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Demos gracias a Dios

En la Iglesia católica se nos enseña que la fe es un don que recibimos de Dios el día de nuestro bautismo, don que se confía al cuidado de los padres del niño y a sus padrinos, lo mismo que a la comunidad cristiana, ese don se fortalece en la oración y al compartirlo con los demás, la fe no puede ser estática sino que es viva y da vida cuando forma parte indispensable de la persona humana. El domingo pasado el Señor nos decía que la fe es capaz de realizar lo imposible. En las lecturas de la misa mañana nos dirá que es necesaria una fe obediente como lo muestra la curación de Naamán el sirio y la de los diez leprosos del evangelio.

PBRO. MARIO SANDOVAL

En la Iglesia católica se nos enseña que la fe es un don que recibimos de Dios el día de nuestro bautismo, don que se confía al cuidado de los padres del niño y a sus padrinos, lo mismo que a la comunidad cristiana, ese don se fortalece en la oración y al compartirlo con los demás, la fe no puede ser estática sino que es viva y da vida cuando forma parte indispensable de la persona humana. El domingo pasado el Señor nos decía que la fe es capaz de realizar lo imposible. En las lecturas de la misa mañana nos dirá que es necesaria una fe obediente como lo muestra la curación de Naamán el sirio y la de los diez leprosos del evangelio.

Los dos milagros de que nos hablan los textos destacan el poder de la obediencia. No hay gestos curativos ni de Eliseo ni de Jesús. No se mencionan fórmulas terapéuticas, dirigidas al enfermo, como sucede en otros relatos de milagros. Hay solamente un mandato. El de Eliseo a Naamán suena así: “Ve y báñate siete veces en el Jordán.” A los leprosos Jesús les dice: “Id y presentaos a los sacerdotes.” Tanto Naamán como los diez leprosos todavía no han sido curados, ni siquiera saben si lo serán. Pero se fían y obedecen. Y la fuerza de su confianza y de su obediencia hizo el milagro. La obediencia implica ya, al menos, un grado mínimo de fe en la persona a la que se obedece. Una fe que no está exenta de tropiezos y dificultades.

Esto es patente en la historia de Naamán. Él tenía otra concepción y otras expectativas sobre el milagro y sobre el modo de realizarse: “¡Saldrá seguramente a mi encuentro, se detendrá, invocará el nombre de su Dios, frotará con su mano mi parte enferma, y sanaré de la lepra!”. Nada de esto se efectuó. Ni siquiera vio a Eliseo, pues el mensaje del profeta le llegó por un intermediario. Naamán estaba hecho una furia, y regresaba a su casa, habiendo perdido toda esperanza de curación. En el camino, persuadido por sus siervos, obedeció, se bañó en el Jordán y “su carne volvió a ser como la de un niño pequeño, y quedó curado.” Naamán, por fin, se dio cuenta de que no son las aguas las que curan la lepra, sino el Espíritu de Dios que se sirve del Jordán, como de otros muchos medios, para hacer el bien y salvar al hombre.

Los diez leprosos, ante el mandato de Jesús, se pusieron en camino hacia el templo de Jerusalén. Tenían que caminar unos buenos kilómetros. Seguían siendo leprosos y… ¿cómo subir así hasta Jerusalén y presentarse a los sacerdotes? ¿No sería mejor esperar hasta constatar que estaban realmente curados? Vencieron estas dificultades y, en el camino sintieron que su carne se renovaba y quedaba sanada. La obediencia de la fe posee la potencia del milagro.

La curación es integral, Naamán quedó curado de lepra, pero seguía enfermo de ceguera espiritual. Como hombre bien educado retorna a casa de Eliseo y le ofrece, en señal de agradecimiento, ricos regalos. Eliseo los rehúsa. Ahora, ante el hombre de Dios, comienzan a abrírsele los ojos sobre el verdadero Dios, hasta el punto de llegar a decir: “Tu siervo no ofrecerá ya holocausto ni sacrificio a otros dioses más que a Yahvé.” Algo semejante le sucede a uno de los leprosos al quedar curado. Nueve de ello

s prosiguen su marcha hacia Jerusalén, se presentan al sacerdote y regresan felices a la casa familiar, olvidándose de Jesús e imposibilitando con ello el que Jesús les otorgue la salvación que Él ha venido a traer a los hombres. El último, un samaritano, al verse curado, siente interiormente el impulso de volver a Jesús para agradecérselo. Se postra a sus pies en adoración agradecida. Y Jesús le concede no solo verse libre de la lepra, sino también del pecado, de todo aquello que le impedía obtener la salvación. “Vete, tu fe te ha salvado!.

Religión y Fe Dios guía

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