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Grabado, Ligia Sandino.LA PRENSA/Cortesía

Chatilla

Mike era un gringo grandote con cara de niño y alma de niño, sucumbió a los encantos de una bellísima mujer nicaragüense, cuando ella acompañaba a su hermana mayor a un chequeo médico en la ciudad de New Orleans. Al mejor estilo de las damas francesas de la época de los Luises, Esperanza la guapa […]

Mike era un gringo grandote con cara de niño y alma de niño, sucumbió a los encantos de una bellísima mujer nicaragüense, cuando ella acompañaba a su hermana mayor a un chequeo médico en la ciudad de New Orleans. Al mejor estilo de las damas francesas de la época de los Luises, Esperanza la guapa rivense dejó caer su pañuelo bordado en la colonial Granada, para que Mike cortésmente recogiera el señuelo y aceptara la mirada fija y seductora de Esperanza, quien con su magia penetró el alma de Mike en pleno Canal Street y lo enamoró para siempre.

De Nueva Orleáns a Managua todo se hizo fácil. La capital nicaragüense de calles estrechas, costumbres provincianas y espíritu alegre, se dormía temprano en el Bomboniere, cita obligada de las clases pudientes, mientras en el Munich todo era algarabía, canciones de tríos y uno que otro disparo.

Mike bajó del avión en el viejo aeropuerto Xolotlán y el pañuelito bordado de Esperanza.

Se agitó en el aire marcando su presencia y satisfacción. El galán ya tenía amigas, todas las de Esperanza, la Nora, la Yolanda, Margarita, Nidia, Argentina, conocían la vida y milagros de Mike aunque nunca le habían visto.

Mike embelesado, propuso matrimonio con la seguridad de encontrar una vida feliz y así fue. Encontró en Esperanza todo lo que una nica completa puede ofrecer… amor, ternura, elegancia, principios, don de gentes, comprensión y apoyo, sin olvidar la buena cuchara, la solidaridad, el espíritu de sacrificio y la pasión tropical.

Sentaron sus reales en Chatilla, centenaria hacienda nicaragüense a la vera del Cocibolca, cuyas brisas y vientos refrescan a sus pobladores. La propiedad empezó a crecer de nuevo.

Y el amor también a dar sus frutos, el matrimonio fue consolidándose entre el trabajo diario, Chatilla, Managua, Rivas y San Juan del Sur.

Al correr la tarde, después de las faenas diarias, un cigarrito y una taza de café, competían con las luciérnagas fugaces y el murmullo de las olas de nuestro gran lago.

Así eran las noches de Chatilla, donde sólo el radio y el tocadiscos conectaba con el mundo. Mike completaba esos momentos compartiendo un vaso de ron.

Los padres del gringo decidieron conocer el paraíso de sus hijos, eran unas personas encantadoras, sencillas y tranquilas, ya retirados decidieron venir a Nicaragua y disfrutar de la exquisita naturaleza rivense. Así ocurrió y en un dos por tres llegaron a Chatilla, deslumbrados por su extraordinaria vegetación. La casa hacienda construida a finales de los mil ochocientos alojó a los viajeros con la proverbial cortesía de la familia Lacayo, Después de una exquisita cena y amena conversación, “se apagaron los faroles y se encendieron los grillos…”

Los huéspedes estaban alojados en el cuarto del matrimonio y éste tuvo que moverse al cuarto de los niños. El deseo brotó al calor de los tragos, la brisa mecía suavemente los árboles y un cielo tachonado de estrellas los motivó a tomarse de la mano, levantar unas colchas, tenderlas en el patio bajo la sombra protectora de un árbol de mango e iniciar un romance mitad tórrido-mitad santo.

Las nubes jugueteaban al cero escondido con la luna, ellos embelesados se entregaban mutuamente en el acto de amor más sublime que la naturaleza haya creado, así unidos volcaron sus caricias, su ternura, su pasión… en un ritual bendecido por Dios… y por los hombres. ¿Cuánto duró?… nadie lo sabe. La felicidad es intemporal. Son momentos tan intensos y sublimes que sólo se marcan en el alma.

Mike y Esperanza despertaron de su sueño. Él estiró su brazo y buscó sus cigarrillos, prendió uno y ofreció un chupete a su adorada, ella lo aceptó gustosa con sus ojos al cielo que empezó a derramar una lluvia de estrellas y deseos. “Mirá Mike qué belleza, cómo caen fugaces hacia el lago, mirá la luna amor… el cielo nos está bendiciendo”.

Ellos aún desconocían el gran teatro que les estaba brindando la naturaleza. Mike se sentó y con dulzura besó la frente de Esperanza, la haló suavemente para acercarla a su pecho, cuando los dos se dieron cuenta de un fabuloso hecho… todos los animales de la finca en círculo, extasiados, habían contemplado su acto de amor. Tres caballos, dos yeguas, un potrillo, las gallinas, la lapa en el quelite, el gato, los perros, los cerdos, ardillas, terneros, el gallo y una lora hablantina que había aprendido a cantar…” Así es Nicaragua, así es mi país… la tierra nica donde yo nací”.

La Prensa Literaria

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