- Cuento del libro Inconclusos de reciente aparición de Francisco Bautista, en el que recrea el mundo peligroso de las calles, la violencia y los bandidos, el entorno policiaco que se entreteje de hazañas y aventuras nunca imaginadas
En la esquina de la pared ha sido tejida la cotidiana telilla de una araña, tensada sus hebras, un brillo plateado refleja tenues destellos por el chillante sol de verano filtrado irremediablemente entre los ventanales de vidrio que dan a la calle. El tejido cubre de un extremo a otro los tres lados de la esquina, la araña yace inmóvil en el extremo superior de su obra, quizás duerme, quizás espera algo que no sabemos. El animalito es pequeño, negrito, no más grande que un grano de frijol, de patas largas, minúsculas y pelambre que recubre su cuerpo zancón, empinadito; se desliza con suave prisa por el carril de uno de los lados, desciende y se vuelve a quedar quieto, observando, calculando el siguiente movimiento para reforzar la red, ejercitarse o cuidar sus dominios. Laboriosa, artesana, inofensiva o guerrera, solitaria, silenciosa, inmóvil, observadora
Llega caminando, orillada a la pared, una hormiga despistada. No viene andando en hileras, ni sigue la ruta de su colonia. Ha perdido el rumbo y se dirige al refugio privado y solitario de la araña. Sigue la hormiga indiscreta e ignorante caminando hacia la esquina. No detiene el paso ni lo acelera, mantiene su ritmo, su ruta lineal uniforme muy pocas veces alterada. Sabe con firmeza hacia dónde va o ignora por completo adónde dirigirse.
Llegará el momento cuando encuentre la tela laboriosamente diseñada por el minúsculo y laborioso animal. Su habitación será invadida y ella, ¿qué hará entonces? ¿Permitirá al intruso incursionar su espacio o lanzará un hilo tramposo para atacar y enredarlo? ¿Cortará la hormiga con sus tenazas delanteras la cuerda sedosa y frágil del dedicado trabajo del arácnido inofensivo?
Una continúa inmóvil en su punto inútil, la otra en movimiento hacia donde la prolongación de su ruta irremediablemente la llevará. Ambas solas, ambas distintas, ambas se encontrarán en un punto del espacio, en un momento inminente y transitorio. Espero, observo, guardo silencio. Trato de interpretar el instinto que mueve a una e inmoviliza a la otra. La tejedora ha visto venir al intruso. El intruso ha visto el resplandor de la tela cuando al orearse por el tenue movimiento del aire, tira titubeante un rayo de luz. Ninguna teme a la otra o ambas se temen, ignoran o desconocen. El encuentro está por verse. Quiero escuchar su diálogo, cuando la una pregunte, ¿a qué vienes? Y la otra confiese la verdad: estoy perdida, busco y no encuentro a la colonia, al hormiguero. ¿Por qué estás sola tejiendo en la soledad de la esquina? Ella mostrará en el balancín de su tela, el placer de la soledad, sin ser perturbada pedirá silencio, rogará volver a estar como estaba antes. ¿Tendrá miedo el visitante? ¿Se verá sorprendida la visitada? Aquel momento llegaba sin aviso previo, aunque hacía ya algunos instantes se veía venir lo que venía.
Espero el encuentro. Me alejo a prudente distancia, me siento en una mecedora de madera, fijo la vista en un único punto de la esquina. Ya ocurrirá, pienso: ¡ahora! Entonces, ¡rassss! Una escoba se ha levantado de repente y ha arrasado con la araña y su tela, la hormiga próxima ha sido desprendida de la pared, ha caído, no la diviso en la amplia llanura del piso. No supe inicialmente de dónde salió la escoba; llegó en el momento inesperado, me he asustado y estoy decepcionado por lo ocurrido, me he perdido lo esperado. Ahora, la artífice del desastre, continúa su rutina sujeta de la mano de una mujer que me ve con indiferencia mientras yo, entre confundido e irritado, guardo silencio, añorando el diálogo imposible que pudo haber sido y alguien intempestivamente impidió.
Cuento del libro Inconclusos de reciente aparición de Francisco Bautista, en el que recrea el mundo peligroso de las calles, la violencia y los bandidos, el entorno policiaco que se entreteje de hazañas y aventuras nunca imaginadas
Francisco Bautista Lara.
LA PRENSA/ARCHIVODIÁLOGO
Francisco Javier Bautista L.
En la esquina de la pared ha sido tejida la cotidiana telilla de una araña, tensada sus hebras, un brillo plateado refleja tenues destellos por el chillante sol de verano filtrado irremediablemente entre los ventanales de vidrio que dan a la calle. El tejido cubre de un extremo a otro los tres lados de la esquina, la araña yace inmóvil en el extremo superior de su obra, quizás duerme, quizás espera algo que no sabemos. El animalito es pequeño, negrito, no más grande que un grano de frijol, de patas largas, minúsculas y pelambre que recubre su cuerpo zancón, empinadito; se desliza con suave prisa por el carril de uno de los lados, desciende y se vuelve a quedar quieto, observando, calculando el siguiente movimiento para reforzar la red, ejercitarse o cuidar sus dominios. Laboriosa, artesana, inofensiva o guerrera, solitaria, silenciosa, inmóvil, observadora
Llega caminando, orillada a la pared, una hormiga despistada. No viene andando en hileras, ni sigue la ruta de su colonia. Ha perdido el rumbo y se dirige al refugio privado y solitario de la araña. Sigue la hormiga indiscreta e ignorante caminando hacia la esquina. No detiene el paso ni lo acelera, mantiene su ritmo, su ruta lineal uniforme muy pocas veces alterada. Sabe con firmeza hacia dónde va o ignora por completo adónde dirigirse.
Llegará el momento cuando encuentre la tela laboriosamente diseñada por el minúsculo y laborioso animal. Su habitación será invadida y ella, ¿qué hará entonces? ¿Permitirá al intruso incursionar su espacio o lanzará un hilo tramposo para atacar y enredarlo? ¿Cortará la hormiga con sus tenazas delanteras la cuerda sedosa y frágil del dedicado trabajo del arácnido inofensivo?
Una continúa inmóvil en su punto inútil, la otra en movimiento hacia donde la prolongación de su ruta irremediablemente la llevará. Ambas solas, ambas distintas, ambas se encontrarán en un punto del espacio, en un momento inminente y transitorio. Espero, observo, guardo silencio. Trato de interpretar el instinto que mueve a una e inmoviliza a la otra. La tejedora ha visto venir al intruso. El intruso ha visto el resplandor de la tela cuando al orearse por el tenue movimiento del aire, tira titubeante un rayo de luz. Ninguna teme a la otra o ambas se temen, ignoran o desconocen. El encuentro está por verse. Quiero escuchar su diálogo, cuando la una pregunte, ¿a qué vienes? Y la otra confiese la verdad: estoy perdida, busco y no encuentro a la colonia, al hormiguero. ¿Por qué estás sola tejiendo en la soledad de la esquina? Ella mostrará en el balancín de su tela, el placer de la soledad, sin ser perturbada pedirá silencio, rogará volver a estar como estaba antes. ¿Tendrá miedo el visitante? ¿Se verá sorprendida la visitada? Aquel momento llegaba sin aviso previo, aunque hacía ya algunos instantes se veía venir lo que venía.
Espero el encuentro. Me alejo a prudente distancia, me siento en una mecedora de madera, fijo la vista en un único punto de la esquina. Ya ocurrirá, pienso: ¡ahora! Entonces, ¡rassss! Una escoba se ha levantado de repente y ha arrasado con la araña y su tela, la hormiga próxima ha sido desprendida de la pared, ha caído, no la diviso en la amplia llanura del piso. No supe inicialmente de dónde salió la escoba; llegó en el momento inesperado, me he asustado y estoy decepcionado por lo ocurrido, me he perdido lo esperado. Ahora, la artífice del desastre, continúa su rutina sujeta de la mano de una mujer que me ve con indiferencia mientras yo, entre confundido e irritado, guardo silencio, añorando el diálogo imposible que pudo haber sido y alguien intempestivamente impidió.