La figura de Juan Bautista siempre me ha impactado ya que es aquel que sabe quién es y cuál es su misión en la tierra en un ambiente en el que los grupos de poder, tanto religiosos, como sociales y políticos, estaban pendientes de aparentar lo que no eran ni lo que hacían. Los mismos sacerdotes se habían encerrado en sus templos y en sus ritos y sacrificios prescindiendo de lo más importante que Dios les pedía: brindar la mano al pueblo, a los más necesitados y olvidados de la sociedad. Su sencillez era aquello que estorbaba y confundía a los que vivían solo de fachada; por eso le preguntan a Juan quién es él (Jn. 1, 19-22).
Juan hablaba claro. Es consciente de quién es y de cuál es su misión: por eso, cuando los sacerdotes y levitas le preguntan: “¿Quién eres?” (Jn. 1, 19), él les responde con total sinceridad: No soy el Mesías ni profeta alguno (Jn.1,20-21). El Mesías, el verdadero profeta es otro, “el Elegido de Dios” (Jn. 1, 34) y ya está en medio del pueblo (Jn. 1, 26), les responde.
No soy la luz (Jn. 1, 7-8); la luz es Jesús, “que ha venido a los suyos, pero los suyos no le aceptan” (Jn.1,10-11). No soy ni quiero ser el centro de las miradas del pueblo. El pueblo tiene que tener como centro de sus miradas a alguien que es, en verdad, el Hijo Unigénito del Padre, Jesús, ante quien Juan confiesa: “Yo no soy digno de desatarle la correa de su sandalia” (Jn. 1, 27).
Juan, como él mismo confiesa: Solo es la “Voz” que no puede callar porque para eso ha sido enviado, como ya lo había profetizado Isaías: “Voz que clama en el desierto” (Jn. 1, 23; Is. 40, 3). Él solo es “Testigo de la Luz” (Jn. 1, 7). Solo bautiza con agua, con el fin de que el pueblo se convierta (Jn. 1, 26) y esté abierto a aquel que bautiza con el Espíritu (Jn. 1, 33).
Hoy día necesitamos mucha gente como Juan el Bautista: gente que, en verdad se tenga a sí mismo una gran autoestima. Gente que no vaya por este mundo pretendiendo echárselas de lo que no es o tiene. Gente que habla con toda autoridad en este desierto de la vida en el que vivimos. Gente capaz de ser testigos de la luz y brindarnos esa luz que todos necesitamos para aceptar la verdadera luz que ilumina nuestra vida, luz que solo es Jesús. Gente que nos anime a cambiar y convertirnos para que seamos capaces de construir ese hombre y mundo nuevo que, en el fondo, todos deseamos.
La hipocresía, la mentira, la fachada solo nos engañan a nosotros mismos. La verdad de lo que somos y hacemos, la sinceridad y honradez con nosotros mismos, hará creíble nuestra voz, nuestra palabra, como fue creíble ante el pueblo la voz y la palabra de Juan el Bautista. El mayor orgullo que podemos tener todos, es ser sinceros con nosotros mismos, con lo que somos y hacemos, única manera de tenernos una auténtica y sincera autoestima, como la tuvo Juan el Bautista.