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La cruz de Cristo es la victoria de Dios

Sacerdote católico Celebramos la Exaltación de la Santa Cruz. Recordamos con alegría cómo desde niños se nos enseña a hacer la señal de la cruz. De hecho muchos cristianos tienen el símbolo de la Cruz en sus lugares de culto u otros sitios. Nos hace recordar que ese madero, donde murió el Salvador del Mundo, […]

Sacerdote católico

Celebramos la Exaltación de la Santa Cruz. Recordamos con alegría cómo desde niños se nos enseña a hacer la señal de la cruz. De hecho muchos cristianos tienen el símbolo de la Cruz en sus lugares de culto u otros sitios. Nos hace recordar que ese madero, donde murió el Salvador del Mundo, de instrumento de suplicio se convirtió en signo de Redención.

Cada quien lleva una Cruz en su vida: enfermedad, dolor, desprecio, precariedad económica o moral. Al mirar la Cruz podemos meditar por quién y para qué murió Jesús. Nuestra disposición ante la vida, por difícil que parezca, se puede convertir en un manantial de alegría y amor. En el libro de los Números 21, 4-9, leemos que el Señor dijo a Moisés: “Haz una serpiente de bronce y ponla por señal; el herido que la mire, vivirá. Hizo Moisés una serpiente de bronce y la puso por señal, y los heridos que la miraban eran sanados”. La serpiente de bronce era una prefiguración de Cristo en la Cruz, en quien obtienen la salvación los que la miran. Así lo expresa Jesús en su conversación con Nicodemo. (Juan 3, 3-17).

¿Por qué pide Dios que haga una serpiente de bronce? El significado que hay aquí es que los seres humanos, inclinados a la codicia, somos como serpientes que nos arrastramos sobre el suelo, somos traicioneros, pero si uno de ellos se eleva hacia Dios, al encumbrarse, sana a los demás, invitándonos a sacar el veneno del pecado. No se trata de una idolatría porque el único que sana es Dios.

El triunfo de los planes de Dios en el mundo no es como el mundo lo espera. Jesús, en su misión terrena, triunfó plenamente en la pasión. La resurrección fue la manifestación de esa victoria personal en que venció el mal.

La Cruz es el tiempo de la prueba. Podemos pensar que honramos a Dios, pero podría ser que lo que hacemos es rutina. Lo esencial es el amor, la lucha por la equidad. Pero nos podemos volver impermeables. Es decir, estar rodeados de lo sagrado y que lo sagrado no nos impregne. Lo sagrado es la dignidad del hermano, puesto que el mismo Jesús lo expresó: “Cualquier cosa que hagan con uno de los más pequeños, a mí la están haciendo”. Y con dolor constatamos que podemos ser permeables al poder y a la idolatría de las riquezas.

La persona que cree lo que Jesús enseña y vive acorde a eso, en su interior ya tiene la vida eterna, que la poseerá, de manera total en su encuentro con Dios. Son quienes luchan, padecen, son injuriados, perseguidos y hasta mueren por causa de la justicia. En ellos se está construyendo el Reino de Dios. Pero otros podemos optar por caminos tan malos que ya en el corazón cargamos, no vida eterna, sino infierno, amargura, tristeza, furia, voracidad frívola y todo lo caduco al servicio del materialismo.

Evitar mirar la cruz, es no querer ver el rostro adolorido del hermano, del que es humillado en su dignidad por unos cuantos centavos para calmar momentáneamente su hambre de pan, pero a quien no se le hace justicia en sus verdaderas necesidades.

No seamos como los que nos ufanamos en mostrar cruces externas como ornamentos y ser cómplices directos o silenciosos de los que se confabulan para demoler lo noble. Que con nuestra vivencia se haga realidad aquella estrofa del canto: “Al pecho llevo una Cruz y en mi corazón lo que dice Jesús”.

Religión y Fe

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