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Doña Payita

Sacerdote católico Hace unos pocos días, doña Payita vivió su Pascua definitiva. Ahora, en la presencia del Señor Jesús, en el cielo, alaba a la Trinidad Santísima y en la Comunión de los Santos ora por todos nosotros. Doña Payita fue una mujer muy bendecida. Tuvo una larga vida, contaba con casi noventa años, colmada […]

Sacerdote católico

Hace unos pocos días, doña Payita vivió su Pascua definitiva. Ahora, en la presencia del Señor Jesús, en el cielo, alaba a la Trinidad Santísima y en la Comunión de los Santos ora por todos nosotros.

Doña Payita fue una mujer muy bendecida. Tuvo una larga vida, contaba con casi noventa años, colmada de entrega a los demás, de servicio, de trabajo arduo y honesto, pero sobre todo con un corazón vibrante de fervor y adoración a Cristo Jesús y veneración a la Virgen María.

Recordaremos, quienes tuvimos la dicha de conocer a la “Payita Masaya”, como cariñosamente le llamaban en Masatepe, por las virtudes que Dios le concedió y que ella cultivó con esmero, así como por la unión tierna y respetuosa entre doña Payita, sus nietos y familiares, pero sobre todo el amor de su hija Nubia para con ella.

Es un hermoso testimonio la vida de la Payita en su familia. En su rostro se mostraba radiante una existencia plena. Todos los días recibía el amor dedicado de su hija y sus nietos como una ofrenda filial.

Ella era en ese hogar la imagen venerada de la madre que en el ocaso de su vida terrena recibía el merecido descanso y las atenciones de quienes supieron valorar el esfuerzo de toda una vida.

En medio del dolor humano por la partida de la persona amada, sus familiares, deben tener la inmensa satisfacción por haberla amado de esa manera y haber sido correspondidos por ella. Era doña Payita como una velita que iluminaba y que se fue desgastando hasta consumirse y fundirse en Jesús.

Todos los hijos debemos reconocer el don de Dios por medio de una madre. En el corazón de la mamá se cultivan las más bellas flores que han sido regadas con abnegación, generosidad y afecto.

Ciertamente conocer de Dios y de su infinita ternura es algo maravilloso. Mejor si se tiene una experiencia personal con Cristo Resucitado. Y más aún, si al conocimiento de Dios y a la experiencia de su Hijo Jesucristo se une la práctica del amor, hecho acción en los hermanos.

Allí en esa fusión reside el Poderoso Espíritu Santo.

En la Sagrada Escritura encontramos la Palabra que sale de la boca de Dios. Nos dice en Éxodo 20, 12: “Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que el Señor tu Dios te da”. Éste es un mandamiento de Dios con promesa. Y tengamos la plena seguridad que, una lluvia de bendiciones y alegrías existe en el corazón de aquellos hijos que reverencian, aman y enaltecen a sus padres.

Reflexionemos, si se tiene que mejorar o corregir nuestro deber de hijos para con nuestros padres o con quienes han desempeñado la función de ellos.

Unas pocas estrofas del poema En vida hermano en vida de Anamaría Rabatte nos pueden ayudar a recapacitar: “Si quieres hacer feliz a alguien que quieras mucho, díselo hoy, sé muy bueno, en vida, hermano en vida. No esperes a que se mueran, si deseas dar una flor, mándalas hoy con amor, en vida hermano, en vida. Si deseas decir: Te quiero, a la gente de tu casa, al amigo cerca o lejos, en vida hermano, en vida. Nunca visites panteones, ni llenes tumbas de flores, llena de amor corazones. En vida, hermano, en vida”.

Religión y Fe

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