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La vida que la vida tanta vida nos ha negado

Es cierto. Fuimos dos seres carmesíes que se amaron pero no los que dijimos el si ante el cura, con sotana olisca a rancio dril, en un templo silencioso, de provincia, colmado de eco de aplausos en el vuelo de las palomas que se ocultan en sus altos andamios del sol y de la lluvia; […]

Es cierto.

Fuimos dos seres carmesíes que se amaron

pero no los que dijimos el si ante el cura,

con sotana olisca a rancio dril,

en un templo silencioso, de provincia,

colmado de eco de aplausos

en el vuelo de las palomas

que se ocultan en sus altos andamios

del sol y de la lluvia;

y la madona con el niño en su regazo

fija en el centro del vitral

no nos vio caminar el inexistente desfile nupcial,

con el templo todo lleno de rumores

y rostros de sonrisas complacientes

vacios ahora de los aniversarios que nunca llegaron.

Bien me lo recuerdan ahora

mis amigas las estrellas de mi insomnio,

chispas en las pupilas de mis madrugadas

en las que evoco las malogradas emociones

de éste amor herido y que tuvimos

como fresca aguita de río.

Es cierto.

Vos tenías la edad del invierno y yo la del ocaso

cuando a las hojas de los árboles

el viento o el parquero se las dan

a la nada de tantos aires vagabundos.

Porque fuimos en un mismo tiempo

pero de años y presencia distintos

y no pudo ser

lo que todos los días todavía queremos que sea.

La Prensa Literaria

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