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El corazón más endurecido

Sacerdote católico “Ojalá escuchen hoy la voz del Señor: No endurezcan su corazón”. Estas palabras del Salmo 95 nos invitan para que prestemos atención a la presencia de Dios, que nos interpela en nuestra conciencia y en los acontecimientos de la historia. Jesús, que es la revelación plena del Padre nos pide la escucha de […]

Sacerdote católico

“Ojalá escuchen hoy la voz del Señor: No endurezcan su corazón”. Estas palabras del Salmo 95 nos invitan para que prestemos atención a la presencia de Dios, que nos interpela en nuestra conciencia y en los acontecimientos de la historia. Jesús, que es la revelación plena del Padre nos pide la escucha de la voz de Dios. Lo podemos hacer en cualquier lugar, en cualquier momento, pero sobre todo en el silencio para evitar todo tipo de distracción. El salmista nos recomienda que ese escuchar lo realicemos “postrándonos por tierra, bendiciendo al Señor, Creador nuestro. Porque Él es nuestro Dios y nosotros su pueblo, el rebaño que él guía”.

La postración es una actitud de humildad, no solamente corporal sino sobre todo espiritual, puesto que reconocemos nuestra creaturalidad y la soberanía de Dios. El bendecir su Nombre es algo grandioso. Periódicamente con nuestras preocupaciones no captamos que los pensamientos de Dios no son nuestros pensamientos. No es Dios quien debe obedecernos, al contrario, nosotros debemos obedecer a Dios. Muchas veces le retamos pronunciando: No me entiendes, no me comprendiste. Más bien debemos expresarle dócilmente: Señor enséñame a seguir tus caminos, enséñame a comprenderte.

El pueblo de Israel se rebeló cuando había sido sacado de Egipto. Su corazón se hizo duro como la roca. De eso nos habla el Salmo con los acontecimientos en Meribá, como el día de Masá en el desierto. Nuestro corazón se puede hacer duro como la roca. Ya no vemos la bondad del Señor ni la oportunidad que nos brinda para rectificar nuestros errores y amar a plenitud.

Me impresiona la frase del Salmo que dice: “Cuando sus padres me pusieron a prueba, aunque habían visto mis obras”. Queda claro, las obras de Dios son signos de su amor. Pero no todos somos conscientes que las obras son importantes. En ocasiones creemos que solamente las buenas intenciones bastan y no es cierto. Hay un refrán español muy conocido que dice: “Obras son amores y no buenas razones” y otra frase popular que expresa: “De buenas intenciones está empedrado el camino del infierno”.

Lo que se juzgará al final de nuestra vida son las obras, buenas o malas. Los pecados de palabra y obra son ofensas a Dios en el hermano. Está claro. Pero los de omisión no nos quedan tan diáfanos. Es cuando pudiendo hacer algo bueno lo omitimos por cualquier causa. Las buenas intenciones no sirven si no se materializan.

El corazón más endurecido no es ciertamente aquel de la persona que se proclama atea, que puede decir de palabra que no cree en Dios, que cree en la autonomía y no en la teonomía. El corazón más endurecido lo encontramos en los que vamos a los templos, nos sentamos en las primeras bancas de las iglesias, en los que predicamos o escuchamos continuamente la Palabra del Señor. El corazón más endurecido es aquel que habiendo escuchado la vibrante voz del Espíritu Santo, de manera consciente la rechaza, porque aunque con su boca proclame, con seguridad y hasta con osadía, que es ferviente discípulo de Cristo, con sus intrigas, malevolencia y acciones de inmoralidad demuestra que está impermeable a la Palabra de Dios.

El evangelista nos recuerda: “Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mateo 5, 16). Es una enseñanza que no debemos olvidar.

Religión y Fe

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