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Represión, plumilla de Robert Barberena de la Rocha. (LA PRENSA/CORTESÍA)

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El lunes se levantó a mediodía, se bañó y se metió de nuevo al cuarto, cerró las puertas, se acostó, se estiró, se le salió un pedo hediondo y retomó el crucigrama que había dejado pendiente para después ir a visitar a las muchachas. Dos palabras le hacían falta: — Que todo se le olvida, […]

El lunes se levantó a mediodía, se bañó y se metió de nuevo al cuarto, cerró las puertas, se acostó, se estiró, se le salió un pedo hediondo y retomó el crucigrama que había dejado pendiente para después ir a visitar a las muchachas.

Dos palabras le hacían falta:

— Que todo se le olvida, leyó, e inmediatamente se contestó: “Olvidado”.

— Enfermedad del siglo, siguió leyendo, y por su mente pasaron muchos nombres de enfermedades: Alzheimer, parkinson, sida (¡chiva!)…, sin embargo, tenía que ser una palabra de tres letras… de tres… cuál, cuál será…

Y de tanto pensar se fue durmiendo hasta llegar a dar grandes ronquidos. Cuando despertó ya era de noche y entonces salió a ver a las muchachas.

— Hoy vengo a moler, le dijo a la más piernuda.

— La muchacha piernuda corrió hacia uno de los cuartos para que él la siguiera. Se encerraron y ella dejó que tomara la iniciativa.

Y entonces él comenzó a poner en práctica sus posiciones favoritas, por detrás, por delante, arriba, abajo…, por último, sin haber terminado, se deshizo del condón…, no se le quitaba la costumbre.

El martes volvió a levantarse a mediodía, se bañó, cerró las puertas, se acostó, se estiró, se le volvió a salir otro pedo hediondo, sacó cuenta de cuánto había gastado con la muchacha y cuánto le quedaba para seguir visitándolas.

(Tenía para ir más o menos unas diez veces más).

A la quinta vez consecutiva sintió una picazón en el pene y se acordó de la palabra de tres letras que le hacía falta para llenar el crucigrama. ¡Santo Dios! Y fue al laboratorio. Y mientras esperaba el resultado se puso a revisar el crucigrama y puso las tres letras de la palabra. De repente oyó que lo llamaron:

— Qué pasó con don… Ramón

— Aquí estoy.

— ¿Con don Ramón?, le preguntó el médico con los exámenes en la mano.

— Eso de “con don” no me gusta, mejor sólo dígame Ramón, ¿estoy pegado?

— No es VIH, pero…

— ¿Pero qué…?

— Use condón… es imprescindible en ese asunto.

Días después le sucedió algo raro. Lo llamaron por teléfono de la empresa donde aún no se había presentado a trabajar.

— Hablamos de parte de la empresa WWW, ¿con Ramón hablo?

— Sí, ¿me van a correr del trabajo?

— No, señor.

— ¿Y por qué si he faltado tantos días?

— Porque usted es como el condón.

— ¿Cómo?

— Ja, ja,j a…

La Prensa Literaria

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