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Sangre de Prócer

Cuento ganador del primer lugar en la categoría de La Prensa Literaria. Participó con el seudónimo de Meme Chava. Su autor, Manuel Salvador Funes, es teólogo con estudios de Pedagogía, Administración y Gestión del Recurso Humano Dedicado a mi esposa Glenda,Por apoyarme en este proyecto literario.“pensando en Ti y por Ti lo elaboré” Ernesto estaba […]

  • Cuento ganador del primer lugar en la categoría de La Prensa Literaria. Participó con el seudónimo de Meme Chava. Su autor, Manuel Salvador Funes, es teólogo con estudios de Pedagogía, Administración y Gestión del Recurso Humano

Dedicado a mi esposa Glenda,
Por apoyarme en este proyecto literario.
“pensando en Ti y por Ti lo elaboré”

Ernesto estaba por descubrir algo verdaderamente sorprendente. Su tarea final era construir su árbol genealógico hasta el sexto grado de consanguinidad en la línea ascendente. Quería dar con su tatara-tatara abuelo.

Ernesto especuló tener algún vínculo con Miguel Larreynaga, un brillante abogado, político, economista, filósofo, retórico, matemático, gramático y escritor nicaragüense. Fue criado con sus tías al quedar huérfano. Sabía hablar latín, griego, inglés y francés. Participó activamente en la independencia de Centroamérica.

La intuición del joven de poseer sangre de prócer nacía porque su papá le dotó de ese apellido. Ernesto César Larreynaga Alfonso era su nombre completo. Averiguó en bibliotecas, leyó casi todos los libros de historia de Nicaragua, consultó a Eduardo Pérez Valle, el más autorizado historiador del prócer, hurgó enciclopedias especializadas, entrevistó a muchas personas y nada le resultó favorable. Ningún rasgo de parezco verdadero. Los hallazgos de Ernesto no pasaban de simples apreciaciones subjetivas de familiares con estima elevada por la clase pudiente y liberal de León.

Averiguó que el apellido Larreynaga provenía de la región Vasca de España. Su bisabuelo se educó en España y vino al Nuevo Continente con los deseos de emprender una empresa minera de plata en las costas del Atlántico.

No había más datos que lo relacionaran con aquel hombre probo y sabio hasta que un día, sentado en una hemeroteca y cansado de tanto escrutar, se quedó plácidamente dormido. Dormir es una actividad meramente creativa y muchas veces vislumbrante con clarividencia absoluta. Un ejemplo de esas visiones clarividentes se encuentra en una tribu de Etiopía, la estirpe de los Oromo que invocando al dios del sueño Yakuta, a través de un rito nocturno de posesiones, se les revelaban las sequías, calamidades, inundaciones y padecimientos de la tribu. El mismo Sigmund Freud sabía que los sueños eran reveladores. Fantasías inconscientes, muchas veces nacidas de los estados de la conciencia reprimida, permitían una verdadera fuente de exploración intrapersonal.

La imaginación de Ernesto era sagaz y penetrante. Era un joven bien hábil por naturaleza y con talentos especiales para los estudios.

En ese profundo sueño, provocado por sus indagaciones infértiles, involucró desordenadamente acontecimientos de la historia de su país. También se personificaba según el suceso. Así conquistador, filibustero, presidente, agricultor y soldado, daba saltos espectrales y anacrónicos que copilaban la historia de su país en reducidos minutos de su reposo.

Saturó su ingenioso corpúsculo gris de fantasmagóricos sucesos hasta que llegó el momento de la clarividencia. Su tatara-tatara abuelo era, nada menos, el mismo Miguel Larreynaga, su vínculo, que hasta el momento era su eslabón perdido, se reveló fugazmente en su cocina de visiones. El Padre de Ernesto se llamaba Jacinto Larreynaga Zepeda, hijo de un pudiente terrateniente de León llamado Víctor Larreynaga Duarte, éste, hijo de un Coronel llamado Jacinto Larreynaga Barrios, que fue engendrado por un Capitán de un barco español llamado Jacinto Larreynaga Monzón que viajaba a América con dos propósitos, desarrollar una empresa minera y buscar a sus padres que por sus estudios en el extranjero los había dejado. Los padres de Don Jacinto eran Victoria Jacinta Muñoz y Miguel Larreynaga, dos criollos oriundos de León. Don Miguel se fue a estudiar a Guatemala a terminar su educación superior.

Inmediatamente después de esa revelación furtiva, Ernesto despertó y anotó en su cuaderno su descubrimiento. Presentó su investigación al grupo de compañeros y profesora. Nadie de sus colegas logró alcanzar los ambiciosos propósitos de la maestra.

En su exposición habló destacadamente de su tatara-tatara abuelo. Con orgullo expuso la hazaña de liberación de la Corona Española un 15 de septiembre de 1821. Departió con bastante dominio los dieciocho acuerdos estipulados en el Acta de la Independencia. Comentó absorbidamente la obra del prócer Memoria Sobre el Fuego de los Volcanes. Todo esto lo decía efusivamente y con tanta apropiación al tema que provocó la admiración profesional de su docente.

Al concluir su discurso todos quedaron admirados. Le ofrecieron una ovación con merecidos gritos de algo digno y honorífico. Fue notorio su talento a la investigación y el gusto personal a la historia.

Nadie se atrevió a refutar la asertiva fuente inconsciente de conocimientos que le ayudó a descubrir su eslabón perdido y así vincularse con el “Genio de la Libertad”.

La Prensa Literaria

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