La paz es uno de los dones más preciados. Pero como todo bien o tesoro, lograrla y conservarla demanda el esfuerzo y cooperación de todos. Este es uno de los mensajes centrales de la reciente alocución de Benedicto XVI sobre el Día Internacional de la Paz, a celebrarse este 1 de enero.
“Cada Año Nuevo trae consigo la esperanza de un mundo mejor”, nos dice, anhelo que es realizable: “La paz no es un sueño, no es una utopía: la paz es posible”. Pero como todo ideal requiere de hombres y mujeres dispuestos a conseguirla, animados por la certeza de “que no están solos, porque Él (Jesús) está a favor de los que se comprometen con la verdad, la justicia y el amor: “Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios” (Mt. 5,9).
No basta empero, para luchar por la paz, la determinación y la bravura, sino tener también un conocimiento cabal de los factores que la promueven y la debilitan. “Una condición previa para la paz”, dice Benedicto, “es el desmantelamiento de la dictadura del relativismo moral”. (La idea de que no existen normas morales universales, aplicables a todos, sino que todo depende del punto de vista de cada cual). El relativismo, aunque suena tolerante, lleva a la anarquía moral y a oscurecer la capacidad de distinguir el bien del mal.
Otra condición es la defensa de la vida en todos sus aspectos, desde su concepción hasta su fin natural: “Quien quiere la paz no puede tolerar atentados y delitos contra la vida ¿Cómo es posible pretender conseguir la paz sin que sea tutelado el derecho a la vida de los más débiles, empezando por los que aún no han nacido?”
La paz requiere también defender el matrimonio. “La estructura natural del matrimonio debe ser reconocida y promovida como la unión de un hombre y una mujer, frente a los intentos de equipararla desde un punto de vista jurídico con formas radicalmente distintas de unión que, en realidad, dañan y contribuyen a su desestabilización, oscureciendo su carácter particular y su papel insustituible en la sociedad. Tampoco puede ignorarse”, dice el Papa, “el papel decisivo de la familia, célula base de la sociedad. La familia es uno de los sujetos sociales indispensables en la realización de una cultura de la paz”.
Estos principios, que algunos los ven producto de una confesión religiosa no exigible a todos, son reivindicados en el documento papal como derivaciones de la misma naturaleza humana, conocibles por la razón, y comunes por tanto a toda la humanidad.
El documento hace también un llamado a la universalización del Estado de Derecho. Para Benedicto XVI el vínculo entre derecho y paz ha sido una preocupación constante. Ante el Bundestag la ilustró citando a San Agustín: “Quita el derecho y, entonces, ¿qué distingue el Estado de una gran banda de bandidos?” “Nosotros, los alemanes, sabemos por experiencia que estas palabras no son una mera quimera. Hemos experimentado cómo el poder se separó del derecho, se enfrentó contra el derecho de manera que el Estado se convirtió en el instrumento para la destrucción del derecho; se transformó en una cuadrilla de bandidos muy bien organizada ”.
Con todo, la lucha por la paz tiene su primer frente en el interior de cada persona. Es del corazón del hombre, dice el Evangelio, de donde salen los conflictos y reyertas. Los sembradores de paz han de procurar que su corazón se ensanche con la caridad y el perdón, para luego practicarla en su hogar y expandirla, como círculos concéntricos, al resto de la sociedad.
El autor es sociólogo, fue ministro de Educación.
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