Sacerdote católico
La oración es el diálogo con Dios. Es el arma potentísima que tenemos los creyentes para suplicar al Todopoderoso, que por medio de la intercesión de su Hijo Único Jesucristo y por la fuerza del Espíritu Santo nos defienda en todo momento. En las horas cruciales de nuestras vidas, de nuestra historia, de nuestra fe, no debemos desmayar en ningún instante, sabiendo que la Sangre de Cristo derramada en la Cruz ha vencido el pecado, la muerte y ha derrotado al enemigo antiguo, el diablo.
Todos los que en este momento están leyendo estas palabras digamos juntos: Amado Jesucristo, Tú eres nuestro Único Rey y Señor, Eres el Único Salvador de nuestras vidas, solamente en ti ponemos nuestra confianza, nuestra esperanza. A Ti honor y gloria por los siglos de los siglos. Creemos firmemente que estás vivo y resucitado en medio de tu pueblo, que Resucitado estás a la derecha del Padre y que nos envías tu Espíritu Santo de manera permanente para que nos regale la fuerza necesaria y la valentía para luchar contra el mal y contra el malo.
Queremos en este día, adorabilísimo Jesús, que nos guardes en la llaga de tu costado, ese costado divino, que fue traspasado por la lanza y que manó sangre y agua. La Sangre Preciosa por la cual somos redimidos y salvos y que tiene Infinito Poder y el Agua que representa el Bautismo y la presencia de tu Espíritu Santo.
Queremos pedirte, humildes y suplicantes, Jesús, Mesías Liberador, que desates de nuestra vida, de nuestra sociedad, de nuestro país, toda atadura que impida una relación sincera contigo. Que por tu inmenso poder envíes a la voz de tu autoridad, como nos dice el Salmo 91, a tus poderosos ejércitos celestiales, para que nuestro pie no tropiece en piedra alguna.
La lucha es grande, la batalla espiritual que debemos realizar es inmensa. Guárdanos en las llagas de tu costado, como cuando los depredadores quieren terminar con las aves del campo y se introducen en las grietas de las rocas. Tú Jesús, roca y manantial divino, ordena a tus milicias celestes, que vengan en nuestra ayuda en este momento dificilísimo de nuestra historia. Creemos en Ti Señor Jesucristo. Como cristianos, todos los que nos llamamos cristianos, debemos gemir suplicantes tu ayuda poderosa. Sabemos que la gloria es solamente para el Padre, para el Hijo y para el glorioso Espíritu Santo, pero queremos hoy, que autorizando a tus legiones angélicas, nos defiendan en la batalla.
San Miguel Arcángel, defiéndenos en la lucha. Sé nuestro amparo contra la perversidad y asechanzas del demonio. Reprímale Dios, pedimos suplicantes, y tú Príncipe de la Milicia Celestial, arroja al infierno con el divino poder a Satanás y a los otros espíritus malignos que andan dispersos por el mundo para la perdición de las almas. Amén.
Te amo Jesús, te amo Señor, con San Pablo digo: “¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?: ¿la aflicción?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?, Pero en todo esto vencemos fácilmente por aquél que nos ha amado. Pues estoy convencido que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro”. (Romanos 8, 35.37-39).