te abrazo, a quién abrazo, a mi hijo o a mi hermano? Te aseguro que si hubiera sido abusada por otro te hubiera amado. Cuando te miro, me doy cuenta que el ayer no ha terminado todavía. Porque cuando te veo mi cuerpo recuerda. Siento el olor de mi padre, siento su aliento sofocante, siento su pene penetrándome y haciéndome mierda la vida….

EL HOMBRE:

Él te destruyó a vos y vos me destruiste a mí. Yo también soy un violado, porque violentaste mi vida, porque nunca tuve una madre, porque nunca tuve niñez ni adolescencia, porque me quitaste el deseo de vivir. Porque he vivido sin vivir….

LA MUJER:

(Incorporándose) Mejor me voy. Esta conversación no tiene sentido. Gracias a Dios que existe la mentira. Cómo sería el mundo si no nos mintiéramos. La verdad duele, la verdad lastima, la verdad nos convida a la culpa. Es mejor que me vaya…

A la mujer se le cae una fotografía que lleva prensada con colocho de cabello. Los dos se disputan la fotografía.

LA MUJER:

Dame la foto. No sabes qué soy capaz por esa fotografía.

EL HOMBRE:

¿Qué…? ¿De qué serías capaz, de qué? ¿Vas a pegarme con el alambre de luz para dejarme otra seña como esta? (Le muestra las señas de la espalda) ¿O vas a tirarme el pichel de vidrio que me dejó aquí una marca (Se entreabre el pelo de la cabeza) ¿O vas a enterrarme las puntas de las tijeras, o las uñas o me vas a morder, qué, qué me vas hacer…?

LA MUJER:

Vas a quitarme lo único que dejaste de tu hermano. (Con dolor) Lo único que dejaste de él.

EL HOMBRE.

Lo único que la vida dejó de él.

LA MUJER:

Si era tu hermano, cómo pudiste matar a tu hermano…

288x318_1301706205_2-Literaria Teatro017

EL HOMBRE:

Yo no maté a mi hermano

LA MUJER:

Decime a mí que no lo odiabas.

EL HOMBRE:

Sí, lo odiaba, a como te odiaba a vos. Es terrible, todo es terrible….

LA MUJER:

Sí, es terrible, porque lo mataste.

EL HOMBRE:

No, es terrible porque cómo es posible que odies a tu madre y a tu hermano. Tienes razón, odiar es casi lo mismo que amar, si por amar hacés cualquier locura, por odiar podés hacer lo más terrible. Yo no lo odiaba a él, yo odio el amor que sentías por él.

LA MUJER:

Y cómo no amarlo si él fue el producto del amor, de un hombre que me devolvió la vida. Que me hizo olvidar la pesadilla que vivo. Que le dio sentido a mi cuerpo, al deseo, a la caricia compartida. Que me hizo sentir no una mujer violada, sino una mujer, simplemente eso, una mu-jer…

EL HOMBRE:

Estás equivocada, yo siempre quise decirte la verdad, pero nunca quisiste escucharme. Vivimos incomunicados, la incomunicación mata toda relación, todo sentimiento, toda felicidad.

LA MUJER:

¿Cuál es entonces la verdad?

EL HOMBRE:

¡La verdad! Hay quienes piensan que la verdad hace libre a los hombres. Sí, sentía un rencor por tu preferencia a él. Y él lo sabía. Mi hermano era un manipulador. Él sabía que sólo le bastaba un grito, un llanto, para que vos salieras de donde estuvieras para consolarlo. Entre los dos me hicieron un reo, pagando siempre por una culpa que no había cometido. Si se caía, era el culpable; si se le rompía el juguete, también era el culpable. Pero un día pasó algo que vos nunca supiste. La bola con la que él jugaba se fue donde el vecino. Él se metió por un hueco, cuando yo oí un grito desgarrador, el perro venía furioso sobre él. Me entrepuse y el perro me mordió a mí. ¿Te acuerdas que fue la única vez en toda mi vida que me curaste, que me diste mimos, que lloraste por mí? Desde ese entonces él cambio conmigo. Fue por eso que te pidió que me compraras el traje de Batman y a él el de Superman.

LA MUJER:

Entonces, ¿por qué lo mataste?

EL HOMBRE:

No lo maté. No lo maté. Le puse de primero el traje de Superman, después yo me estaba poniendo el traje de Batman. Él estaba cerca de la ventana, una ventana del tercer piso. Y me dijo: “Verdad que Superman vuela”. “Sí”, le dije yo. (Acercándose al marco de la ventana) y él… y él se lanzó de la ventana porque él creía que iba a volar como Superman. (Con un grito desgarrador) Noooo, Toñito, Superman no vuela….

La mujer se dirige al sepulcro, levanta la lápida, se acuesta dentro de la tumba,

EL HOMBRE:

¿Por qué te moriste mamá y nunca pudimos hablar? ¿Por qué no sacamos este dolor, este rosario de culpas, esta voz que sólo tiene silencio? Porque el ayer para mí no ha terminado todavía…

La luna estalla en una luz de sangre. Un viento amargo lo estremece todo. El violín suena furioso, mientras todo se apaga, todo se muere.

La Prensa Literaria

Puede interesarte

×

El contenido de LA PRENSA es el resultado de mucho esfuerzo. Te invitamos a compartirlo y así contribuís a mantener vivo el periodismo independiente en Nicaragua.

Comparte nuestro enlace:

Si aún no sos suscriptor, te invitamos a suscribirte aquí