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Grupo Universitario de Cámara Barroco.

Tonadas barrocas

Actos regocijantes enseñan el otro rostro del universitario, del no señalado como cómplice en el caos. Esta vez —imagen singular— el empeño se da en el eje de un resplandor diferente —nunca vinculado a las calles asaltadas por la violencia— al lado o en los escenarios de los cielos a los cuales quisieron aproximarse las […]

Actos regocijantes enseñan el otro rostro del universitario, del no señalado como cómplice en el caos. Esta vez —imagen singular— el empeño se da en el eje de un resplandor diferente —nunca vinculado a las calles asaltadas por la violencia— al lado o en los escenarios de los cielos a los cuales quisieron aproximarse las glorias sagradas del renacimiento y del barroco.

Deplorable debe ser escribir sobre la página en actitud de espera de ricas y abundantes notas relacionadas con el quehacer cultural de los recintos universitarios donde de tarde en tarde y de agonía en agonía de la paz se esparce más el fuego infernal que el suave rayo de luz de la armonía.

Algo se está haciendo y con sustancia de mucho en el péndulo de la animosidad por parte de los jóvenes de la distante acera opuestos al ruido infructuoso. Estos son cinco enamorados irreductibles de la flauta dulce y de la época deliciosamente antigua en la cual cada uno de esos instrumentos hizo de estrella sincrónica, de fuste unísono en los más selectos salones desde donde dejaron al viento silbando sobre la madera. Los impulsos evolutivos de la traversera no le han quitado el dulce añejo, almibarado por el soplo del virtuoso al poner éste toda la fuerza que tiene aunque ésta sea empleada en una limitada sonoridad.

Me conduce al tema El Grupo Universitario de Cámara Barroco, Adscrito a la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua. Son los especialistas en la música del Renacimiento y en la música barroca. Basta con verlos y oírlos para sentir estando en Nicaragua —y ese es el botón del milagro— que nos hemos trasladado repentinamente a Europa, a Brujas de Flandes o a cualquiera de sus tantas capillas, para vivir el bondadoso equilibrio de lo que es arte y de lo que es ideología, quizás aparente pero guarda correspondencia con la realidad, con la severa confección de los hechos. Este grupo suave y melodioso ha traído al presente indiferente, las obras que no sólo han ofrecido resistencia al tiempo sino que demostrado méritos y cualidades amplias para estar de moda en los círculos donde sólo se requiere de la contabilidad de los dedos para saber cuántos los componen.

He visto varios conciertos de este quinteto pero ninguno como el que para el suscrito tuvo mayor variedad y enjundia natural de tonos reflejados incluso en la flauta baja de poca aparición en la era actual cumpliendo con la encomienda de ser el manantial expresivo de las piruetas graves. Realce y coloratura como el consumido aquella noche reciente en el auditorio del Banco Central. Sólo hicieron falta la arquitectura epocal de la capilla y las luces de la vela para sentirnos en el ambiente del volver a nacer que eso es el renacimiento, no subestimándose —desde luego— las posteriores ejecuciones de piezas barrocas poco conocidas en el nivel de los bautizos de sus autores pero quién no va a identificar este género en sus matices, cada uno tan bien expuesto que en él nada redunda. Ahí es donde precisamente nada el mérito de estos abanderados de “la otra cara de la moneda”, legítimo y productivo universitarios no a la orilla —por favor— en el centro del ideal.

Cualquier escenario donde quepan las páginas amarillas susceptibles de romperse por su vejez, no le concedería al grupo sostenibilidad alguna. Y vale afirmarlo en el reconocimiento de la triste realidad. Han superado y nos lo dijo uno de sus integrantes en la noche del concierto, la traumática depresión vivida en los días de fundación, el salto a los diversos proyectos en los que hubo asaltos de culminación por el frío abrazo de los recursos materiales.

Atrás quedaron las ralas asistencias, los tímidos aplausos, la incomprensión a la jerarquía del proyecto, porque en el mencionado auditorio hubo abundancia de la verde floración de la juventud. Eso fue lo más llamativo y contrastante con los hechos comunes. Respetuoso silencio. Concentración. Cabeceos no de sueños sino de admiración al ayer profundo.

La inspiración para concluir con la formación del quinteto tuvo un escalonado punto de origen en 1991. Podría decirse que fue superado en más de una década de experiencias el cruce del Rubicón. Fueron convocados por la Dirección de Extensión Cultural de la UNAN-Managua. Supieron responder a la excitación cargada de metas, tendida la prueba para crecer y durar. Conformose el trío de cámara universitaria con el propósito de interpretar a los autores universales y por supuesto a los nuestros disminuidos en su capacidad creadora por el complejo de creer que lo propio carece de merecimientos. La crítica misma ha sido culpable de ocuparse con predilección triste e indoblegable de lo que lleva etiqueta extranjera.

El trío estuvo compuesto por Juan Vázquez, Miguel Flores y Frank Martínez Báez. Sólo duró un mes. Pero esa reducción temporal no fue un agravante como lo hubiera sido en el común de los intentos. En 1995 se puso en el tapete el renacimiento de un grupo de música instrumental (guitarra, dos violines, viola y oboe. Es la camerata universitaria enriquecida por el flujo provechoso de las antecedencias aparentemente fallidas. Lo vi cuando vivían esa etapa en ocasión de recibir un homenaje por parte de ellos, el dariísta más puro que yo he conocido: Fidel Coloma, en el año 1995. Fue el año de la revelación pública de estos mensajeros de la euforia clásica. Y tomó vuelo el grupo vigente cobijado por un manto específico. Son Isidra Angélica Dávila Medina (flauta dulce durante 10 años), Carlos Alberto Rivas (saxofonista y flautista), Néstor Antonio Serrano (instructor de piano forte), Juan Ramón Vázquez (igualmente docente y cofundador del coro vernáculo Hipólito Aguirre) y Francisco Martínez Báez (instrumentista de guitarra clásica).

La Prensa Literaria

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