Ese día, al gritar sentía que sus huesos se fundían en uno solo. Estaba sin ropa y observaba cómo sus piernas y sus brazos se juntaban entre sí.
Seguían gritando hora tras hora. Ya no tenía ojos, sólo las cuencas le quedaban. Poco a poco fue doblándose hasta caer de rodillas como vela derretida; fue haciéndose una masa pero seguía gritando ya más leve…
Luego se hizo agua para consumirse en la arena. El sol secó la última gota que quedaba sobre la superficie.
Ahora, cuando todo está en silencio, como saliendo del fondo de la tierra, aún se oye… el eco de un grito.