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No sólo discípulos… ¡también somos algo más!

Es necesaria la formación “para ser misioneros valientes y alegres, equipados culturalmente para anunciar a todos que Jesús es la razón suprema de la vida y de la juventud”. (Benedicto XVI) Un día un amigo sacerdote, advirtió a un joven estudiante universitario católico: “Mira, tú eres alabado por tu buen comportamiento y tus magníficas notas, […]

Es necesaria la formación “para ser misioneros valientes y alegres, equipados culturalmente para anunciar a todos que Jesús es la razón suprema de la vida y de la juventud”.

(Benedicto XVI)

Un día un amigo sacerdote, advirtió a un joven estudiante universitario católico: “Mira, tú eres alabado por tu buen comportamiento y tus magníficas notas, mas, si de alguna manera no te manifiestas abiertamente como cristiano, presentando a tus compañeros a Jesús como la mejor propuesta en la búsqueda del sentido de la vida y de la solución a todos los problemas humanos, toda la honra y la gloria recaerá únicamente sobre ti, pero la presencia y la acción del Señor no serán reconocidas a través de ti”.

Desgraciadamente no hemos sido formados para ser misioneros valientes y alegres. Yo mismo durante mi adolescencia tuve momentos de duda respecto a si realmente había recibido el sacramento de la Confirmación que “nos hace valientes soldados de Cristo”. En ese entonces este servidor era todo un “Premio Nobel” de la timidez, ¡también por eso hice tan poco! Más tarde comprendí que todo sacramento es un poder que se otorga para ser usado, para activarlo. Esto recuerda San Pablo a Timoteo: “Por eso te invito a que reavives el don espiritual que Dios depositó en ti por la imposición de mis manos”. Así como el músculo que no se ejercita se atrofia, el cristiano que no pone a funcionar la virtud propia del sacramento recibido, también se atrofia, es un cristiano atrofiado, paralítico como apóstol de Cristo, nulo como misionero.

No basta ser discípulo, hay que ser misionero. El discípulo tiene que convertirse en misionero que evangeliza. Y para esta misión uno tiene que prepararse bien, que estar equipado culturalmente para dar razón de su fe, para poder hacer operante y efectiva la presencia de Cristo en el hogar, en la oficina, en la escuela y la universidad, en la calle y en los centros de recreación… En la Asamblea y en las más bajas y altas esferas gubernamentales, como en muchas partes, falta el buen testimonio y la intrepidez del discípulo y misionero que tenga el valor de renunciar a cualquier “Premio Nobel” antes que renunciar a proponer a Cristo como la verdadera, única y mejor opción para la dicha y la paz personal y social.

Religión y Fe

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