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Xanadu

Se tiró sobre la cama. El casete ya estaba en la grabadora rosada. Se viró dramática, suspirando enamorada, tecla play y a place where nobody dares to go the love that we came to know. Se abrazó con su osito mejor alumno, que merecía estar allí en su cama, donde ella siempre escuchaba su canción favorita, y le besó, telenovela.

Hugo Lorenzetti

(Extracto de novela inédita)

Se tiró sobre la cama. El casete ya estaba en la grabadora rosada. Se viró dramática, suspirando enamorada, tecla play y a place where nobody dares to go the love that we came to know. Se abrazó con su osito mejor alumno, que merecía estar allí en su cama, donde ella siempre escuchaba su canción favorita, y le besó, telenovela. And lived on through all the tears. Pasó las manos en el pelo, dijo Shampoo Monange, ése que era el más perlado, perfumado y lindo. Xanadu, Xanaduuu, now we are here in Xanaduuuu. Las muñecas y los otros peluches la miraban. Se levantó y con un enorme lapicero de diez colores subió al escenario, luces moradas, rojas. Ella no tenía patines, lástima.

¡Bajá esa mierda! ¡Música horrible, Dios me libre! La madre en su cuarto del otro lado del pasillo. ¿La obedecería? Sí, mejor. Now that I’m here, now that you’re near. Bajito, ella se agachaba para cantarles a los juguetes que estaban en el piso. El secador de pelo, desde allá, detrás de las dos puertas, amenazaba cubrir el sonido de la grabadora. Clic. En el medio de la canción se acaba el casete. Se inclinó enormemente, agradecida, escuchando los escandalosos aplausos de su platea. Viró el casete. Sintetizadores en creciendo, movimiento de cometa con las manos, hacia arriba. El micrófono en el alto baja rápido y a place where nobody dares to go, subió otra vez el volumen. Poco después un puñetazo seco en su puerta. Bajá esa mierda ¡Te vas a poner sorda! Un escalofrío. Rápido, apagó la grabadora. Miedo de salir. Se sentó en la cama, las piernitas cruzadas. Abrazó el osito una vez más. Contó hasta noventa. Des-pa-ci-to.

Abrió la puerta intentando no hacer ruido. Noche. Pasillo oscuro. El cuarto de la madre, puerta cerrada, luces apagadas.

¿Mamá?

Nada. Oscuro, todo.

Siguió despacio por el pasillo, con un poco de ganas de que alguien le viniera a asustar apenas llegase a la sala. La luz de la calle entraba por la ventana de enfrente, la sala azulada, amarillada, muchos colores. Sola en casa. Prendió la televisión. Todavía daban el noticiero, faltaba rato para la telenovela. Fue a la cocina, buscó un vaso de agua. Salió por la puerta que daba para el patio del fondo para admirar la rosa, la rosa roja solitaria que apareció en la planta y que solamente se veía desde el cuarto de la madre, donde ella estaba prohibida de entrar. Tomó su agua casi hasta el final. Se sentó, triste, al lado del rosal. Noche sin luna.

Vació el vaso, la poquita agua que había, sobre uno de sus ojos y fabricó así una lágrima.

Agregado Cultural de la Embajada de Brasil y Profesor de la Facultad de Humanidades y Filosofía, UCA.

La Prensa Literaria

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