Por José Denis Cruz
Se les vio venir con el torso desnudo y lanzando flechas envenenadas. Eran mil indios quienes la mañana del 30 de marzo de 1881, entraron furiosos por el este y por el sur de Matagalpa con la misión de tomarse la ciudad y destronar al gobierno local del prefecto Gregorio Cuadra.
Habían bajado de las montañas armados con arcos, flechas hechas con madera de pijibay, machetes filosos, piedras y fusiles que guardaron una vez que pasó la Guerra Nacional de 1856. Detrás de ellos le seguían las indias con más armas y masas de chile para untarle a los enemigos.
Cuando los indios llegaron, la ciudad estaba en calma pues la población cercana al Cuartel del prefecto Cuadra fue evacuada, debido a que días antes, el rumor de la rebelión se había regado como pólvora, y las fuerzas del Gobierno tuvieron tiempo para prepararse y combatir a los indios.
Este enfrentamiento fue el primero de los dos que se dieron en 1881, señala Eddy Küll, historiador matagalpino y autor del libro Indios Matagalpas: Su lengua, cuentos y leyendas.
INCONFORMIDADES
Ese año de la rebelión indígena, la estructura económica inició una transformación. Los indios empezaron a perder sus tierras comunales y se dio una repartición en latifundios para la siembra y cultivo de café.
Fue así como los indios pasaron de ser dueños de parcelas a peones de haciendas cafetaleras. Pero no solo era eso. Le seguía la explotación y la discriminación racial.
“Ya después de terminada la Guerra Nacional comenzó una ofensiva sobre las tierras ganaderas que tenían una vocación cafetalera, las cuales estaban en las comunidades indígenas. Hubo una ofensiva cultural contra la lengua, el consumo de chicha, se prohibieron las celebraciones de los santos y finalmente el trabajo forzado”, señala la exguerrillera Dora María Téllez, autora del libro Muera la Gobierna.
Téllez explica que el detonante de la rebelión indígena fue el tendido del cable telegráfico. “Eso se hizo a lomo de los indios”, dice la exguerrillera quien analiza estos sucesos en su obra la colonización de Matagalpa y Jinotega, entre 1820 y 1890.
Las obras municipales como caminos y calles, eran construidas con mano de obra indígena. Muchos de ellos preferían dedicarse a la agricultura, pero el prefecto Gregorio Cuadra aplicó leyes que sancionaban a quienes no querían trabajarle al Estado.
Ese mismo año, el Gobierno ordenó hacer un censo, lo que preocupó a los indígenas pues creían que este tenía como propósito ejercer mayor control sobre ellos o bien que el prefecto Cuadra pretendía venderlos como esclavos.
Por su parte, Dora María Téllez señala que los jesuitas tenían “mucho poder e influencia en las cañadas indígenas. “Probablemente conocieron de la rebelión y el Gobierno conservador los expulsaron, aprovechando las circunstancias”.
Los jesuitas llegaron al país el 15 de septiembre de 1871 provenientes de Guatemala, expulsados por el gobierno del presidente Justo Rufino Barrios y en ese mismo año algunos de ellos se establecieron en Matagalpa.
El 4 de mayo de 1881 los jesuitas fueron expulsados de Matagalpa y enviados a Granada.
“Los trabajos forzados eran tan agotadores que distraían las capacidades de los indígenas a los siembros, después vino la primera parte del trabajo forzado. Todos estos elementos en conjunto estaban entre las causas de la primera rebelión indígena”, dice Téllez.
La sublevación del 30 de marzo de 1881 fue espontánea, dice Téllez, pero la experiencia en luchas data de 1856 cuando más de sesenta indios flecheros, del Ejército del Septentrión, llegaron a la hacienda San Jacinto a luchar contra los filibusteros norteamericanos, junto a los soldados nicaragüenses comandados por el general José Dolores Estrada.
El combate del 30 de marzo duró tres horas y según cronistas de la época, oficialmente no se reportó ningún indio muerto. Sin embargo, los indígenas lograron matar a un soldado que resguardaba el cuartel donde se encontraba el prefecto Cuadra.
LA REBELIÓN DE AGOSTO
El segundo capítulo de la rebelión indígena de 1881 se empezó a escribir el 8 de agosto. Ese día los matagalpas se tomaron la ciudad con más organización que la primera vez y fueron capitaneados por Lorenzo Pérez, Toribio Mendoza e Higinio Campos. “La sublevación de agosto fue más preparada”, dice la exguerrillera Tellez.
Ese día los indios bloquearon todas las entradas de la ciudad y bordearon los cerros El Calvario y El Apante. Cuando lanzaban sus flechas gritaba: “Ahí te va el telégrafo”.
Alejandro Miranda en su diario Una odisea centroamericana , relata: “Los primeros pelotones de insurrectos entraron por el barrio del Laborío, se apoderaron de las casas y las saquearon, estableciendo su cuartel en la iglesia de ese barrio”. La rebelión se extendió hasta el 10 de agosto.
Al anochecer del 8 de agosto, los indios habían logrado avanzar hacia el centro de la ciudad armados de flechas, a las que llamaban “tafiste”, y fusiles que habían conseguido en la ciudad de León.
Miranda quien era telegrafista de la ciudad, se dirigía a Matagalpa, en su bestia cuando vio que los cables del telégrafo estaban en el suelo. En el transcurso se dio cuenta que sus compañeros Benedicto Vega y Juan José Vélez habían sido capturados por los indios.
“(Los indios) se llevaron para la cañada de Susumá a los jóvenes Vélez y a Vega: allí los hicieron picadillo, según informes auténticos que después se obtuvieron”, relata Miranda en un su diario titulado Una odisea centroamericana .
Días después se supo que a Vega, le cortaron la cara y a Vélez le arrancaron los dedos uno por uno. Los indios antes de mutilarlos les dijeron: “Para que no hagan brujería con esos bejucos viejos”.
En la ciudad seguía la guerra. Ante esto, el prefecto Enrique Solórzano, sucesor de Cuadra, había pedido refuerzos a Managua.
A las nueve de la mañana del 10 de agosto se escuchó una fuerte detonación de cañón de parte de fuerzas del Gobierno al mando del coronel Inocente Moreira. Había llegado con 200 hombres bien armados que hicieron retroceder a los indios.
El coronel Moreira logró dispersar a los indios y obtuvo la victoria como a las cuatro de la tarde.
En la batalla resultaron tres muertos y 21 heridos de flecha, de parte de las fuerzas del Gobierno.
Los indios matagalpas tuvieron un saldo mayor. Murieron entre 400 y 500 indios, cuyos cuerpos fueron lanzados en el lado occidental del río Grande de Matagalpa. “La mortandad fue grande. No hay un dato totalmente fiable de la gente que falleció ahí”, dice Dora María Téllez.
Una vez que pasó la guerra, llegó el general Miguel Vélez, padre de Juan José Vélez, nombrado como jefe del Ejército a pacificar a los indios a sangre y a fuego.
Eddy Küll considera que los indios matagalpas más bien perdieron al rebelarse pues lo que consiguieron fue mayor persecución que culminó con el exterminio de los líderes indígenas. “El general Vélez fue severo con ellos, porque le mataron a su hijo”, dice el historiador matagalpino.
Los líderes indígenas Lorenzo Pérez y Toribio Mendoza fueron fusilados al amanecer del 11 de agosto. Después de la rebelión, el Gobierno sometió a los indios al silencio y la obediencia.
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