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Pablo: Cercano e inmenso

Pablo de Tarso es, sin duda, la figura más cautivadora y controversial del colegio apostólico. Lo encontramos por primera vez cuando todavía chavalo guardó la ropa de los judíos mientras éstos apedreaban al diácono Esteban. Ya mayor, fariseo fanático y discípulo de Gamaliel, se dedicó a perseguir a los cristianos. Los Hechos de los Apóstoles […]

Pablo de Tarso es, sin duda, la figura más cautivadora y controversial del colegio apostólico. Lo encontramos por primera vez cuando todavía chavalo guardó la ropa de los judíos mientras éstos apedreaban al diácono Esteban. Ya mayor, fariseo fanático y discípulo de Gamaliel, se dedicó a perseguir a los cristianos. Los Hechos de los Apóstoles nos relatan su espectacular derribo del caballo cuando iba a Damasco con nuevas órdenes para capturar a judíos convertidos al cristianismo y llevarlos encadenados a Jerusalén. El propio Cristo, cautivado por tanta pasión y no queriendo errar el tiro, lo derribó de su caballo de un fogonazo para que, mordiendo la tierra, conociera el poder de su ira y de su amor.

Convertido en hoguera viviente, se lanzó con pasión a difundir la Buena Nueva. No tardó en tener un encontronazo con el propio Pedro en Antioquia. Así describe Pablo el grave incidente: “Le hice resistencia cara a cara porque Pedro no andaba derechamente conforme a la verdad del Evangelio y le dije en presencia de todos: Si tú siendo judío actúas como los gentiles ¿cómo pretendes obligar a los gentiles a judaizar?” Fue tal su indignación, la claridad de su visión y la crisis que desencadenó su coherencia que obligó a los Doce, es decir a los mismísimos apóstoles que Cristo había escogido, a reunirse en Jerusalén en el primer Concilio. ¡Jamás un rebelde —un disidente, diríamos hoy— había logrado tanto éxito en tan poco tiempo!

En medio de sus múltiples viajes, incluso estando preso, encontró el tiempo y la forma de escribir sus geniales epístolas en las que recoge la esencia de la Antigua Alianza, declarándola cumplida en Cristo y, por lo tanto, superada. ¡Con qué pasión proclama: “No hay nada más grande que el amor. Sólo el amor es eterno”! Pablo no se andaba con rodeos: “¿Son judíos ellos? ¡Más lo soy yo!” Cuando fue apresado en Jerusalén a instigación de los judíos que lo acusaban de profanar el Templo, paró en seco al comandante romano que lo quería azotar, lanzándole: “¿Acaso te es permitido azotar a un romano?” Presentado ante el rey Agripa (sometido al imperio invasor), aprovechó que el Rey venía con numeroso séquito para predicar a Cristo con tanta pasión que concluyó tratando de convertirlo. Agripa, desconcertado, no encontró otra salida que escaparse no sin antes reconocer: “Este hombre es inocente. De no haber apelado al emperador, deberían liberarlo”.

Los que deseen saber quién era este hombre que removió todo Asia Menor, Grecia, Italia y —si la muerte no lo hubiese detenido— hubiese llegado hasta España, fundando más iglesias y conquistando más discípulos que todos los demás apóstoles juntos, este hombre que obligó a sus captores a llevarlo a Roma para que el propio emperador lo juzgara, deberían leer en el Nuevo Testamento su fascinante historia contada por él mismo y, sobre todo, sus epístolas: unas largas, otras cortas, pero todas monumentales.

En Roma, la más grande basílica después de San Pedro es la espléndida de San Pablo Extramuros. Muy cerca de allí se encuentra el lugar donde Pablo fue decapitado y donde, según la tradición, tres fuentes brotaron al dar tres saltos su cabeza cercenada.

¡Escucha Pablo de Tarso: Pablo-judío, Pablo-romano, Pablo-universal, erudito, luchador indomable, arrebatado a los cielos para oír y contemplar cosas indescriptibles y humillado en la Tierra como tu adorado Maestro, ese Maestro del que escribiste: “Nosotros predicamos a Cristo y a Cristo crucificado. Escándalo para los judíos, locura para los gentiles”… Escucha Pablo, inmenso y cercano, obsesionado por el amor crucificado y resucitado, Pablo ante quien se rindió el imperio que más ha marcado la historia y la civilización universal… Ven a visitarnos. Ven a esta Nicaragua que anhela y necesita redención humana y divina, ven y desenvaina la espada de tu palabra purificadora como fuego justiciero y bálsamo de amor, revélanos tu secreto para aceptar y proclamar la verdad que siempre libera y serle fieles hasta que estalle la vida.

Religión y Fe

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