Por Juan Carlos Ampié
Will Smith ha ideado un ejemplo clínico de “proyecto de vanidad”, con la intención de escenificar una especie de relevo simbólico con Jaden Smith, como el heredero de la “marca” familiar. Este no es su primer turno al bate. El niño debutó a su lado en The Pursuit of Happyness (Gabriele Muccino, 2006) y encabezó a solar un remake de The Karate Kid (Harald Zwart, 2010). Sin embargo, el alto perfil prodigado a Después de la Tierra (After Earth), y el hecho de que el desarrollo de la trama se fija decididamente sobre sus hombros en detrimento del padre, pone al joven Smith en la mira.
Una larga narración inicial explica la mitología y pseudociencia que gobierna la trama: los humanos fregaron tanto al planeta Tierra que lo volvieron inhabitable. Migraron para fundar colonias extraterrestres, donde lucharon contra alienígenas que produjeron un monstruo especial para exterminar humanos. En el ínterin, la Tierra se recuperó vengativa, con sus especies evolucionando para volverse antihumanas. Mala suerte para el militar estrella Cypher Raige (Will Smith) y su hijo Kitai (Jaden Smith). En una misión rutinaria chocan en el viejo planeta hogar. Son los únicos sobrevivientes. Con el padre inmovilizado por una severa lesión, le toca al hijo cumplir un azaroso viaje en busca del transmisor que necesitan para ser rescatados.
Estamos ante una trama de educación: el niño debe domar su temperamento y superar el trauma de ver a su hermana morir en las fauces de una bestia alienígena. El padre debe aprender a querer. Ambos deben perdonarse mutuamente. ¿Adivinen qué pasa al final? Este tipo de cine familiar no ofrece necesariamente sorpresas, sino mensajes positivos reafirmantes de los valores atesorados por la sociedad. Todo eso está muy bien. Incluso, acepto la mezcla de una vaga conciencia ecológica con un drama psicofamiliar. El problema está en que la ejecución de la película es perezosa y desinspirada. El diseño de producción trata de infundir un espíritu orgánico en su futurismo, pero el resultado parece algo descartado en los setenta. En la Tierra, el joven Smith se ve asediado por múltiples animales generados por computadora, tan poco convincentes que bien podrían tener píxeles visibles. El director M. Night Shyamalan convierte la película en un virtual videojuego. El padre inmovilizado en los restos de la nave, moniotorea y guía los movimientos del hijo desde una pantalla, como si este fuera un peón en un simulador de aventuras. Sus regaños constantes lo convierten en una caricatura de padre sobreprotector, arquetipo favorito de nuestros tiempos.
Eventualmente, el muchacho se independiza simbólicamente al perder comunicación, pero la película no confía en él. Los realizadores pierden una oportunidad de oro. Podrían haberle dado al joven Smith la oportunidad de ser como Tom Hanks en Náufrago , o Lee Marvin en Infierno en el Pacífico , pero en lugar de dejar al protagonista solo, en lucha silente contra los elementos, constantes flashbacks deletrean sus traumas y apuntan a la catarsis. Kitai puede lanzarse desde una cascada con su traje de ardilla voladora, pero no puede superar los agujeros de la trama.
Su tolerancia depende de cuán adorable le parezca que Will Smith empuje a su hijo frente a una cámara en la etapa más incómoda de la adolescencia. En EE. UU., la película fracasó a la hora de conquistar la taquilla ante el escapismo de Now You See Me (Los Ilusionistas). Aquí, la sala estaba casi llena, y algunos entusiastas hasta aplaudieron al final. No le resiento a nadie su diversión, pero me gustaría que me devolvieran las dos horas de vida que quemé viendo las vacaciones familiares de los Smith.
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