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Los actores Peter Ustinov, Geraldine Page junto a Truman Capote, durante la entrega de los premios Emmy en 1967.

A sangre fría

1924: Truman Capote nace en Nueva Orleáns, Luisiana, EE.UU.Se le llamó Truman Streckfus Persons. 1941: Comienza a trabajar como corrector de pruebas en The New Yorker, su revista favorita. Debido a la Segunda Guerra Mundial la mayoría de los colaboradores habituales estaban en el frente. 1948: Other voices, other rooms, (Otras voces, otros ámbitos) su […]

1924: Truman Capote nace en Nueva Orleáns, Luisiana, EE.UU.Se le llamó Truman Streckfus Persons.

1941: Comienza a trabajar como corrector de pruebas en The New Yorker, su revista favorita. Debido a la Segunda Guerra Mundial la mayoría de los colaboradores habituales estaban en el frente.

1948: Other voices, other rooms, (Otras voces, otros ámbitos) su primera novela es publicada con éxito de crítica y público.

1949: Se publica A tree of night (Un árbol de la noche y otros cuentos).

1950: The grass harp (El arpa de hierba) sale a la venta.

1956: Escribe el guión de Beat the Devil. Escribe Se oyen las musas.

1958: Breakfast at Tiffanys (Desayuno en Tiffanys).

1959: Se publica Observations, libro con fotografías de Richard Avedon y sus comentarios. Viaja a Garden City, Kansas para investigar el asesinato de los Clutters. Empieza a escribir In cold blood (A sangre fría).

1959: Escribe junto a William Archibald el guión, The innocents.

1965:The New Yorker publica extractos de In cold blood.

1966: In cold blood sale al mercado. También se publica A Christmas memory y Capote hace su famoso baile Blanco y negro.

1967: Se estrena la versión cinematográfica de In cold blood.

1968: House of flowers (Casa de las flores) y The Thanksgiving visitor salen a la venta.

1973: The dogs bark: public people and private places es publicado.

1980: Publicación de Music for chamaleons (Música para camaleones).

1984: Truman Capote muere el 25 de agosto.

Tomado de Biografías de grandes autores.
Editorial Norma.

— ¿Te pones esto?, preguntó Perry, refiriéndose a la chaqueta.

Dick golpeó el parabrisas con los nudillos.

— Pam, pam. Perdone, señor. Estábamos cazando por aquí y nos hemos perdido. Si nos permite telefonear…

— Sí, señor. Yo comprendo.

— Coser y cantar, dijo Dick. Estate tranquilo, rico, que quedarán pegados contra las “parés”.

— Paredes, corrigió Perry.

Maniático del diccionario, amante de las palabras difíciles, venía dedicándose a mejorar la gramática y aumentar el léxico de su compañero desde que les hicieron compartir la misma celda de la Penitenciaría del Estado de Kansas. Lejos de tomar a mal las lecciones, el alumno, para complacer al maestro, había compuesto una serie de poesías y, si bien los versos eran francamente obscenos, Perry, que los encontró graciosísimos, había hecho encuadernar el manuscrito en el taller de la prisión y rotularlo en oro: Chistes verdes.

(pág. 28)

Alfred Stoecklein, que solía ser poco conversador, tenía en esta ocasión mucho que decir mientras les alcanzaba agua caliente y les ayudaba en la limpieza.

— Sólo quisiera yo que no anduviesen todos que si patatín que si patatam y que me dijeran cómo pasó y qué fue.

Porque él y su mujer, que vivían a menos de cien metros de la casa de los Clutter, no habían oído “nada”, ni el más mínimo eco de un disparo, de las violencias que se cometieron.

— El sheriff y todos esos que han andado por ahí husmeando, digo, y con lo de las huellas, esos sí que saben lo que ha pasao. Esos, sí. Que sí entienden, digo, que no pudimos oír. Por una cosa, por el viento. El viento del oeste que sopla todo para el otro lao. Y “endemás”, que entre esa casa y la nuestra está el granero grande. Y que él chupó el alboroto antes de que llegara a la casa nuestra. ¿Y sabe “usté” lo que le digo? ¿Se da cuenta? Ese que lo hizo, que se sabía muy bien que, “haiga” lo que “haiga”, no íbamos a oír nada. Si no que no se la juega… pegar cuatro tiros a “mitᔠla noche. Pues, digo, que hubiera perdido la chaveta, digo. Que sí, que claro, que la chaveta la tiene “perdía” de todos modos. Digo, que “pa hacé” lo que hizo, digo. Porque a mí, saben, que a mí no, porque ése, el que lo hizo se las tenía todas pensadas, se lo sabía todo de pe a pa. ¡Que sí se las sabía! Y hay algo “ansina” que yo me sé: que mi mujer y yo que va, que esta, digo, es la última noche que dormimos aquí. Que lo puedo jurar. Que nos vamos a la casa de la autovía, digo.

(pág. 78)

Cuadrada, rechoncha, en sus cuarenta, una inglesa con una jerga tan de la alta sociedad que su inglés resultaba poco menos que incomprensible, la esposa de Archibald William Warren-Browne no se parecía en nada a los demás parroquianos del café, de modo que en aquel ambiente ella era como un pavo real en un corral de patos. En cierta ocasión, explicándole a un conocido por qué ella y su esposo habían abandonado “las posesiones de familia en el norte de Inglaterra”, cambiando su morada hereditaria (“el más encantadoor, el más remonísimo de los prioratos de solera”) por una vieja granja que nada tenía de “remotísima”, allá por las llanuras de la Kansas occidental, la señora Warren-Browne dijo:

— Por el fisco, amiga mía. Los impuestos de las herencias. Enoormes, criminaales. El fisco nos sacó de Inglaterra. Sí, hará un año que salimos de Inglaterra. Sin lamentaciones. Ni una. Nos encanta esto. Lo adoramos. Aunque, claaro, es muy diferente de nuestra otra vida de allá. La clase de vida que siempre conocimos. París y Roma. Monte. Londres. Ocasionalmente me acueerdo de Londres. ¡Oh, pero no es que lo eche de menos! Aquella prisa de siempre, sin un taaxi libre en toda la ciudad, pendiente a toda hora de cómo uno viste, de la elegancia. No, positivamente no. Nos encaanta esto. Supongo que ciertas personas, las que conocieron nuestro pasado y la clase de vida que fue la nuestra, lo que alternábamos, se preguntarán si no nos sentimos un poquitín solos, por aquí, rodeados de trigales. Era en el Oeste donde pensábamos instalarnos. En Wyoming o en Nevada: la vrai chose. Esperábamos que una vez allá, también a nosotros nos tocara un poco de petróleo.

Pero cuando íbamos de viaje, nos detuvimos en Garden City a visitar a unos amigos, amigos de unos amigos. Y en realidad no pudieron ser más amables. Insistieeron en que nos quedáramos. Y nosotros pensamos. Bueno, ¿y por qué no? ¿Por qué no arrendar un pedacito de tierra y poner un rancho de caballos? ¿O una granja agrícola? Todavía no hemos decidido si nos dedicaremos a los animales o a la agricultura. El doctor Austin nos preguntó si el lugar no nos resultaba demasiaado tranquilo, quizá. De ninguuna maneera. A decir verdad, nunca me había visto en un bullicio por el estilo. Con más ruido que un bombardeo aéreo. Silbido de trenes. Coyootes.

(pp. 112 – 113)

(Fragmentos de la novela, A sangre fría)

La Prensa Literaria

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