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Por parte de padre, Julio tiene 13 hermanos que aún no conoce. “Es importante conocer a tu familia, al final es lo que te queda en la vida”, destaca Julio Rubio. LA PRENSA/D.NIVIA

El encuentro de una madre

Esa mañana Julio vio el rostro de la mujer que 26 años más tarde se le presentaría como su madre. Morena, pelo largo y una cara muy parecida a su hermano menor. Así la recuerda Julio cuando tenía nueve años y esa misteriosa mujer se presentó en la casa de su abuela en Diriomo.

Por Róger Almanza G.

Esa mañana Julio vio el rostro de la mujer que 26 años más tarde se le presentaría como su madre. Morena, pelo largo y una cara muy parecida a su hermano menor. Así la recuerda Julio cuando tenía nueve años y esa misteriosa mujer se presentó en la casa de su abuela en Diriomo.

 “Recuerdo que discutió mucho con mi abuela y después de la pelea mi abuela me preguntó si yo me quería ir con ella. Yo dije que no y mi hermano salió corriendo a jugar al fondo del patio. No la conocía, pero creo que supuse que se trataba de mi madre”, recuerda Julio Rubio, hoy de 37 años.

Lo que supo siempre es que su madre se fue de la casa cuando él apenas tenía tres años y su hermano 14 días de nacido. Tan solo días después de que su padre muriera en un accidente automovilístico a los 23 años.

 “Sin perder de vista lo que quería ser”

Vendía pan, tortillas, helados, y a la escuela llevaba goma de mascar para vender a sus compañeros y poder comprar cuadernos y lápices. “No fue fácil pero sentía esa necesidad de estudiar costara lo que costara”, comenta Julio.

Y en efecto, su futuro estaría definido por cada grado escolar que pasara. Sacaba buenas calificaciones  y jamás faltó a la escuela. Antes de iniciar el primer año de secundaria, se fue a vivir los meses de vacaciones a Managua, donde trabajó como jardinero y ahorró dinero para comprar los útiles escolares.

Con su primer semestre aprobado de cuarto año de secundaria, Julio aplicó a una beca del Programa de Becas para la Paz de Nicaragua. “La gané. Creo que fue uno de los momentos más felices que he tenido, saber que iba a estudiar en Estados Unidos, cambiaba todo. Solo se la daban a los mejores estudiantes”, cuenta Julio.

En Estados Unidos terminó su secundaria y estudió administración de pequeños negocios.

A su regreso a Nicaragua Julio ya con 21 años, traía en su maleta todas sus ideas para triunfar y una mucho más grande, las ganas de encontrar a su madre.

Tres días después de su regreso inició a trabajar en un hotel de Managua y así llegaría hasta un hotel de playa. Pero el trabajo que ha mantenido desde hace 15 años ha sido para una compañía de carga aérea. “Este trabajo me ha abierto puertas y he hecho camino profesional… he conocido muchos otros países, algo que de niño creo que nunca me lo imaginé”, cuenta Julio.

 En busca de la verdad

La casa de su abuela era grande. La amplia sala  estaba llena de mesas y en la esquina un tocadiscos sonaba todas las noches y varias mujeres bailaban al ritmo de la canción mientras los hombres tomaban alcohol. Su abuela era la dueña y contrataba a las mujeres. Una de esas mujeres sería su madre.

“Mi madre llegó como a los 13 años a la casa de mi abuela y ahí conoció a mi papá. Me tuvo a los 15 años”, recuerda Julio de los relatos de su abuela.

Fue recién venido a Nicaragua, cuando comenzó a trabajar en un hotel de Managua, que decidió empezar la búsqueda de su madre. Su historia fue escrita en el periódico La Tribuna y la noticia corrió de boca en boca por todo su pueblo.

“Me llamaban por teléfono y me decían que sabían donde estaba mi madre, otras mujeres me decían que eran mi madre pero que no podían verme”, cuenta Julio. Así pasaron 14 años.

Iba encontrando más hermanos hasta darse cuenta que su madre, llamada Carmen Prado, había parido más hijos y que igual que él los había dejado con sus abuelas. El rastro de su madre se perdía al encontrar a sus hermanos menores hasta que una mujer llegó a su casa en Diriomo y le dejó un recado.

 El encuentro

Comenzaba el año 2011 y con el recado en mano, Julio llegó hasta donde la mujer. Trabajaba en el mercado de Diriomo. La mujer morena de baja estatura, de marcadas arrugas, de moña de pelos canosos y con delantal a la cintura, se le acercó a Julio y le dijo: “Yo sé donde está tu madre, se llama Carmen y fuimos amigas, bailé con ella donde tu abuela”.

Fue en marzo del 2011 cuando Julio tomó el valor que reunió en 14 años de búsqueda. Llegó hasta una casa en Diriamba. Lo acompañaba un amigo y su esposa.

Ahí estaba la mujer que Julio había buscado por tanto tiempo. Era la misma mujer que llegó aquella mañana a la casa de su abuela y que él aún recordaba claramente. Ahora, un poco más vieja, un poco más gorda.

“Sentí que el corazón se me salía del pecho y no sabía qué decir ni siquiera sabía si me le podía acercar”, recuerda Julio. Un abrazo mutuo rompió el hielo del momento y las lágrimas empezaron a correr. “Soy Julio, tu hijo”, fue lo único que logró decir Julio a su madre. Sus amigos lloraban con la escena y Julio pasó horas platicando con su madre.

Dos años después del reencuentro, Julio trata de no insistir en el porqué de la separación y Carmen trata de vivir una nueva historia con su hijo. “Estoy feliz, es mi hijo y sé que entiende muchas de las razones que nos separaron, creo que por eso me buscó también, porque sabe que en el fondo no quería dejarlos solos”, comenta Carmen.

Hoy Carmen vive con una nueva pareja y tres hijos y no ha perdido contacto ni un solo día con Julio.

“No soy quién para juzgarla. Yo quería, tenía esa necesidad de encontrarla y saber quién es mi familia y lo hice y ahora poco a poco nos estamos conociendo y aprendiendo a amarnos como madre e hijo”, dice Julio.

Ver en la versión impresa las paginas: 12, 13

Sección Domingo Encuentro madre

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COMENTARIOS

  1. Blanca Flor
    Hace 11 años

    Siempre hay una justificacion para dejar botados a los hijos y cuando ya estan formados, por otros, obviamente, entonces si, son sus hijos. Eso es muy comun.
    Vaya que si cuesta mucho a las abuelas ya sin fuerzas criar sus nietos.

  2. jose sandino
    Hace 11 años

    esto es lo major que trae la prensa este dia, este reportage de amor familiar. Dios bendiga a esta familia

  3. Alejandro F. Cajina
    Hace 11 años

    Que linda Historia, como estas deben haber muchas y no nos toca juzgar a estas mujeres. Ojala el hijo sepa entender y perdonar, pues no solo la madre es culpable del abandono que sufrio, tambien lo es la abuela que lo crio, por el tipo de negocio que tenia. Recordemos esa epoca eran los anos dificiles del gobierno Sandinista y cuantas mujeres trabajaron dr bailarinas y quiza vendiendose como mercancia sexual para sobrevivir con sus familias.

  4. joe
    Hace 11 años

    Una historia intensa. Que bueno leer algo asi un Domingo… Gracias

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