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El sacramento matrimonial

Sacerdote católico El matrimonio católico es una “alianza, por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole, (y que) fue elevado por Cristo Señor a la dignidad […]

Sacerdote católico

El matrimonio católico es una “alianza, por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole, (y que) fue elevado por Cristo Señor a la dignidad de sacramento entre bautizados”. (Canon 1055 del Código de Derecho Canónico).

Los esposos y especialmente los novios deberían comprender bien esta definición. El matrimonio es una alianza. No es solamente un contrato, sino que es un pacto de amor entre un hombre y una mujer. Cuando se habla de alianza de amor se incluye la amistad, la atracción, el respeto, la comunicación y el compartir. Con toda razón a los esposos también se les llama cónyuges, es decir que ambos deben llevar el “yugo” del hogar. Y para que esa familia camine por buen sendero, los dos deben de mirar y unificar sus fuerzas hacia el mismo objetivo.

Pero, si desde el noviazgo cada uno de los futuros contrayentes manifiesta una tendencia egoísta, ya sea de palabras o con los hechos, se debe poner la barba en remojo. El refrán “árbol que crece torcido nunca su rama endereza” se puede cumplir. Si uno de ellos tiene una mentalidad individualista es candidato seguro para un hogar fracasado. Las frases “lo mío es mío y lo tuyo es tuyo” o “lo mío es mío y lo tuyo es de los dos”, si las oyes en el noviazgo, refleja a una persona poco recomendable para el matrimonio sacramento.

El matrimonio es entre un hombre y una mujer. Aquí se excluye, por derecho divino y natural, otro tipo de uniones. Dios los creó para que fueran “una sola carne”.

El matrimonio es un consorcio de toda la vida. Las personas con miras al sacramento deben asumir que la mentalidad “divorcista” se excluye de la definición canónica. Es verdad que existen impedimentos que podrían hacer inválida una unión matrimonial, pero lo regular es que el hombre y la mujer quieran compartir su existencia durante todos los días de su vida. Cuando desde el noviazgo se escuchan comentarios como: “Si me va mal, me separo”, póngale ojo, porque uno no se casa con dudas; porque cuando hay dudas, lo mejor es no casarse.

Analice muy bien a la pareja, no se deje llevar solamente por el momento, la atracción y mucho menos por influencias externas. Hay que saber qué “pata puso ese huevo”. La similitud de culturas, de religión y visión del mundo, aunque no son elementos que garanticen el éxito en un matrimonio, sí pesan mucho.

En el matrimonio existen dos pilares fundamentales: la unidad y la indisolubilidad (Canon 1056 del Código de Derecho Canónico). La unidad es lo mismo que fidelidad, es decir, uno con una y una con uno. Es el amor corporal y espiritual de la pareja. La indisolubilidad es que cuando se ha contraído el matrimonio, de manera libre, espontánea, sin ninguna coacción, sin ningún impedimento, el matrimonio no se puede disolver, es para siempre.

Muchos pueden pensar que el escoger una carrera profesional o el forjar una empresa son aspectos de la vida que se deben meditar a conciencia. Es cierto. Pero el escoger pareja para el matrimonio, que es un signo sensible de la presencia de Cristo, requiere un mayor discernimiento. Que el noviazgo sea una etapa de amistad, conocimiento y discernimiento para esta decisión y no la época de la mayor hipocresía.

Religión y Fe

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