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Salomón de la Selva.LA PRENSA/ARCHIVO

Salomón de la Selva, narrador

Salomón de la Selva (1893-1959) no sólo fue un poeta fundador de la poesía vanguardista de Mesoamérica y el Caribe, sino un novelista Coetáneo de los autores y de las obras precursoras de la renovación de la narrativa, cuento y novela, en inglés, una de sus lenguas madres, que se presentaría desde los veinte hasta […]

  • Salomón de la Selva (1893-1959) no sólo fue un poeta fundador de la poesía vanguardista de Mesoamérica y el Caribe, sino un novelista

Coetáneo de los autores y de las obras precursoras de la renovación de la narrativa, cuento y novela, en inglés, una de sus lenguas madres, que se presentaría desde los veinte hasta los cuarenta, no participó de las técnicas, experimentaciones y descubrimiento del Ulises de James Joyce (1922, recuérdese que El soldado desconocido apareció ese mismo año), William Faulkner, 1897-1962; Francis Scott Fitzgerald, 1896-1940; Ernest Hemingway, 1899-1961; o John Steinbeck, 1902-1968. Su narrativa pudo haber sido un aporte sustantivo para el desarrollo de la narrativa centroamericana y latinoamericana, pero resultó como una zona menor y desdeñada para el mismo autor.

Su concepción de la novela deviene del poema épico en verso. Muy de su formación inglesa, es el romance en prosa, medieval, con resabios aún de la gesta clásica. No en vano para De la Selva “la novela es dionisíaca. Todo en ella empieza jubiloso y lozano; se engríe, peca, acaba en tragedia”; no es apolínea, es orgiástica con las formas y las cosmogonías; orgía verbal, nada fría ni equilibrada ni racional; sus referentes son Dafnis y Cloe, las novelas pastoriles, Pigmalión y Galatea…1

Solía mezclar géneros y formas elocutivas con una gran soltura y dominio en sus obras. No es gratuito que en sus tres novelas hayan tramas de amor y que al darse a conocer en los Estados Unidos lo haya hecho con un texto que equipara el poema con el cuento o viceversa, titulado Cuento del país de las hadas.

Pero su narrativa está determinada por los paradigmas de su otra cultura, que es la hispanoamericana: Rómulo Gallegos, José Eustasio Rivera y Ricardo Güiraldes y los fundadores (Carpentier, Vasconcelos, la novela de la Revolución Mexicana, cuyos autores eran en su mayoría sus amigos o conocidos). Casi todas sus ediciones son póstumas y lo tardío en la literatura que es una actividad histórica, pierde su prioridad y ubicación. El rescate de dos de sus tres novelas responde al interés de los investigadores de De la Selva. A su hora, hubo cumplidos de políticos; pero estas opiniones pertenecen a la cortesía y en el canon de la narrativa centroamericana moderna De la Selva si no está fuera, aparece precariamente citado. Sergio Ramírez ha valorado que sus tres novelas “no alcanzan, sin embargo la calidad de su poesía”.2

Su primer intento novelístico: Vida y milagros de San Adefesio, se quedó inconcluso, y se publicó en 1932 fragmentariamente en revistas centroamericanas como Repertorio Americano que editaba en Costa Rica don Joaquín García Monge.

En esa misma década de los treinta, se dispuso a redactar una segunda novela, Pueblo desnudo (o La guerra de Sandino), paralela a los sucesos o acciones que se protagonizaban en las montañas segovianas de Nicaragua; al parecer la comenzó en el exilio de Panamá, y la finalizó acaso en 1935, ya en México. Pero, aunque concluida, quedó inédita. Hasta en los setenta se publicó un fragmento en La Prensa Literaria, Managua, 21 de abril de 1974. En 1985 se editó completa, (122 pp.), bajo el sello de la Editorial Nueva Nicaragua.

Seis años después de haber echado al abandono Pueblo desnudo, entre 1941-42, compuso La Dionisíada, sobre las trifulcas de las provincias centroamericanas de a mediados del siglo XIX. Como mucho de lo suyo, se redactó rápidamente con el propósito de someterla al Segundo Concurso Literario Latinoamericano convocado por la Editorial Farrar & Rinehart, de Nueva York. ¿Novela ocasional? Quizá. No obtuvo el ansiado premio, provocando en el autor no sólo desilusión, sino que iras. También quedó proscrita, arrumbada entre cajas, hasta que el Consejo Cultural de la Colección del Banco de América, de Nicaragua, la publicó en 1975 (240 pp.), en su serie literaria 3.

Doce años más tarde, en 1954 salió de las prensas la única novela que se permitió publicar en vida la Ilustre familia, un alarde de erudición y de tipografía: papel malinche de 76 kilos, gran formato, pasta dura, tiraje numerado y firmado por el autor, ilustraciones a todo color, líneas uniformes y mayúsculas especiales diseñadas por artistas mexicanos, tales como Francisco Moreno Capdevila y Carlos Alvarado Lang. Dedicada al Presidente de México, licenciado Miguel Alemán, quien patrocinó su publicación y a cuyo grupo desde Jalapa, pasando por la Secretaría de Gobernación hasta llegar a la Presidencia de los Estados Unidos Mexicanos, pertenecieron los De la Selva.

Pueblo desnudo (o La guerra de Sandino) pertenece al ciclo de la novela nacional antiintervencionista y, por tanto, con dimensiones políticas: Sangre en el trópico (1930) y Los estrangulados (1933) de Hernán Robleto. Es acaso la mejor novela de De la Selva, breve, casi esquemática y eficazmente estructurada. Trata sobre los primeros meses de la lucha del general Augusto César Sandino, con el ingenio de las emboscadas, la caza de la mulita que el Partido Comunista Mexicano le había mandado de obsequio al General, los combates y la lealtad de sus hombres; y el afán de los marines por exterminar al “bandolero”, constituyen el centro al que circundan conflictos y personajes de la política, de la diplomacia y la sociedad de la década de los treinta en Nicaragua. Su narrador es como se llamaba antes omnisciente, hoy, con la terminología de Gérard Genette se le llamaría narrador extradiegético, que en otro momento del discurso narratalógico se torna intradiegético.

El teatro de operaciones, Jinotega, Matagalpa, Estelí…, resulta borroso, ante la presencia de la montaña segoviana, cuya descripción alcanza momentos verdaderamente mágicos y fantásticos, que evoca la novela de la naturaleza salvaje de principio del siglo XX.

En cuanto a los personajes, llamados en su mayoría únicamente con el apellido, el novelista ajeno a cualquier objetividad, no se reprime de denunciar a algunos de ellos y de retratarlos con caracteres expresionistas, carnavalescos incluso, a punta de ofensa. Por ejemplo, un general favorito de sus fobias tenía una dentadura de pus y nicotina. Éste era el general Moncada, arquetipo del entreguista liberal, cínico, cambiante y corrupto con su corte de intelectuales, señoritos serviles y saqueadores del Estado, uno de ellos se aprovecha de los encantos sensuales de su hija Gioconda, para obtener de la Presidencia de la República condonaciones de deudas. Un Somoza joven, sobrino de Moncada, aprendiz de político, abyecto y semimofletudo con fisonomía y glúteos feminoides. Alex Navas, el intérprete o traductor de los marinos, en tanto vendepatria, colaborador de la intervención e integrante de las fuerzas armadas, lo evidencia como homosexual. En el mismo grupo pero con otro signo ideológico se localizan Adolfo Díaz, anverso de Moncada, es igualmente vendepatria, pero conservador, refinado. Bebe whisky y no guaro como Moncada; el ex Canciller e intelectual Carlos Cuadra Pasos, Salvador Castrillo Knox, Julio Benard, los periódicos conservadores y los periodistas liberales Hernán Robleto, Juan Ramón Avilés y Andrés Largaespada…

Los marinos norteamericanos —Coronel Hatfield, General Feland, Sargento Hemphill y los demás— pese a su arrogancia como militares del ejército mejor armado del mundo, viven la zozobra y el miedo del fantasma de Sandino, que es declarado muerto, exterminado después de cada combate y su sombra, su espectro insurge a cada momento, lo cual acentúa lo mágico y terrorífico; o de otro fantasma que es un posible grupo de guerrilleros mexicanos.

Managua es para De la Selva la ciudad “indigna” y urbana porque en ella se escenifican las negociaciones entre los vendepatria y los marinos para exterminar a los guerrilleros: mesas de prensa en los Estados Unidos, telegramas, radiogramas… Managua tiene vehículos, cines y hasta hotel de montaña para relaciones prematrimoniales. Todo esto significa para los prointervencionistas la modernización de Nicaragua, que implicaba la desmoralización pragmática y el desplazamiento de la antigua ética cristiana.

Sin embargo, se contrasta con las proezas, ingenio y sacrificios conmovedores de los soldados y mujeres del Ejército Defensor de Nicaragua: Coroneles Estrada y Umanzor, Alejandro Ferrara (¿Miguel Ángel Ortez?), Simón Montoya, José León Díaz, Coronado Maradiaga, Peño que sugiere Peña, o sea, Piedra, cuya raíz es Pedro o Piedra y es una suerte de velada apología del general Pedrón Altamirano, es y no es su retrato verbal. Peño y su historia de amor con Felícitas, tiene su propia voz, modulaciones, léxico, pronunciación y particulares muletillas, que denotan la resignación del campesino o mestizo siempre desamparado y violentado.

Por ejemplo: “Sería mi suerte”.

Altamirano se incorpora al final de la novela, con su banda, como un personaje fiel a Sandino.

El héroe, Sandino resulta el anverso de los militares y próceres del siglo XIX, humano, pequeño de estatura, jinete de mula no de caballo, de sombrero, sin casaca, seco por los fríos de la montaña, antiyanqui, antirracista y moralista, y casi genial como estratega. Para De la Selva Sandino no es un santón ni lo presenta nada maniqueo ni idealizado; aún más, es capaz de apuntar sus actos de crueldad y hasta de vandalismo que tendrían su explicación y justificación como tácticas de su guerra de guerrillas.

Si hay algunas exclamaciones admirativas, son pocas y no pasan de frases como éstas, que son reveladoras:

—Él no quiere ser presidente.

—¡Güevos de hombre!

—¡Güevos de hombre, los de mi General!

Así se construye un primer imaginario del sandinismo y propone un nuevo arquetipo de héroe: mal armado, peor comido, desarrapado, lo cual era muy importante en una lucha que desde la perspectiva de Sandino, profesada también por De la Selva, se pretendía magnificar al pueblo “indohispano” como lo llama Sandino. Los invasores veían a los indígenas como raza inferior: “Sólo aniquilando a los indios se puede salvar este país”, decían. Un indio no era más que un “pobre diablo”.

Novela histórica en tanto interpreta el enfrentamiento entre la latinidad y el anglosajonismo; la existencia de sus personajes es real, está plenamente documentada. El narrador intradiegético (Salomón de la Selva aparece como personaje con la misma posición ética en la que se ha mantenido: índice acusador de la depravación moral de un pueblo y voz defensora de la causa de Sandino). Novela polifónica: voz del invasor, del campesino, de los periodistas, citadina y de los políticos; mezcla un lenguaje culto, poético y patriótico en sus arengas (recreación de la retórica sandinista) y un lenguaje popular, oral (con su última vocal acentuada); imita la fonética de los segovianos y usa el léxico general: jicarudo, mataco, maletada, en paleta, patacón, puercada, zonchiche, tartamuda (ametralladora), tejaván (falso tejado), tetelque, trementina, ululante, yancada, zope (apócope de zopilte) zurrón… Como vemos, se maneja el habla nicaragüense con absoluta propiedad, gracias a ella se reafirma la naturaleza nacionalista del relato.

Cabe subrayar, que aunque permaneció inédita, se inscribe en la sustentación identitaria de la literatura nicaragüense, que ha dado obras que se perdieron como la novela de Pablo Antonio Cuadra, otras que estuvieron escondidas por razones políticas, como el testimonio de Sandino, Maldito país (1933-1979), recogido por José Román, y otras editadas como los cuentos: Contra Sandino en la montaña de Manolo Cuadra (Managua, Nuevos Horizontes, 1942), los poemas El innominado, de Mario Cajina-Vega, y Un nica de Niquinohomo, de la Hora cero de Ernesto Cardenal (México, Imprenta Panamericana, 1960), y los relatos y estampas Corte de chaleco (1963) y Cinco yardas de bandoleros” (1984) de Lizandro Chávez Alfaro, y Retratos de hombres libres de Jorge Eduardo Arellano.

La Dionisíada tiene por figura estelar a Dionisio. La obra empieza y termina con la tensión y las expectativas o amenazas de las constantes guerras de un liberalismo que se expandía por Centroamérica: estallidos de arsenales de armas, escaramuzas, conspiraciones, expulsiones de obispos y cleros, pero desemboca o alcanza su mejor momento en la creación del mito, digno del realismo mágico, de Dionisio. Jorge Eduardo Arellano afirma que “La Dionisíada pretendió infundir a la convulsa realidad política-social de la Nicaragua de finales del siglo XIX el sentido grandioso de la epopeya homérica, pero Salomón fracasó en su intento. Sin embargo, tuvo aciertos y elaboró páginas que no desdeñaría ningún narrador moderno”3, rescata Arellano para ponernos en la perspectiva del pensamiento primitivo de aquella sociedad rural y provinciana que desata Nichito. El narrador es el tradicional omnisciente o extradiegético, con una focalización panorámica, que va desde León de Nicaragua, con su Catedral, la Plaza, el río Chiquito, cuadras largas, puentes, cementerios, funerales oratóricos, Hualica, el volcán Telica; Guatemala y sus negocios; El Salvador y sus historias familiares y de amor con desenlaces trágicos como los suicidios; Honduras como paso de nicaragüenses; y Costa Rica o Puntarenas, como estampa caribeña: mar, puerto, sol, ron, casas de maderas, negros, alcahuetas, burdeles y prostitutas, con algún contrapunto europeo. Mezcla de costumbrismo y regionalismo occidental como en Cosmapa (1944) de José Román, de sentimentalismos y romanticismos de la novela decimonónica; relato bélico como en Sangre santa (1940) de Adolfo Calero Orozco.

Consta de tres partes: I. Nacimiento y crianza de Dionisio, II. Historia de Gonzalo Quirós y III. Historia de Dionisio; no se piense que por el nombre de la divinidad grecolatina Dionisio y dada las aficiones de De la Selva, el protagonista es este dios o el primer obispo de Atenas, Dionisio, sino un niño mestizo o quizá aborigen que crece en Hualica, junto con otro niño esmirriado llamado Nicolasito y creados por un grupo de mujeres. Dionisio queda huérfano al nacer, perdiendo a su madre en un incendio. Adoptado por la familia de Gonzalo Quirós, vuelve a quedar huérfano porque la madre adoptiva fallece por causa de un cáncer, mientras lo arrullaba por primera vez.

Este personaje infantil, llamado con el diminutivo de Nichito, forma parte por sus acciones, atmósfera y tono de lo que en el siglo XX se ha llamado lo real maravilloso o realismo mágico, que revela la imaginación, la hipérbole y la verdad, de la realidad americana.

Dionisio fue una suerte de infante prodigioso, dotado de extraños dones, como sobrenaturales: ángel del Señor, sanador de enfermos, jinete veloz y precoz, diablillo bailarín al frente de la legión de pordioseros de León que se emborrachan en las terrazas de Catedral. Veamos uno de esos episodios de la intrepidez y candor mezclado con burla e inconsciencia de Dionisio niño —como un San Jorge o San Miguel Arcángel— enfrentándose con un palo de escoba —a manera de lanza bufa, rasgo de humor— al dragón infernal o serpiente que tenía aterrorizado a su pueblo. La niñez vence a la bestia:

El Nichito, al contrario, reía y decía, ve, ve, y se apoyaba sobre un palo de escoba pequeña, la que se usaba para barrer el altar, que le había metido en la bocaza a la enorme serpiente.

La serpiente trataba de librarse de esa carnada en la boca, retorciéndose o como queriendo tragarla, sin poder, y el Nichito no aflojaba y decía alegremente ve, ve.

La Chinta salió despavorida gritando que la culebra se comía a los pequeños. La Petra había alzado al Nicolasito y lo apretaba contra su pecho, pero no se atrevía a acercarse donde el Nichito seguía encantado conteniendo al animal.

Dionisio programado por las autoridades eclesiásticas que desde su más tierna edad habían visto por él, lo destinan al Seminario de León para que estudie el sacerdocio. Desde su adolescencia hasta su adultez, como los Buendía, Dionisio es monaguillo, tipógrafo, hijo de casa de la familia Quirós, mengalo según la estratificación y modo de vestir de la época, viajero, hijo falso o calumniado de un cura o de la Santa Madre Iglesia, oportunista prospecto de Pastor protestante, termina convirtiéndose en un caudillo militar triunfador de una de las contiendas leonesas contra los conservadores y granadinos, cuyo primer acto de poder lo constituye el fusilamiento de sus adversarios contra los muros de Catedral. En el fondo toda esta apología de Dionisio o Nichito acusa una reivindicación clasista de la criatura que ha crecido en medios precarios y bajos estratos, que por su propio esfuerzo, audacia y arrojo alcanza la preeminencia. En este particular, establece un nexo con Pueblo desnudo y Sandino.

Ilustre familia es posiblemente en uno de sus aspectos es una novela arqueológica, datada milenios después de acaecidos los sucesos que narra. Es producto de “La Diosa Blanca”, la Musa, la razón, el intelecto… Como antetitula y subtitula el mismo autor: es Poema de los siete tratados, y Novela de dioses y de héroes; lo cual hace de la pieza una ópera aperta a las lecturas más heterogéneas.

Estilísticamente es la culminación de una prosa escritural densa, académica, culta y especializada, epítetos, largos períodos alternados con versículos y poemas en prosa:

Libresca a más no poder, esta novela —¿será novela?— se pregunta el propio autor, es el resultado de infinidad de lecturas. A nadie como a mí se le podría aplicar aquel latinajo de doctos cum libro.

Vislumbra acaso la antinovela futura, De la Selva tiene cierta duda de que su “novela” lo sea, precisamente por la heterogeneidad formal. Si algo es narrativo o novelesco de la obra, lo constituyen los siete extensos capítulos o libros. ¿Reescritura de La Ilíada? ¿Aprovechamiento del intertexto?

La cantidad de episodios y pasajes, a pesar de los riesgos, no logran perder a la heroína principal, que es Helena. Es una biografía novelada y poetisada, apología erudita de Helena; canto a Helena, como icono de belleza y pasión. Con todo, Ilustre familia desde América es una de las iniciadoras modernas de la novela mediterránea, que se dedicó a reinterpretar Grecia, Roma y sus religiones.

Guardando las debidas proporciones y distancias, el caso de De la Selva y en el particular de la novela mediterránea, que es también novela histórica europea, coincide cronológicamente con Robert Graves (1895-1986), poeta, ensayista y novelista, autor de Yo Claudio y Claudio, el Dios (1934), posteriores en un año a Las hijas de Erechtheo… (1933). Asimismo, Ilustre familia de Salomón de la Selva, es contemporánea de La hija de Homero (1955), año en el que Graves publicaría su diccionario enciclopédico arqueológico, Los mitos griegos.

Sorpresivamente, De la Selva vislumbra el realismo mágico; intuye la antinovela, la novela mediterránea y la actual novela histórica con personajes de la vida real, incluso, se incluye a sí mismo; mezcla géneros y formas: ensayos, memorias y cuentos, dentro de novelas, poemas en prosa y en verso dentro del relato; inventa personajes carnavalescos; pero no consigue crear un mundo narrativo nuevo y trascendente. Pesó más en él, la novela de la naturaleza exuberante americana que las originalidades de la estructura verbal.

La Prensa Literaria

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