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Alégrense conmigo

Cuando en nuestras parroquias, pequeñas comunidades, movimientos laicales y grupos de apostolados nos reunimos para un retiro de iniciación o de crecimiento, al llegar el momento del acto penitencial, que es un paso importante para el encuentro personal con Dios antes de la confesión de los pecados, leemos cualquiera de las tres parábolas que nos presenta el capítulo 15 de San Lucas que resaltan la misericordia de Dios a favor de los hombres.

SACERDOTE MARIO SANDOVAL

Cuando en nuestras parroquias, pequeñas comunidades, movimientos laicales y grupos de apostolados nos reunimos para un retiro de iniciación o de crecimiento, al llegar el momento del acto penitencial, que es un paso importante para el encuentro personal con Dios antes de la confesión de los pecados, leemos cualquiera de las tres parábolas que nos presenta el capítulo 15 de San Lucas que resaltan la misericordia de Dios a favor de los hombres.

En tiempos de Jesús los grupos religiosos excluían a los pecadores y entre más publico era el pecado la repulsión era mayor, de repente aparece Jesús socializando y comiendo con este tipo de gente. Los fariseos y los rabinos no entienden por qué Jesús se reúne con tanta frecuencia, en cenas festivas, con gente que tiene conducta digna de reprobación.

Jesús responde con las tres hermosas parábolas de la misericordia que leemos en Lc 15: (1) de la oveja perdida (vv.4.7); (2) de la moneda perdida (vv.8-10) y (3) del hijo perdido (vv.11-32).

El comportamiento del pastor que busca a la oveja tiene mucho de insólito: deja las 99 ovejas en el desierto, es decir, que las deja en situación de riesgo, con tal de rescatar una sola. Podemos decir, él se la juega toda por la recuperación de la oveja perdida. La lógica común sería: “No importa que se pierda una, al fin y al cabo es una, me quedan 99”. Pero la lógica del pastor es otra: él se devuelve en el camino buscando a la oveja que, probablemente por su debilidad, no fue capaz de caminar al ritmo de las otras.

El comportamiento de la mujer no es menos extraño. Las casas de la época normalmente tienen una sola sala, de manera que cuando se van todos a dormir, toda la casa es cama. ¿A quién se le ocurre, por una sola moneda, levantarse para prender la luz, levantar toda la familia y sacudir todas las sábanas a esa hora? ¿Por una sola moneda? Si todavía le quedan 9, lo normal sería decir: “Que se pierda una sola o me espero hasta mañana, al fin y al cabo, tengo la mayor parte segura”. Pero la lógica de esta ama de casa es otra.

Pues así es Jesús, con esa lógica y con ese celo vive su ministerio: traer de nuevo a casa a los hermanos que se han perdido y necesitan apoyo y asistencia. Jesús se la juega toda por ellos, porque para él cada persona tiene un valor incalculable, mucho más si forma parte de toda esta humanidad caída.

Y en la conclusión de las parábolas se termina con una gran fiesta: el pastor reúne a sus compañeros pastores y la mujer reúne a sus amigas y vecinas (¡A esa hora de la noche!) para celebrar. Así es la “alegría del cielo”, que es la alegría de Dios que goza intensamente con la vida de sus hijos que, de la mano de Jesús, dándole un giro a su vida van redescubriendo el camino que conduce a la plenitud. También en esto un discípulo está llamado a ser como su Maestro. Por eso Jesús y su Padre hoy nos dicen: “Alegraos conmigo”.

De estas tres parábolas, quizás la más conocida sea la que comúnmente llamamos la del Hijo pródigo, aunque sería mejor llamarle la del Padre Misericordioso, es un pasaje que nos narra la conversión del hijo que se fue de la casa del Padre con ansias de libertad e independencia, le fue tan mal, lejos de su padre que lo perdió todo, hasta la dignidad de hijo ya que no podía ni siquiera comer lo que le daban de alimento a los cerdos. Un día se dijo “me levantare y volveré a la casa de mi Padre”. El hijo sabe que su Padre es bueno y que lo perdonara, por eso vuelve, ese Padre es Dios misericordioso.

La finalidad de las tres parábolas es enseñar a los fariseos que se creían justos y perfectos, a ser mas misericordiosos en su corazón y no escandalizarse porque Jesús sea demasiado misericordioso. El pastor no abandona a la oveja, sino que toma la iniciativa, la busca y se alegra al encontrarla, la mujer no se da por vencida hasta encontrar la moneda y comparte su alegría con las vecinas, el Padre misericordioso no le echa en cara su conducta, se adelanta a recibirle, le perdona y le organiza una fiesta e invita a su hijo mayor, que está molesto por el regreso de su hermano, a que participe de su alegría.

Nosotros tenemos muchas ocasiones de imitar o no esta actitud de Dios. Las lecturas de este domingo nos presentan personajes que giran en torno a la misericordia, mañana que asistas a misa, pregúntate a cuál de estos personajes te pareces.

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