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LA PRENSA/Ilustración/Luis González

La leyenda de El llano en llamas

Conocí a Juan Rulfo a principios de los años setenta, gracias a una invitación de nuestro inolvidable Lizandro Chávez Alfaro. Lizandro, amigo muy cercano de Rulfo, me propuso que almorzáramos con él en un restaurante próximo al Instituto Nacional Indigenista de México, donde Rulfo se encargaba de la edición de las colecciones de este Instituto […]

Conocí a Juan Rulfo a principios de los años setenta, gracias a una invitación de nuestro inolvidable Lizandro Chávez Alfaro. Lizandro, amigo muy cercano de Rulfo, me propuso que almorzáramos con él en un restaurante próximo al Instituto Nacional Indigenista de México, donde Rulfo se encargaba de la edición de las colecciones de este Instituto sobre la antropología antigua y contemporánea de México, trabajo en el cual Rulfo se sentía cómodo por su afición por los libros de historia, geografía y antropología de México.

Me impresionó su legendaria sencillez y parquedad en la conversación, no obstante que para entonces ya era un escritor reconocido nacional e internacionalmente por sus dos célebres libros, publicados en la década de los años cincuenta: El llano en llamas (1953) y Pedro Páramo (1955). Yo había leído ambas obras y sentía una gran admiración por este extraordinario escritor, cuyo nombre lleva hoy uno de los galardones literarios de mayor prestigio que se otorgan en México. Rulfo es, sin duda, uno de los narradores latinoamericanos de más renombre en el mundo literario, pese a lo breve de su obra. Sus libros han sido traducidos a cerca de medio centenar de idiomas. En los departamentos de literatura latinoamericana de los Estados Unidos, es uno de los autores más estudiados.

Rulfo dejó atrás no sólo el realismo y el realismo impregnado de cierta dosis de fantasía, para crear un mundo totalmente imaginario, poblado de fantasmas, pero que en su interior tiene su propia coherencia. En El llano en llamas, colección de diecisiete cuentos que preparan o se aproximan a lo que más tarde será su obra maestra Pedro Páramo, Rulfo eleva el lenguaje del campesino mexicano a una prosa literaria lúcida, enriquecida por momentos líricos. Anderson Imbert califica de notables estos cuentos porque “la descripción de la realidad exterior está estremecida por la vida interior de los hombres del campo”, algo que se intensifica en Pedro Páramo.

En uno de mis viajes por tierras mexicanas tuve la oportunidad de visitar Comala, la ciudad mítica de Juan Rulfo. En Pedro Páramo Comala está poblada de fantasmas que dialogan en murmullos, siendo los únicos personajes con vida el protagonista del relato, Juan Preciado, y Dorotea, quien conduce a Juan Preciado por Comala. Ellos son quienes recrean los últimos años de vida de Pedro Páramo, personaje violento y cruel, a quien sólo salva el tierno amor que siente por Susana San Juan, a quien nunca logra poseer. A la muerte de su amada Susana, se produce el derrumbe de Pedro Páramo, “como un montón de piedras” y con él el de Comala, donde sólo subsisten los murmullos de los difuntos. A esta Comala fantasmagórica, regresa Juan Preciado, por consejo de su madre, a ajustar cuentas con su padre Pedro Páramo. Para entonces Comala no es más que un infierno habitado por los muertos. Cuando Preciado cobra conciencia de que está en un mundo de muertos, muere aterrorizado.

Jorge Luis Borges opinó que “Pedro Páramo es una de las mejores novelas de las literaturas de lengua hispánica, y aún de la literatura”. Rulfo es uno de los maestros del idioma español. La literatura mexicana se enriqueció extraordinariamente con la obra breve, pero de altísima calidad, de este escritor jalisciense.

La Prensa Literaria

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