Por Juan Carlos Ampié
Guerra Mundial Z, aclamada novela gráfica, relata lo que sucedería si una plaga de zombis empuja a la humanidad a una tercera Guerra Mundial. Brad Pitt compró los derechos para su adaptación cinematográfica, matriculándose sin saberlo en el proyecto más azaroso de su carrera. Y el mejor reportado. Un reveladora historia de la revista Vanity Fair documentó el caótico rodaje, la tensión en el set entre Pitt y el director Marc Forster, y la inconformidad de los productores con el acto final, que eventualmente re-escrito y re-filmado. Forster tiene el dudoso honor de haber comandado Quantum of Solace (2008), la peor película de James Bond de los últimos tiempos. GMZ parecía un desastre, pero no del tipo que uno quisiera. Me complace decirles que la historia tiene un final feliz.
Pitt interpreta a Gerry Lane, veterano experto de seguridad de las Naciones Unidas. Tras años en campos de batalla, se ha retirado para vivir el sueño doméstico con su esposa Karin (Mireille Enos) y sus dos hijas. El mundo afuera se esta yendo al infierno. Los créditos iniciales de la película combinan cobertura noticiosa sobre una extraña epidemia, disturbios sociales en lugares recónditos y brutales escenas de depredación natural. Las semillas del caos ya están esparcidas cuando la familia Lane se enrumba en su camioneta a la ciudad. Atrapados en un embotellamiento vehicular, quedan en el centro de un caótico ataque zombi.
Pero Gerry está llamado a salvar a la familia mayor, es decir, a la humanidad entera. Pronto es reclutado para escoltar a un virólogo (Elyes Gabel) dispuesto a rastrear la epidemia hasta su fuente, el paciente cero. La odisea nos lleva alrededor del mundo: Corea del sur, Israel e Inglaterra. A través de Gerry, experimentamos épicos ataques multitudinarios e íntimos encuentros cara a cara entre los vivos y los no-muertos. Cada momento es articulado para extraer la mayor cantidad de suspenso. En este sentido, la película es un éxito total. Foster se redime como director de acción, con la certera ayuda de los editores Roger Barton y Matt Chesse.
Es una suerte que el suspenso funcione, porque nos distrae de las flaquezas del filme. La trama es repetitiva. Gerry visita una locación, recoge una perla de sabiduría sobre los zombis, sortea un ataque y sigue su camino. Cruce el ADN de “CSI” con un zombi, el resultado es este. No en balde la película se resuelve en un laboratorio. Pitt es un excelente actor y logra anclar con gravedad la acción, pero el constante movimiento no le permite desarrollar el personaje a cabalidad. Nunca pasa de ser el mejor engranaje de una máquina de movimiento perpetuo. Esta criminalmente desperdiciado.
Como todos los monstruos cinematográficos, el zombi ha servido para proyectar las ansiedades de nuestros tiempos. El conformismo que enfrentaba la contra-cultura subyace en la original Noche de los Muertos Vivientes (George A. Romero, 1968), el materialismo los encierra en un mall en la original Dawn of the Dead (Romero, 1978). Aquí hay alguna sugerencia de conectarlos con la debacle ambiental y la explosión demográfica, pero no amarran la simbología. Las escenas multitudinarias en las que se mueven como hormigas para escalar muros son visualmente impresionantes, pero también se sienten remotas. Si algo representan, son la complicación logística de fabricar escapismo taquillero. Evidencias de la atribulada producción afloran aquí y allá. Nótese la locución de Gerry que aparece para atar cabos sueltos, las estampas de una batalla en Moscú reducidas a destellos de escenas, y un anticlimático epílogo. Debe haber una película más interesante en el disco duro de alguna computadora, pero nunca la veremos.
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