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Miran y no ven, escuchan y no oyen

Sacerdote católico Jesucristo anuncia el Reino de Dios por medio de milagros y parábolas. No solamente dice lo que se debe hacer, sino la manera cómo se ha de discernir la voluntad de Dios en cada circunstancia de la vida cotidiana y elegir la opción correcta para obedecerle. Es un extraordinario Maestro, puesto que enseña […]

Sacerdote católico

Jesucristo anuncia el Reino de Dios por medio de milagros y parábolas.

No solamente dice lo que se debe hacer, sino la manera cómo se ha de discernir la voluntad de Dios en cada circunstancia de la vida cotidiana y elegir la opción correcta para obedecerle.

Es un extraordinario Maestro, puesto que enseña en cada ocasión dependiendo de sus oyentes. A los agricultores les habla de la siembra, del trigo y la cizaña; a las amas de casa, de la levadura; al mercader, del tesoro escondido y la perla preciosa.

La parábola del sembrador (Mateo, 13, 1-23) nos narra de la semilla que es tirada por el sembrador en varios tipos de terreno, destacando al final cuál es más apto para el desarrollo pleno y la producción copiosa.

El sembrador es Dios, la semilla es la Palabra Divina, que tiene calidad, pero el ser humano, por su libertad, determinará con sus actitudes su productividad. Por eso, depende más de la tierra que de la semilla, que se seque, se extinga o produzca profusamente.

Ante la pregunta de los discípulos por qué a unos les habla en parábolas y a otros de forma directa, Jesús responde que quienes han estado más cerca de Él ya han hecho un proceso de comprensión, asimilación y vivencia de su doctrina. Por eso les dice: “Dichosos en cambio los ojos de ustedes porque ven y sus oídos porque oyen”.

Y no por un privilegio especial, sino por su esfuerzo voluntario y generoso. Allí está el secreto para poder ver y escuchar. Son todos los que hacen un camino serio, dejan que la Palabra de Dios los toque, entusiasme y les haga vibrar de amor para reconocer que el único sentido de la vida es el servicio desinteresado.

Jesús también se refiere a otras personas que conociendo su palabra se han vuelto impermeables a su mensaje. Sucede como con una piedra que puede estar por siglos dentro de un río y cuando la sacan y la quiebran, por dentro está seca y polvorienta.

Así pasa con la Palabra Divina: algunos pueden conocerla, citarla, gritar a los cuatro vientos que son seguidores y discípulos, pero con los frutos de maldad, farsas, desfalcos, crímenes y maquinaciones, atacando lo bueno con calumnias y aplaudiendo lo malo con beneficios, a esos Jesús los cuestiona con la palabra del profeta Isaías: “Miran y no ven, escuchan y no oyen ni comprenden (…) Por más que escuchen no comprenderán. Por más que miren no verán”.

El corazón del malvado está obstruido por su vanidad; sus oídos no pueden escuchar el clamor del necesitado; sus ojos no pueden ver el infortunio de los Cristos Vivos y sufrientes, humillados por la arrogancia de sus intereses particulares. Se jacta solamente de sus obras estériles con palabras vacías pronunciadas en discursos llenos de ignominia y farsa, porque la egolatría del infame es tan enorme como su ilimitada ambición.

Sin perseverancia no puede echar raíz la semilla que es vida. Es necesario mantenerla activa para alcanzar lo que nos proponemos. En este caso dejar que Dios sea soberano en nuestras vidas para ser terreno fértil. Si desertamos ante la tribulación, la tentación o desencanto, la semilla se perderá. Solamente al tomar la cruz se abona el terreno que necesita Cristo para que su Palabra dé buen rendimiento.

La búsqueda de gloria mundana, la seducción de las riquezas y del poder, pueden hacernos perder el rumbo de una vida correcta y nos pone en peligro de perecer espiritualmente.

Religión y Fe

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