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Le dijo: effatá, que quiere decir: ¡ábrete!

Jesús es el liberador de todas nuestras esclavitudes y opresiones, es el sanador por excelencia de los males corporales y espirituales, pero sobre todo vencedor del pecado y de la muerte. El relato de la sanación que nos presenta el Evangelio de San Marcos (7, 31-37) nos muestra a un hombre incapacitado para comunicarse. El […]

Jesús es el liberador de todas nuestras esclavitudes y opresiones, es el sanador por excelencia de los males corporales y espirituales, pero sobre todo vencedor del pecado y de la muerte.

El relato de la sanación que nos presenta el Evangelio de San Marcos (7, 31-37) nos muestra a un hombre incapacitado para comunicarse. El sufrimiento de esta persona era grande, su caso desesperado. No podía oír y tampoco podía expresarse bien puesto que hablaba con dificultad. Ni siquiera sabe lo que quiere pues son otros quienes lo llevan ante Jesús y le ruegan al Mesías que imponga las manos sobre él.

Jesús, rostro misericordioso del Padre, hace suya la pesadumbre del sordo y tartamudo, lo lleva aparte de la multitud, lo trata con ternura, le hace experimentar que Dios se interesa por cada uno de sus hijos, que para Dios no somos conglomerados anónimos a los cuales se les puede utilizar y después dejar a su suerte, sino que somos únicos, valiosos y que tenemos dignidad. Aquel hombre que vivía encerrado en su propio mundo, prisionero de su inercia, bloqueado por sus limitaciones va a experimentar un cambio.

Jesús hace tres gestos de gran significado ya que provoca una comunicación profunda de su propio Corazón que escuchó el corazón del enfermo y llega a él: primero, le metió sus dedos en los oídos; segundo, con su saliva le tocó la lengua; tercero, levantando los ojos al cielo, dio un gemido y le dijo: “Effatá” que quiere decir: “Ábrete”.

La orden de Jesús implícita en su Palabra Poderosa desata el milagro: se abren los oídos del sordo, se le suelta la lengua antes atada y su hablar es correcto.

Hoy necesitamos que resuene en nuestro interior la voz del Señor que nos ordena: ¡Ábrete! Deja que tus oídos capten el sonido bello de la creación; pero también escuchen el dolor, que desde la tierra sube al cielo, de un pueblo agobiado por el hambre, la manipulación de sus extremas necesidades, la falta de empleo digno, reprimido en sus anhelos de libertad, entumido por la cobardía, la indiferencia y hasta la pereza en algunos, que prefieren un mendrugo de pan regalado al esfuerzo de conseguirlo con honor.

Hoy necesitamos que nuestra capacidad de expresarnos sea plena, que podamos hacerlo con independencia, que no se coarte esa libertad en lo más mínimo y que ese derecho a opinar lo defendamos y ejerzamos con responsabilidad y denuedo. Una canción que entonábamos hace varios años cuando teníamos la ilusión de una patria mejor debe resonar nuevamente para no dejar morir la esperanza: “Yo no puedo callar, no puedo pasar indiferente, ante el dolor de tanta gente, yo no puedo callar”.

Jesús al realizar el milagro pide a la gente que no lo comente, pero el efecto de la sanación en el hombre otrora sordo y tartamudo se expande a la multitud. Ahora se han vuelto comunicativos, se maravillan de las obras del Señor y decían: “Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos”. En esta expresión de la multitud se hace eco del poder secreto que guarda Jesús en sus acciones: En Él reside la plenitud de la Divinidad y así como Dios al inicio de la creación nos lo relata el autor del Génesis, “y vio que era bueno” de la misma manera Jesús “todo lo hace bien”. Es una forma de reconocer en el pobre de Nazaret la fuerza del Dios Creador.

Religión y Fe

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