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El ejemplo vale mucho

Sacerdote católico El engendrar una nueva criatura no es el resultado que prueba que se es hombre o para satisfacer el deseo de maternidad. Es recibir la bendición de una vida y luchar por proporcionarle las condiciones necesarias en su normal desarrollo. Un hijo es la sonrisa del hogar. Cuando se educa correctamente al niño […]

Sacerdote católico

El engendrar una nueva criatura no es el resultado que prueba que se es hombre o para satisfacer el deseo de maternidad. Es recibir la bendición de una vida y luchar por proporcionarle las condiciones necesarias en su normal desarrollo. Un hijo es la sonrisa del hogar. Cuando se educa correctamente al niño existe una gran posibilidad de brindar a la Iglesia y a la sociedad una persona de bien. Nadie puede dar lo que no tiene. Si recibimos humillaciones vamos a dar maltratos, pero si absorbemos amor eso proporcionaremos.

Hace algún tiempo, una señora me comentó lo siguiente: “Padre Eslaquit, aborté a uno de mis hijos. Mi esposo me obligó y me amenazó que si el niño nacía él se iba de la casa. Ahora estoy muy arrepentida porque sé que el aborto es un pecado gravísimo ante los ojos de Dios”. Oramos juntos y le expliqué que el aborto es un pecado que tiene excomunión sacramental en la Iglesia católica, cuando éste se produce deliberadamente. Le aclaré que en ninguna circunstancia se puede dar término a la vida humana, pues ésta solamente le pertenece a Dios. Pero también le conversé de la misericordia de Jesús. Compartimos una frase del Salmo 50, que dice: “Un corazón arrepentido y humillado Dios no lo desprecia”. Oramos con las palabras del profeta: “(…) Aunque sus pecados sean de un rojo intenso, se volverán blancos como la nieve; aunque sean rojos como la púrpura, quedarán como lana blanca” (Isaías 1,18). Clamamos misericordia a Jesús y le indiqué que fuera donde el señor Obispo para que se confesara y pudiera recibir la absolución sacramental. (Solamente los sacerdotes con facultad para absolver pecados de excomunión pueden hacerlo o a quienes les ha dado esta facultad el señor Obispo).

El ejemplo vale mucho: un señor de unos 45 años me comentaba que su matrimonio era un fracaso. Él era alcohólico. Por mucho esfuerzo que hacía no podía dejar el trago. Esto causó gran trastorno en el hogar y desequilibró la economía familiar. Me decía: “Recuerdo que cuando era un niño de unos 7 años, mi papá que era alcohólico, maltrataba a mi mamá y me llevaba a una venta cercana de mi casa donde vendían cerveza. Mientras él se emborrachaba, yo lo esperaba. Una vez me dijo: “Usted es hombre como yo y tiene que aprender a tomar cerveza”. Me dio como media botella. Aún recuerdo que estaba mareado, con deseos de vomitar y regresamos a la casa. En la calle había algunos hombres también ebrios que me decían: “Ese niño es un borracho como su papá”. Llegué a mi adolescencia bebiendo licor, viví mi adultez en medio del trago y ahora soy un alcohólico que hago infeliz a mi familia. ¿Qué puedo hacer para cambiar?”.

Oramos durante un buen rato, suplicando al buen Jesús que cicatrizara las heridas de su corazón, para que pudiera sentir que en esos minutos, en que inició siendo un niño, el camino de la borrachera, estaban siendo sanados y él estaba siendo liberado por la Sangre Preciosa de Cristo. El hombre se fue calmando y con gran confianza puso en las manos de Dios su enfermedad de alcoholismo y su angustia. Ahora asiste a un grupo de oración y está en proceso de curación en los Alcohólicos Anónimos.

El ejemplo vale mucho. El hogar es el terreno donde crecen los hijos. Del hogar salen las manos de las personas que van a bendecir y trabajar honradamente o las manos que van a robar, agredir o a matar al otro.

Religión y Fe

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