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Abrir el corazón al amor de Dios y del prójimo

Iniciamos el tiempo litúrgico de la Cuaresma. Con la imposición de la ceniza los católicos recordamos que somos criaturas y que venimos del polvo y a él volveremos. Esto nos invita para meditar que la vida humana es un regalo de Dios y debe ser ocupada para hacer el bien. Es época de penitencia y […]

Iniciamos el tiempo litúrgico de la Cuaresma. Con la imposición de la ceniza los católicos recordamos que somos criaturas y que venimos del polvo y a él volveremos.

Esto nos invita para meditar que la vida humana es un regalo de Dios y debe ser ocupada para hacer el bien. Es época de penitencia y de arrepentimiento sincero si hemos actuado incorrectamente. El llamado de los profetas y del mismo Cristo a la conversión debe resonar en los oídos del alma y el atender esa voz es primordial.

Regresar al camino del bien, dirigir los pasos hacia la identificación con los sentimientos de Cristo, dejar atrás la vida egoísta y vacía, que se carga con el consumismo y la impiedad es el objetivo de este tiempo.

Debemos procurar un desierto espiritual para adentrarnos en la vida interior y comprender la radicalidad del mensaje: que Dios es nuestro Padre y todos nosotros somos hermanos. Su cumplimiento provocaría una auténtica revolución espiritual. Una revolución del amor. Pero de un amor a Cristo en la persona de los demás, sin exclusiones pero de forma preferencial por los marginados.

Tratemos de vivir estos tres pilares que se nos proponen: oración, ayuno y limosna.

La oración es el diálogo con Dios. Él habla y su pueblo escucha. Tenemos la capacidad de oírlo por medio de su Palabra Divina, de los acontecimientos de la historia, de los signos de nuestro tiempo y de hablarle, por medio de la oración. La petición que Dios no atiende es la que no se hace.

El ayuno, no consiste de manera exclusiva en abstenerse de ciertos alimentos en algunos días del año. Es lo que clama el profeta: ¿No será más bien otro el ayuno que yo quiero: desatar los lazos de maldad, deshacer las coyundas del yugo, dar la libertad a los quebrantados y arrancar todo yugo? ¿No será partir al hambriento tu pan, y a los pobres sin hogar recibir en casa? ¿Que cuando veas a un desnudo le cubras y de tu semejante no te apartes? Entonces brotará tu luz como la aurora y tu herida se curará rápidamente” (Cf. Isaías 58, 6-8).

La limosna es la solidaridad cristiana. Es compartir lo que somos y lo que tenemos con los demás: nuestro tiempo, bienes, cariño. Pero es luchar para desmontar estructuras que deshumanizan. Podemos llamar hermano al otro, pero quedarnos solamente en las palabras. Ser hermano es hacerse próximo, ver, acercarse, conmoverse, actuar ante el sufrimiento de Cristo, que se esconde en el penoso disfraz de hambriento, de sediento, de quien busca trabajo y del humillado por causa de la injusticia.

Cuando la insensibilidad quiera seguirse alimentando de un falso misticismo recordemos aquella estrofa del canto: “Con vosotros está y no le conocéis, con vosotros está su nombre es el Señor. Su nombre es el Señor y pasa hambre y clama por la boca del hambriento y muchos que lo ven pasan de largo seguros ocupados en sus rezos…”.

Con mucha razón su Santidad Benedicto XVI en el mensaje cuaresmal de este año nos expresa que “la Cuaresma es abrir el corazón al amor de Dios y del prójimo”.

Religión y Fe

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