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Tú eres el Cristo

El Evangelio de San Marcos (8, 27-35) nos sitúa frente a la radicalidad del seguimiento de Jesús. Al preguntar el Señor qué opinión tiene la gente sobre Él, los discípulos le contestan: “Unos dicen que eres Juan Bautista; otros que Elías; y otros, uno de los profetas”. La gente tiene la convicción que Jesús es […]

El Evangelio de San Marcos (8, 27-35) nos sitúa frente a la radicalidad del seguimiento de Jesús. Al preguntar el Señor qué opinión tiene la gente sobre Él, los discípulos le contestan: “Unos dicen que eres Juan Bautista; otros que Elías; y otros, uno de los profetas”. La gente tiene la convicción que Jesús es uno de los profetas que Dios ha enviado, parecido a Juan el Bautista, quien había sido asesinado por el dictador Herodes, instigado por su perversa concubina Herodías, ya que Juan fustigaba la corrupción del tirano; o como Elías, que había sido arrebatado al cielo en un carro de fuego.

Pero al interrogar nuevamente el Señor, ahora lo hace de manera directa a sus más cercanos y les cuestiona: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”. Pedro hace la confesión de fe y exclama: “Tú eres el Mesías”. Es decir, Pedro no solamente lo proclama como otro profeta más sino como el Cristo, el definitivo profeta de Dios.

Cuando Jesús les revela la naturaleza de su misión, que debe ir a Jerusalén para vivir la pasión, muerte y resurrección, Pedro lo contradice, puesto que tenía la concepción de un Mesías triunfante y con poder al modo humano. Pedro capta el padecimiento temporal más no la resurrección.

Es por eso que Jesús lo reprende: “Quítate de mi vista Satanás, ya que tú piensas como los hombres, no como Dios”.

Luego el Señor manifiesta que el auténtico discípulo debe cumplir unas exigencias para conquistar la verdadera vida en Dios. Éstas son: “Negarse a sí mismo, tomar su cruz y seguirle”.

Primero: Negarse a sí mismo. Es tener a Jesús como lo fundamental y tener una experiencia personal sometiéndonos a su voluntad. Pero muchos pretendemos vivir un cristianismo de ritos externos y de apaciguar conciencias.

Segundo: Tomar su cruz. Los ataques a la cruz ahora son más fuertes que nunca. Se oye predicar, con frecuencia, una teología de la prosperidad como si la salvación se comprara o se vendiera como mercancía. Al rechazar la tentación de los milagros fáciles, al rechazar la creencia que podemos manipular a Dios, al rechazar el no adorar el poder y utilizarlo para beneficio personal, al rechazar el postrarse ante lo diabólico y optar hasta el sacrificio por Jesús, eso es tomar su propia cruz. De un hermoso libro de Francis S. Collins titulado ¿Cómo habla Dios?, extraje una estrofa maravillosa que dice: “¿Ha aprendido más de usted mismo cuando las cosas iban bien o cuando se vio desafiado por retos, frustraciones y sufrimientos? “Dios nos susurra en los placeres, nos habla en la conciencia, pero nos grita en el dolor: es su megáfono para despertar a un mundo sordo”.

Tercero: Seguir a Jesús. Esto se hace con el testimonio de la propia vida. No desperdiciemos el tiempo que Dios nos concede para alimentar la codicia, provocar amarguras o inducir miedo a los otros porque al final nuestra vida habrá sido una canallada. Mejor hagamos el bien. A todos nos llegará el instante en que seremos juzgados por cada una de nuestras acciones. Es el momento para escoger vida o muerte, egoísmo o solidaridad, miedo o valentía para luchar contra el monstruo del pecado que nos contamina el veneno de la apatía.

Aceptar a Jesús como Mesías no supone un camino de tristeza sino de plenitud. Es con frutos de honestidad y respeto al prójimo que se revela quien es verdadero discípulo de Cristo.

Religión y Fe

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