Por Juan Carlos Ampié
“Monster’s Inc” (Pete Docter, 2001) era la única película de Pixar que me había eludido. Por eso, el día antes del estreno de su segunda parte, decidí ponerme al día y la vi en Netflix. Craso error. Vi la versión original con subtítulos en español, disfrutando de las voces de John Goodman y Billy Crystal en los papeles principales. Estaban tan frescos en mi memoria, que más me molestó el doblaje al español impuesto en los cines locales. Entiendo que estas películas son mercadeadas para infantes, pero creo que adultos y niños que saben leer apreciarían tener la opción de verlas subtituladas. Nada costaría reservar una tanda nocturna en una sala para este público y anunciarlo oportunamente. La distribución digital, entre sus bondades, permite que esto sea más fácil y barato que antes. Pero no. Satisfacer a este segmento de audiencia no entra en la ecuación. Si no tuviera que escribir sobre la película, créame que hubiera esperado unos meses a verla en streaming. ¡Que no se diga que los críticos de cine no se sacrifican!
La trama nos lleva a la juventud de Mike y Sully, los dos monstruos que conocimos en la película anterior. Vemos como nace su amistad en la universidad, mientras luchan por ser reconocidos como dignos asustadores. Pero Mike no asusta a nadie, y Sully esconde una inseguridad paralizante bajo su peludo aplomo. Su único chance es ganar una competencia de fraternidades, especies de clubes universitarios comunes en la cultura norteamericana. Sin embargo, quedan reducidos a alinearse con un grupo de inadaptados y perdedores. Curiosamente, el conocimiento de la película previa da un subtexto melancólico a la empresa. El mundo para el cual se preparan cambiará irremediablemente cuando descubran que la risa es más poderosa que el grito de horror. Y sabemos que si bien Sully se convierte en “campeón asustador”, Mike no pasará de ser su asistente.
Pixar —estudio pionero de la animación digital— incursionó en las secuelas con Toy Story 2 (John Lasseter, 1999). Sin embargo, desde su fusión con Disney, ha incrementado el énfasis en secuelas. Tiene sentido como negocio. Ya se ha construido una audiencia, suceptible a pagar por ver nueva aventura con personajes de probada simpatía. No es una casualidad que las primeras secuelas promovidas son las que tienen más probabilidades de generar productos anciliarios: Cars 2 (John Lasseter, 2011) tenía multitud de carritos que pedían a gritos estar en las repisas de las jugueteras. Ahora, la universidad repleta de monstruitos curiosos ofrece incontables oportunidades para mover mercadería. Para el 2015 se espera una secuela de Buscando a Nemo (Andrew Stanton, 2003); y se rumora un regreso de Los Increíbles (Brad Bird, 2004). Apuesto que nunca le prodigarán ese tratamiento a Up (Pete Docter, 2009), un filme tan hermosos como limitado en opciones de mercadeo.
Aunque Monsters University funciona como comedia ligera de superación personal, es absolutamente innecesaria. Su razón de ser es mover productos. Aquí en Nicaragua puede ser problemática su dependencia en los rituales de la cultura universitaria gringa para establecer una estructura dramática. Sin embargo, como pieza de artesanía, presenta un trabajo sublime. Las texturas, la luz y los ambientes se confabulan para crear un genuino banquete visual. La tecnología que usan para generar imágenes por computadoras ha avanzado a pasos agigantados. Sin embargo, Pixar nos tiene acostumbrados a algo más que buena técnica. Falta la creatividad narrativa, que siempre ha estado en el corazón batiente de sus mejores películas. Quizás la química entre Goodman y Crystal le dé algo más de sustancia, pero por el momento, no tengo manera de saberlo.
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