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Alexander Solzhenitsyn.LA PRENSA/AP

Cronista del horror

El escritor Alexander Solzhenitsyn, autor de las crónicas de los horrores del gulag soviético y ganador del Premio Nobel de Literatura, falleció a los 89 años de un problema cardiaco. Las descripciones que hizo el escritor de las torturas y supervivencia en los campos de trabajos forzados de la Unión Soviética sacudieron a sus compatriotas, […]

El escritor Alexander Solzhenitsyn, autor de las crónicas de los horrores del gulag soviético y ganador del Premio Nobel de Literatura, falleció a los 89 años de un problema cardiaco.

Las descripciones que hizo el escritor de las torturas y supervivencia en los campos de trabajos forzados de la Unión Soviética sacudieron a sus compatriotas, tras dejar al descubierto la historia secreta del gobierno de José Stalin. Eso le granjeó 20 años de amargo exilio, así como el reconocimiento internacional.

Y sus crónicas probablemente inspiraron a millones de personas, al mostrar que el valor e integridad de una persona podía, a fin de cuentas, derrotar a la maquinaria totalitaria de un imperio.

A partir de 1962 con la novela corta Un día en la vida de Iván Denisovich, Solzhenitsyn se dedicó a describir lo que llamó el “triturador de carne” humana que lo había atrapado junto a millones de otros ciudadanos soviéticos: arrestos arbitrarios, con frecuencia por razones triviales y aparentemente absurdas, a los que seguían sentencias a cumplir en campos esclavistas donde el frío, el hambre y el trabajo en condiciones penosas aplastaba a los internos física y espiritualmente.

Su trilogía Archipiélago Gulag de la década de 1970 dejó impactados a los lectores por el salvajismo del estado soviético bajo el gobierno del dictador Stalin, y ayudó a eliminar la inclinación que muchos intelectuales de izquierda aún tenían por la Unión Soviética, especialmente en Europa.

Pero su relato de ese sistema secreto de campos de prisioneros también fue inspirador en su descripción de cómo una persona —Solzhenitsyn— sobrevivió, física y espiritualmente, en un sistema penal lleno de enormes dificultades e injusticias que afectaban gravemente el alma humana.

Occidente le ofreció refugio y honores. Pero la negativa de Solzhenitsyn a doblegarse a pesar de la enorme presión posiblemente también le dio el valor para criticar la cultura occidental, por lo que él consideraba sus debilidades y decadencia.

Tras un regreso triunfal que incluyó un recorrido de 56 días a través de Rusia para volverse a familiarizar con su tierra natal, Solzhenitsyn posteriormente expresó su molestia y decepción de que la mayoría de los rusos no hubieran leído sus libros.

Durante la década de 1990, sus puntos de vista firmemente nacionalistas, su devoción al cristianismo ortodoxo, su desdén por el capitalismo y su disgusto por los magnates que adquirieron industrias y recursos rusos a precios de ganga tras la caída del gobierno soviético estaban fuera de moda. Decidió desaparecer de la vida pública.

Pero bajo la presidencia de Vladimir Putin (2000-2008), la visión de Solzhenitsyn de Rusia como un bastión del cristianismo ortodoxo, como un lugar con una cultura y un destino únicos, volvió a destacarse.

Ahora Putin argumenta, como lo hizo Solzhenitsyn en un discurso en la Universidad de Harvard en 1978, que Rusia tiene una civilización distinta a la de Occidente, una que no puede reconciliarse ni con el comunismo ni con la democracia liberal al estilo occidental, sino que requiere un sistema adaptado a su historia y tradiciones.

“Cualquier cultura autónoma antigua con raíces profundas, especialmente si está extendida por una parte amplia de la superficie de la Tierra, constituye un mundo autónomo, lleno de enigmas y sorpresas para el pensamiento occidental”, afirmó Solzhenitsyn en su discurso. “Durante mil años Rusia ha pertenecido a una categoría así”.

Nacido el 11 de diciembre de 1918 en Kislovodsk, Solzhenitsyn fungió como capitán de artillería en el frente en la Segunda Guerra Mundial, donde, durante las últimas semanas de la guerra, fue arrestado por haber escrito lo que él llamó “ciertas afirmaciones irrespetuosas” sobre Stalin en una carta a un amigo, refiriéndose a él como “el hombre del bigote”. Estuvo siete años en un campo de trabajos forzados en las áridas estepas de Kazajstán y tres más en un exilio interno en el Asia Central.

Allí comenzó a escribir, memorizando gran parte de su trabajo de forma que no se perdiera si era incautado. Su tema fue el sufrimiento y las injusticias que padecían los prisioneros de Stalin en el gulag, una abreviatura soviética para el sistema de campos de trabajos forzados, palabra que fue integrada a los diccionarios tras la labor de Solzhenitsyn.

Siguió escribiendo mientras trabajaba como maestro de matemáticas en la ciudad provincial de Ryazan, en Rusia.

El primer fruto de esta labor fue “Un día en la vida de Iván Denisovich, la historia de un carpintero que pasa apuros para sobrevivir en un campo soviético de prisioneros, a donde había sido enviado, al igual que Solzhenitsyn, tras haber participado en la guerra.

El libro fue publicado por órdenes del líder soviético Nikita Khrushchev, que estaba ansioso por desacreditar a Stalin, su predecesor, y creó sensación en un país donde las verdades desagradables sólo se difundían en susurros, si es que se hablaba de ellas. En el extranjero, el libro fue elogiado no sólo por su valentía, sino por su lenguaje sencillo y sin pretensiones.

Después de que Khrushchev fue expulsado del poder en 1964, Solzhenitsyn comenzó a enfrentar hostigamiento por parte de la KGB, la policía secreta, se suspendió la publicación de su obra y fue expulsado de la Unión de Escritores Soviéticos. Pero no se desanimó y siguió adelante.

Le fue concedido el Premio Nobel de Literatura en 1970, una medida inusual de la Academia Sueca, que normalmente otorga premios cuando los autores ya tienen décadas de trabajo. Para justificar su decisión, la academia mencionó “la fuerza ética con la que él ha buscado las tradiciones indispensables de la literatura rusa”.

Le fue concedido el Premio Nobel de Literatura en 1970, una medida inusual de la Academia Sueca, que normalmente otorga premios cuando los autores ya tienen décadas de trabajo. Para justificar su decisión, la academia mencionó “la fuerza ética con la que él ha buscado las tradiciones indispensables de la literatura rusa”.

La Prensa Literaria

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